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jueves, abril 29

¡Seguirme!


Visto en el excelente sitio: Reconquista y Defensa.




Finalmente, todos los integrantes de la fracción, escucharon la mejor y más hermosa orden que puede dar un Jefe: "¡Seguirme!". Pronto estarían inmersos en el combate.


Teniente Roberto Estévez: "¡Seguirme!"


Cuando el Teniente Estévez desarrollaba el Curso de Comandos en la Escuela de Infantería, durante el año 1982, durante el desarrollo de una exigente ejercitación propia de la especialidad, tuvo un paro cardíaco. El médico que lo atendió, no obstante declararlo muerto, continuó prodigándole los auxilios correspondientes; milagrosamente, reaccionó. En forma inmediata, sufre un segundo paro, del que vuelve a recuperarse. Fue enviado al Hospital en forma inmediata. Todos se quedaron sorprendidos cuando, al día siguiente, se presentó para continuar el curso.


Sin duda, el Señor prevé los mejores destinos para sus mejores hijos.


- "Señor Teniente Coronel, basado en mi propia experiencia, durante la Segunda Guerra Mundial en Italia, estimo que, por el potente fuego de artillería enemiga que se recibe más el cansancio de los soldados, será muy difícil sostener las líneas defensivas. Si Ud. me permite, creo que sería conveniente utilizar la Sección de Tiradores Especiales, del Teniente Roberto Estévez, a la que le reconozco un excelente espíritu para el combate."


El Padre Santiago Mora, Capellán del Regimiento de Infantería 12, le hizo esta proposición al Jefe del Regimiento. El Teniente Estévez se encontraba asignado a esta Unidad. Además del ejercicio pastoral en la Guarnición Darwin-Goose Green, sus recuerdos y experiencias, de veterano de guerra en el Teatro de Operaciones Italia, lo impulsaron a realizar esta proposición, por la gravedad de la situación.


- "Gracias, Padre, lo pensaré; mis asesores también me dieron el mismo consejo; esta Reserva es lo último de que disponemos. "


Después de un rápido análisis con su Plana Mayor, adopta la urgente decisión.


-" Teniente Estévez, como último esfuerzo posible, para evitar la caída de la Posición Darwin-Goose Green, su Sección contraatacará en dirección NO, para aliviar la presión del enemigo sobre la Compañía "A", del Regimiento 12 de Infantería. Tratará de recomponer, a toda costa la primera línea. Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino"

Luego, lo despidió con un fuerte abrazo. La difícil y crítica situación no le permitió agregarle ningún otro tipo de detalle a la orden; además, tratándose de Estévez, eran innecesarios.


-"Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final, y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen”...así fue la rápida arenga de Estévez.


Finalmente, todos los integrantes de la fracción, escucharon la mejor y más hermosa orden que puede dar un Jefe: "¡Seguirme!". Pronto estarían inmersos en el combate.


-"Para la Sección, sobre las fracciones enemigas que se encuentran detrás del montículo, ¡fuego! Artilleros, sobre el lugar, deriva 20 grados, alza 400 metros, ¡fuego! Esté atento Cabo Castro, en dirección a su flanco derecho, puede surgir alguna nueva amenaza..." -diversas órdenes se entrecruzaban en medio del fragor y la ferocidad de la lucha; finalmente, se logra bloquear el avance, y aliviar en parte la presión ejercida por los ingleses.


-Cabo Castro, me hirieron en la pierna, pero no se preocupe, continuaré reglando el tiro de la artillería -gritó, sin titubear, el Teniente Estévez.


-Enfermero, ¡rápido, atienda al Teniente! -ordenó Castro, con un grito.


-Me pegaron de nuevo, esta vez en el hombro. Cabo Castro no abandone el equipo de comunicaciones y continúe dirigiendo el fuego de artillería...-fue su última orden; un certero impacto en la cara, quizás de un tirador especial, lo desplomó sin vida.


- "Soldados, el Teniente está muerto, me hago cargo" - gritó Castro y continuó con la misión ordenada, hasta que fue alcanzado por una ráfaga de proyectiles trazantes, que llegaron a quemar su cuerpo.


-"Camaradas, me hago cargo del mando de la Sección, nadie se mueve de su puesto, economicen la munición, apunten bien a los blancos que aparezcan" -el Soldado Fabricio Carrascul, llevado por el ejemplo heroico de sus Jefes que yacen inermes en el glorioso campo de la guerra, impartió con firmeza su primera orden.


