A 200 años de la Batalla de Salta, un par
de anotaciones que no se van a tener en cuenta en las recordaciones oficiales…
por el p. Guillermo Furlong, S J ***
(…) Consigna el General Paz en sus
tan celebradas “Memorias”:
(…)
“Cuando se trató de mover el ejército para buscar al
enemigo en Salta, se hizo por cuerpos, los que después se reunieron en tiempo y
oportunidad. Luego que el batallón o regimiento salía de su cuartel, se le
conducía a la calle en que está situado el templo de la Merced. En su atrio estaba ya
preparada una mesa vestida, con la imagen, a cuyo frente formaba el cuerpo que
iba a emprender la marcha; entonces
sacaban muchos cientos de escapularios, en bandejas, que se distribuían a
jefes, oficiales y tropa, los que colocaban sobre el uniforme y divisas
militares”.
“Es admirable que estos
escapularios se conservasen intactos, después de cien leguas de marcha, en la
estación lluviosa, y nada es tan cierto, como el que en la acción de Salta, sin precedente orden y sólo por un
convenio tácito y general, los escapularios vinieron a ser una divisa de
guerra: si alguno los había perdido, tuvo buen cuidado de ponerse otros, porque
hubiera sido peligroso andar sin ellos”.
El 20 de febrero se libró la
sangrienta batalla de Salta, no menos gloriosa que la del “Campo de las Carreras”. Aún resonaban los cañonazos, y escribía
Belgrano a Rivadavia estas líneas:
“El Dios de los ejércitos nos ha echado su bendición; la causa
de nuestra libertad e independencia se ha asegurado”.
El Cabildo de Buenos Aires le
obsequió con un valioso regalo, que fue acompañado de un oficio lleno de
elogios en memoria del triunfo de Salta, oficio que fue contestado en términos
tan agradecidos y tan nobles que constituyen todo un elogio del no menos
valiente que humilde servidor de la Patria.
Copiamos un párrafo pertinente a la religiosidad de su autor:
“conozco –escribía Belgrano- que
mi mérito es ninguno para la atención con que V. E. me favorece. La victoria del veinte próximo pasado no
es debida a mí, sino a la protección visible del cielo, y al imponderable valor
de mis compañeros de armas”.
Esta carta de Belgrano lleva
fecha de 31 de marzo de 1813. Dos meses más tarde, el 3 de mayo, escribía otra
al Cabildo de Luján, llena de devoción y agradecimiento a Nuestra Señora.
“Remito a Usía –escribe el piadoso general- dos banderas de división, que en la acción
del 20 de febrero, se arrancaron de las manos de los enemigos, a fin de que sirva presentarlas a los
pies de Nuestra Señora, a nombre del Ejército de mi mando, en el Templo
de ésa, para que se haga notorio el
reconocimiento en que mis hermanos de armas y yo estamos a los beneficios que
el Todopoderoso nos ha dispensado por su mediación y exciten con su vista la
devoción a los fieles para que siga concediéndonos sus gracias”.
Así escribía el general
Belgrano, así obtenía sus victorias, y de esa manera tan sencilla, agradecía
los favores que obtenía del cielo, por intercesión de su Reina, la Santísima Virgen.
*** Furlong, Guillermo: Belgrano,
el Santo de la espada y de la pluma. Bs. As, Club de Lectores, 1974, pp.
43-44.
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