-Los ingleses se repliegan, bien, los hemos detenido y los obligamos a retirarse. ¡Viva la Patria! -gritó con alegría, Carrascul, al ver la maniobra inglesa. En ese momento, un preciso disparo, quizás del mismo tirador especial que eliminó a sus Jefes, le quitó la vida.

Habiendo cumplido con su misión, sin Jefes, agotadas las municiones y transportando sus muertos y heridos, la veterana y gloriosa Primera Sección de Tiradores Especiales se retiró hacia sus posiciones iniciales, habiendo cumplido con la Misión.


La carta póstuma que el Teniente Don Roberto Estévez dejó escrita, en cumplimiento de orden que se impartió al Regimiento, estaba dirigida a su padre. Esta se convirtió en un documento histórico:


Querido papá,


Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. El, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión? ¿no es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.


Lo único que a todos quiero pedirles es: 1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. 2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante, 3) que recen por mí.


Papa, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.


Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo.


Dios y Patria ¡O muerte!


Roberto.





Al diablo, (para allá van...)


Dios tenga misericordia de los jóvenes que se pierden en antros cómo estos. Dios nos de coraje a los jóvenes que no participamos de esta basura para saber combatirla. La juventud no es para el placer, sino para el heroísmo. Dios nos asista.

sábado, abril 24

Respetable párroco.



Arrecifes Junio 3/830


Respetable Párroco:


El moralizar las clases de los pueblos, el hacer gustar a los fieles las preces y alabanzas que por su antigüedad y melodía son insinuantes al corazón, el acostumbrar la juventud de ambos sexos a los actos de piedad, entonando reunidos en el templo canciones sencillas, me han movido a recordar el uso que en la casa de Dios y en las de familia se practicaba antes diariamente en un rato del día o de la noche.


Me complacería de que reviviese esa cristiana práctica, de modo que en todas las iglesias parroquiales después de rezado el rosario se oyesen entonar las buenas noches y otro de la Salve dolorosa, porque considero que los sentimientos que fundan mi súplica estarán de acuerdo con los de usted, pues estoy persuadido que practicando diariamente este ejercicio devoto, al paso que por su medio presentaría un motivo que excitase a la asistencia, al mismo tiempo imprimiría una devoción muy provechosa.


También la memoria del Jefe de la Provincia asesinado el trece de diciembre de 1828, y la de los que han fallecido en defensa de las leyes y en desagravio del atentado cometido contra la autoridad, sería muy conveniente recordarla diariamente después del rosario, rezándose en público un Padre nuestro con este objeto. Este recuerdo ayudaría a afirmar en los fieles el odio necesario a las sediciones y el respeto a las leyes.


Espero que el ministerio de usted recibirá con agrado mis súplicas. Ellas proceden del mejor deseo de su compatriota y atento servidor.


Juan M. de Rosas.



Circular enviada a todos los párrocos de la provincia de Buenos Aires


(Archivo General de la Nación, Bs. As., X-23, 9, 4)


jueves, abril 22

Una leyenda sanjuanina.



MANSILLA, Alberto: Argentina tiene Héroes. Cinco semblanzas de la Guerra de Malvinas. Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2003, pp. 128 a 133.


Así en Malvinas, en una noche plena de estrellas (el Héroe las observa como desgranando cuentas de un rosario) este soldado valiente y enamorado fue, por un momento, la verdadera Argentina.


UNA LEYENDA SANJUANINA.


La Argentina del 11 al 12 de junio, es la Argentina del repliegue, pero también la de la resistencia tenaz y heroica; la de la tensión y el miedo, pero también la del coraje hasta la herida o la muerte; la de los conductores ausentes, pero la que se da cuenta, en su conciencia nacional, de que se juega su honor y su futuro. Nuestra Nación da testimonio así, una vez más, de que la dignidad nacional se construye a fuerza de sangre y sacrificio; de arrojo y de heroísmo; de dolor de muerte y de olvido de sí mismo.


El 12 de junio, las posiciones argentinas están ordenadas de este modo: al norte, sobre Wireless Ridge, la Compañía «A» y «C» del Regimiento de Infantería 7; un poco al sur la Compañía «A» del Regimiento de Infantería 3 y a retaguardia de las tres compañías el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10. Al sur de estas posiciones y al norte de Tumbledown, está la Compañía «B» del Regimiento de Infantería 6; en Tumbledown y Williams y Sapper Hill, el Batallón de Infantería de Marina 5, reforzado por la Compañía «C» del Regimiento de Infantería 3. A espaldas de este segundo cordón defensivo ya se ve Puerto Argentino.


Silva y sus hombres llegan en su repliegue a ésta última posición que ocupa el Batallón de Infantería de Marina 5. Los integrantes de esta unidad los reconocen y los guían entre los campos minados a sus posiciones. Nuestro héroe mantiene a su gente bajo su mando mientras que Llambías, que había tenido a su sección bajo fuertes combates durante largo tiempo, la manda a retaguardia.


Esa tarde y esa noche del 12 al 13 de junio, duermen en esas posiciones sin puesto asignado.


El 13 de junio a la mañana les ordena ocupar nuevas posiciones.


Llambías es enviado a una posición cuyo jefe está herido; y Silva va a la cuarta sección de la Compañía Nácar, bajo las órdenes del Teniente de Corbeta Vázquez, en la zona donde el responsable era el Teniente Miño; justo en la parte mas importante de Tumbledown.


Entonces estos dos hombres que han sellado su amistad con el sacrificio, se despiden: el oficial más joven le dice a nuestro héroe que presiente que le va a pasar algo. Silva, magnánimo y comprensivo, le asegura que eso no será así. Pero en caso de que a él le ocurriera algo, le pide que hable con el padre y le cuente todo.



Y se separan para no volver a verse jamás.

Ya está dispuesto que las colinas de Tumbledown sean el lugar del sacrificio. Debe ser allí y esa misma noche, como Dios lo quiere. Esto es lo que ya sabe el Subteniente Silva y, sin querer ser soberbio, se lo deja entrever al Subteniente Llambías.


Sólo falta ocupar su puesto y esperar.


Mientras tanto la Brigada 5 de Infantería al mando del Brigadier Tony Wilson es la encargada de sobrepasar a la brigada 3 de Comando (Comando 42, Comando 45 y Batallón de Paracaidistas 3) para atacar a los argentinos en la noche del 12 de junio. Pero el agotamiento por el esfuerzo realizado y algunos inconvenientes logísticos, posponen el ataque inglés.


El 13 de junio se prepara intensamente esta segunda fase de la maniobra británica. El Regimiento de Paracaidistas 2 se enfrentaría con las posiciones de Wireless Ridge, y contra Tumbledown y Williams irían los Guardias Escoceses y los Gurkhas.



El Teniente Coronel Chaundler, jefe de los paracaidistas, de acuerdo a sus experiencias (esta unidad ya había combatido en Ganso Verde) exige un gran apoyo de fuego: los morteros de los regimientos 2 y 3; los vehículos Scorpion y Scimitar, fuego naval, apoyo mas intenso de la artillería y la utilización de los misiles Milan. En una palabra, prepara un terrible poder de fuego para aniquilar sin combatir.



Y algo de esto hay en los combates; aunque los argentinos (dos compañías del Regimiento 7) no dejan que se cumpla totalmente.



Las alturas de Wireless Ridge son defendidas ferozmente y su desalojo cuesta mucha sangre inglesa.



Un poco más al sur los guardias escoceses se preparan para el combate. El Teniente Coronel Mike Scott piensa que lo mejor es lanzar un ataque de distracción desde el sureste, mientras que la ofensiva principal se lleva a cabo desde el oeste con tres fases de un ataque de compañía cada uno, contra cada sección de Tumbledown.



En la mañana del 13 de junio, el batallón se reúne en la zona de Goat Ridge y allí revisa el plan de ataque. La Compañía «G» avanzaría en primer lugar, seguida por la Compañía «Flanco izquierdo» y más atrás la Compañía «Flanco derecho». La fase uno consiste en que la Compañía «G» capture la parte más occidental de Tumbledown, luego la «flanco izquierdo» atraviesa a la anterior y lanza su ataque sobre la parte principal de la montaña (fase dos) y la fase tres consiste en que la Compañía «flanco derecho» rodee la anterior y asegure la parte oriental del objetivo.

Al llegar la excesivamente fría noche, se lanza el ataque de diversión al mando del mayor Nicholas Bethell. Los ingleses se hacen ver desde el sureste y se inicia un intercambio de fuego con Monte Williams. La resistencia argentina es encarnizada pero los británicos lanzan una cortina de fuego arrolladora. Este ataque lleva dos horas de duración y el avance sobre Tumbledown ya está en marcha. De manera que los hombres del mayor Bethell inician el repliegue no sin dejar mas heridos bajo el fuego de la artillería patriota.



A las 21 horas, la Compañía «G» inicia su avance y encuentra su objetivo abandonado o, mejor dicho, no ocupado por los argentinos. De manera que la primera fase (ocupación de la parte más occidental de Tumbledown) es rápidamente cumplida.



Mientras tanto, el plan táctico del mayor Kiszely (jefe de «Flanco izquierdo») es avanzar con dos pelotones, dejando el tercero de reserva. Ambas fracciones lo hacen: una al mando del Teniente Stuart trepa por el norte del cerro; mientras que la del teniente Mitchell, avanza hacia las posiciones enemigas por las laderas más bajas.



Pero en la parte principal de Tumbledown, la cuarta sección de la Compañía «Nácar», espera con ansias el combate. Vázquez desconoce los planes ingleses; pero tiene a su gente preparada para defender su posición; entre ellos al personal a cargo del Subteniente Silva. El ataque de diversión sobre Monte Williams los había alertado pero en sentido contrario a la verdadera maniobra británica. Porque mientras Bethell y sus hombres hostigaban a los hombres del BIM 5, los Guardias escoceses ocupaban la parte occidental de Tumbledown. Pero cuando inician el avance hacia la zona ocupada por la Compañía «Nácar», es inevitable la detección del enemigo por parte de los infantes argentinos.

Por eso un soldado patriota observa el movimiento del teniente Mitchell y abre el fuego.



Entonces comienza la epopeya.



En el cielo las estrellas dibujan ángeles, arcángeles y demonios en combate; porque por cada acción buena que se realiza en la tierra, una batalla se libra también en el cielo. Aquí abajo entre la turba y el frío, a imitación de aquellos de arriba, el Subteniente Silva entra en combate.



Lo atacan por el frente, una y otra vez, resistiendo siempre pese a la superioridad británica. Luego el pelotón inglés que va por la parte más elevada del cerro, comienza a disparar encerrando entre dos fuegos a la fracción de nuestro Héroe: Silva combate hacia delante y hacia atrás.



En esa situación relucen todas las condiciones del soldado y del jefe: combate, ordena, alienta, arrastra y empuja a la gente, lidera a sus hombres y colabora con la conducción de Vázquez. Es incansable. En medio del fantasmal ataque nocturno, con sus luces y oscuridades, con sus gritos y silencios, con sus siluetas irreconocibles; en medio de todo, está la figura del combatiente Oscar Silva. Nadie puede creer la energía que despliega este hombre. Parece animado por una fuerza superior a la humana, y más aún, se nota que le ha perdido el miedo a la muerte.



De pronto hieren al apuntador de FAP, arma muy necesaria en el combate. Silva no duda: salta de su posición y corre adonde estaba el soldado con el pesado fusil. Llega. Comprueba que está muerto. Sale de allí. Vuelve a su posición y cuando está por entrar en la misma, una ráfaga le impacta en la cintura y cae muerto.



Entonces termina la epopeya y comienza la leyenda.



Ésta nos habla de un joven sanjuanino que sale de su árida provincia dispuesto a defender su tierra hasta hacerse uno con ella.



Y este hombre es soldado. Porque es subordinado hasta el máximo sacrificio; obediente hasta la propia muerte; respetuoso de las jerarquías superiores; poseedor de las más grandes cualidades de mando, del sentido de la justicia y del mas austero ejemplo de vida.



Y este hombre es coraje porque aún con todo lo anterior un guerrero es nada si no lo tiene. Contra el valor no hay ningún arma, técnica o adelanto científico capaz de vencerlo.



Y este hombre es Amor pleno, llano, recto, indestructible, capaz de ser armadura, coraza y escudo; yelmo y espada; entrega y olvido de si mismo.



Así en Malvinas, en una noche plena de estrellas (el Héroe las observa como desgranando cuentas de un rosario) este soldado valiente y enamorado fue, por un momento, la verdadera Argentina.



jueves, abril 15

Los frutos (económicos) del falso Ecumenismo.

Y... algún fruto tenía que dar el Ecumenismo... Aunque sea un fangote de guita a la gente de Exprinter, al rabino ultrarreligioso y al párroco del Socorro...


lunes, abril 12

El Perro.


“No sé rendirme: después de muerto hablaremos.”

Sargento Mario Cisnero.


MANSILLA, Alberto: Argentina tiene Héroes. Cinco semblanzas de la Guerra de Malvinas. Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2003, Cap. IV.


Alrededor, dos cadenas de sierras pampeanas; al este la famosa cuesta del Portezuelo; al oeste el Ambato imponente de 4500 metros, y al norte las estribaciones que van a dar a Tucumán por el cañón del Paclín. Al sur los llanos semidesérticos de La Rioja.


Viento incesante. Clima seco –mucho más entonces que ahora- vegetación rala salvo cerca de los ríos del Valle y el Tala, que encierran la ciudad al oriente y al occidente, respectivamente.


Vida tranquila, sin sobresaltos, a pleno sol, a paso lento, a pura siesta de mediodía hasta las seis de la tarde. Vida tranquila pero dura, como en muchas partes del noroeste. Casi siempre angosta y un poco chica, como el valle. Y a veces grande, imponente, firme como de piedra. Como los cerros azules de Catamarca.


En esta parte de la Argentina, durante el año 1956, nació Mario Antonio Cisnero. Octavo fruto de un matrimonio catamarqueño que aún traería dos hijos más a este mundo. Cinco hermanas, y dos hermanos lo habían precedido, pero de todos ellos, era el único que desde pequeño comenzó a sentir el llamado de las armas.


Comenzó a demostrar pequeñas manifestaciones de su vocación, como la que sigue: el Regimiento de Infantería 17 hacía instrucción en un campo cercano a la casa de los Cisnero. Naturalmente, como era de costumbre en aquella época, la unidad salía de su asiento precedido por la banda que tocaba las correspondientes marchas militares. Todo esto sin saber que tenían un pequeño e infaltable espectador: Mario Cisnero, que se escapaba de su casa cuando escuchaba los sonidos castrenses.


Otra vez, con más edad, ya adolescente, una pequeña patota tuvo la mala idea de molestarlo. Eran varios y más grandes que él, pero temerariamente los corrió a tiros de un (vulgarmente llamado) “matagatos” que poseía. Por eso hubo que ir a sacarlo de la comisaría. Con todo, para esa edad ya cursaba los primeros años de la escuela secundaria; manteniendo en ella su carácter inquieto e indisciplinado. Pero iba madurando la idea de seguir la carrera de las armas.


Paralelo a esto, había asentado una firme vida religiosa que no había interrumpido nunca.


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En 1971, decidió entrar a la Escuela de Suboficiales. Rindió el ingreso y se incorporó –previo permiso del padre- en 1972. Entonces se repitió la historia: el humilde provinciano que vino al gran urbe acompañado de su madre, cargado de ilusiones y dispuesto a conquistar el universo.


Entre su sueño estaba el de ser infante. Le pareció que ésta era el arma más combativa. Lo consultó con su hermano Héctor que acababa de hacer el servicio militar en el Regimiento 17, y éste le contestó que era la mejor elección.


La época de aspirante no tuvo más que las características comunes.


Al principio se alojó con un tío en el Barrio de la Boca; luego compartió una habitación de hotel con su hermano en Avellaneda. Siempre alegre y entusiasta, parecía no pasar malos momentos. Era muy querido por sus compañeros y, a la vez, muy apegado a la familia.


Cuando viajaba a su provincia se preocupaba por predicar la unión familiar apoyándose en la oración conjunta y en el pilar de su hogar: su madre, por la que tenía especial predilección.


En su vida privada era muy reservado; en sus aspectos formales, sobrio y discreto.


Tal empuje, alegría y esfuerzo, se vieron coronados en diciembre de 1973, cuando egresó como cabo.


De allí, del Instituto de formación de suboficiales, fue a realizar el curso de perfeccionamiento a la Escuela de Infantería.


A partir de abril de 1974, fue destinado al Regimiento de Infantería Aerotransportada 2 en donde consiguió la aptitud de paracaidista y pasó a integrar la escuadra de pentatlón de la unidad.

Se destacaba siempre en toda actividad que exigiera esfuerzo y a través de éste daba siempre un gran ejemplo.


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Pero eran tiempos difíciles para la Patria. Transcurrían los años de la Guerra contra la Subversión. En las cartas a su hermano Héctor guardaba un gran silencio sobre los datos que pudiera dar, pero ya se quejaba –a pesar de sus pocos años de experiencia- de este Ejército que no hacía de la Guerra un Combate por Dios y por la Patria. Aunque sentenciaba en confianza: “quedarán ellos o quedaremos nosotros”.


En 1976 es ascendido al grado de Cabo 1ro. y con esa jerarquía participó de algunas operaciones de su unidad en Tucumán.

Al año siguiente hizo el curso de comandos y con éste se inició la mejor etapa de su vida. Se sentía muy cómodo entre estos solados y comenzó ese especial espíritu de cuerpo que poseían. Sus cualidades son también reconocidas por sus superiores, porque a fines de aquel mismo año 1977, le salió el pase a la Escuela de infantería, con asiento en Campo de Mayo.


Allí formó parte de la primera subunidad de comandos y se desempeñó como instructor de comandos y paracaidistas durante tres años.


Tejió pacientemente –sin proponérselo- por esos años su fama de “duro”. No inventaron esto; era exigente consigo mismo y, en la misma medida, con el personal a sus órdenes. Porque esto fue lo que soñó Mario Cisnero para su milicia: un estilo de vida donde el sacrificio, la exigencia y las pruebas materiales y espirituales fueran cotidianas.


Por esta misma época nació el “Perro” Cisnero. Ya no era el mismo suboficial egresado de la Escuela Cabral. Ahora se había convertido en un militar que instruía tropas especiales y que se destacaba entre ellos por sus condiciones y autoexigencias; un soldado que preparado para la guerra comenzaba a sentirse incómodo en un ejército demasiado habituado a la paz; un guerrero que-como tal- entendía las falencias de nuestras Fuerzas Armadas.


En 1979 fue designado para hacer el curso de comandos en el Perú y a fin de ese año fue ascendido a Sargento.


Pero todo esto no conformaba aún a Cisnero.


Siguió buscando una mayor capacitación profesional. Así es que probó con el ingreso a la Escuela de Inteligencia.


Durante todo el año 1981 estudió en dicho instituto y a fin del período egresó como técnico en Inteligencia. De paso fue reconocido por sus camaradas como el mejor compañero.


Luego lo mandaron destinado al Destacamento de Inteligencia 161 de Santa Rosa, La Pampa.


Y allí comenzó el año 1982.


Mario Cisnero desarrollaba su nueva especialidad con una inefable inquietud. Porque no estaba cómodo con su actividad. Lo había buscado tratando de capacitarse más. Conseguido esto, se dio cuenta de que no era suficiente. Su espíritu y su cuerpo le pedían batallas.


Una vez más –como en otros hombres de armas- el instinto de la guerra se puso en funcionamiento. Era una fiera acorralada: parecía una semilla aprisionada que pugnaba por transformarse en planta y en árbol; asemejaba a una corriente de agua que luchaba por abrirse paso hacia el mar.


Atrás había quedado el simple hombre. Había madurado su vocación, entendido su misión y velado las armas. Era ahora un guerrero.


Restaba esperar.


Amanece en la Argentina el 2 de abril d 1982.


Al habitual movimiento de los astros se suma el sacudimiento del alma nacional. La Patria sale de un prolongado letargo y parece un gigante que se levanta de un largo sueño y que no sabe al principio cómo encauzar sus fuerzas. Aunque no tarda en lograrlo y entiende, de pronto, que tiene entre sus manos una gran causa por la cual vale la pena empeñar el presente. Porque esto asegura tener un futuro.


El Sargento Cisnero se presenta a su jefe en La Pampa. Le pide ser enviado inmediatamente al Teatro de Operaciones. Pero todo está muy verde todavía y no se le puede dar otra respuesta que la negativa. El Sargento obedece. Con santa envidia, claro está, por sus camaradas movilizados. Con ansiedad porque parece que la oportunidad se le escapa de las manos. Allí está: su Ejército marcha a Malvinas para combatir. “Les presentaremos batalla…” dijo el Comandante en Jefe; también “cuatro, cuatro mil o cuatrocientos mil…” y él en Santa Rosa.


Piensa en cada momento qué puede hacer desde su lugar por la Patria. Decide entonces donar el 50 % de su sueldo para el Fondo Patriótico e insistir en que se lo incluya entre el personal movilizado. Nuevamente le contestan que no.


Mientras tanto los días transcurren y el conflicto comienza a desarrollarse el 1º de mayo. Nuestros combatientes comienzan a resistir. Y otros soldados acá se desesperan por compartir el sacrificio.


El viernes 21 de mayo, en el Comando en Jefe del Ejército, en la Jefatura del Estado Mayor, ocurre un hecho importante:


“Llegó el viernes 21, y poco antes del mediodía se hallaban reunidos Minicucci y Rico en el despacho de León, antesala de la entrevita con Vaquero. Conversaban de los que les interesaba, cuando se presentó el otro ayudante del Jefe del Estado Mayor, Teniente Mugnolo, cuya rapidez en el actuar venía facilitar las cosas. Puesto que, participando del tema, se puso en claro, y sin vacilar ni consultar a ninguno de los presentes, se metió en el escritorio contiguo y presentó el hecho ya consumado:”


“-Permiso mi general. Está afuera el jefe de la Compañía de Comandos 602”.

“Vaquero se encontraba con el General Podestá, Jefe de la División Personal, ignorantes ambos de la reunión vecina. El Jefe de Estado Mayor, asombrado, porque todavía no había recibido propuesta alguna, preguntó quién era y ante la aclaración de su ayudante Mugnolo, ordenó que pasara Aldo Rico”.


“-¿Puede usted juntar veinte comandos para mandar a Malvinas? –tanteó el General Vaquero, con la primitiva idea de los reemplazos, y no tratando aún de refuerzos”.


“-Podemos reunir cuarenta y formar otra compañía, -repuso Rico. Vaquero, marchando ya sobre este proyecto, volvió a inquirir cuánto tiempo tardaría en reunirla. La respuesta fue inmediata:”


“-Lo que tardemos en traer al personal de las distintas unidades del interior”.


“El Jefe del Estado Mayor hizo a Rico otra pregunta indispensable:”


“-¿Y con qué la remontamos?”.


“-Con el equipo individual de Intendencia que dispone la Escuela Militar de Montaña de Bariloche, y demás equipos disponibles en la Escuela de Infantería”.


“-Listo Rico, haga. Empiece a organizar la Compañía”.


“Todo había sido previamente concertado por el Mayor Ángel León actuando de elemento aglutinante; y Rico salió del despacho convertido en el Jefe de la Segunda Compañía de Comandos”. [1]


El Mayor Rico pone manos a la obra. Pide equipos a la Escuela Militar de Montaña, coordina con el Coronel Minicucci el alojamiento de los comandos en la Escuela de Infantería, trata de conocer un poco más de la situación militar en el teatro de operaciones y comienza a convocar –por radiograma secreto y en clave- a los hombres que necesita y que están en el interior.


Uno a uno salen los mensajes a distintos puntos del país. Córdoba, San Juan, Mendoza, Salta, Tucumán… Santa Rosa.


Silencio y oscuridad en la habitación del “Perro” Cisnero. Es muy tarde ya y no puede conciliar el sueño pensando en la guerra. Las horas de la noche se han transformado en un largo suplicio del insomnio. Es que los verdaderos hombres de armas forman una jerarquizada hermandad en donde los sufrimientos de uno son los de todos. Y por eso, la lejanía de las islas no lograba más que aumentar sus padecimientos.


No soporta más la cama. Las sábanas están demasiado tibias mientras que la turba es demasiado fría. Se levanta. Se coloca las medias blancas, la camisa verde, el pantalón de combate, los borceguíes. Va al baño. Se lava, peina y cepilla los dientes. Vuelve. Se coloca el pullóver y la chaquetilla de combate. Se ajusta los borceguíes y se encastra el cinturón. Mira la hora: la una de la mañana en punto. Ya está listo. ¿Listo para qué? No sabe la razón, pero está listo. Toma su silla y se sienta frente a la pequeña mesa de la que dispone en su cuarto. Abre la libreta de anotaciones en una hoja al azar y lee la frase que más le gusta:


“Mi respuesta: No sé rendirme. Después de muerto hablaremos”.