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viernes, diciembre 30

El Tala (27/X/1826).


La noticia de la batalla de El Tala cae como una bomba en Buenos Aires al saberse que Lamadrid ha sido derrotado. La oligarquía porteña no sale de su asombro. ¿Cómo? ¿Qué? ¿El general Facundo Quiroga derrotando al fiero Lamadrid? ¿El general Facundo Quiroga? ¿Qué general es éste? ¿Un gaucho, un paisano, un montonero?





por Pedro De Paoli *


Ya Presidente de la República, don Bernardino, da una prueba mucho mayor de que no es ningún iluso ni ningún romántico. Escribe a Hullet Brothers, de Londres: “Las minas son ya, por ley, propiedad nacional, y están exclusivamente bajo la administración del Presidente”. Mayor inmoralidad y desparpajo en un mandatario no puede pedirse.

Así está Rivadavia, y así sus diputados y ministros socios suyos en la Minning, cuando les causa asombro que un oscuro general de provincia, se cuadre frente al avasallamiento que intentan de las autonomías de las provincias y de los bienes y las fortuna de sus habitantes.

Pero no se arredró don Bernardino ni sus comitentes, por el contrario, les causaba risa la pretensión del provinciano audaz que se atrevía, tan luego, sí, tan luego, con el indomable Lamadrid.

Allá en La Rioja las cosas, empero se ven de otra manera: calculan que la lucha ha de ser dura y larga y que si bien la justicia está de parte de las provincias, los recursos de Buenos Aires son muchos, y habrá que ceñirse bien el cinto.

Se elige con cuidado a la gente que debe remontar los escuadrones: todos mozos guapos y ágiles; se selecciona la caballada, nueva y bien vareada; se inspeccionan bien las tercerolas, se repasan los cañones, y se cuida que la pólvora sea de primera calidad: nuevecita y bien seca.

Facundo elige cuidadosamente sus oficiales, sus ayudantes, su trompa de órdenes y su tambor. Previene que el avituallamiento sea sano, fresco y abundante. Y una atardecer plácido de octubre, el ejército, sin banda de música ni alharacas, abandona su acantonamiento de La Rioja y siguiendo la mirada penetrante de Facundo, endereza hacia Tucumán.

A través de la larga travesía, cruza pueblos y villorrios, y la gente sale a ver esa tropa tan correcta y vistosa que se dirige hacia el norte atravesando Catamarca. Los más de los soldados son hijos de familias pastoras, gauchos de Los Llanos, labradores de Chilecito y Vinchina, artesanos de la capital. Todos han dejado su familia para ir a la guerra acudiendo al llamado del gobernador Villafañe y del caudillo de Los Llanos. Muchos de los oficiales son hacendados, viñateros, hombres afincados de regular fortuna, pero solidarios con la causa de su provincia. Los menos son soldados de profesión, que son escasos en La Rioja, ya porque no se los necesite, ya porque el erario público no puede mantenerlos.

Pero el ejército riojano marcha entusiasmado; saben  sus componentes que desde Buenos Aires se atenta contra la libertad de la provincia, contra la economía del pueblo y se pretende, además, arrebatarle a La Rioja sus riquezas naturales para entregárselas a extranjeros.

El ejército hace alto en los puntos donde puede encontrar agua, que va escaseando en toda la ruta, y llega por fin a topar con las patrullas de exploración de Lamadrid. El ejército hace alto: Facundo con un pequeño grupo de soldados avanza y explora el lugar: allí, un poco a la izquierda hay un sitio muy a propósito para una batalla: es el campo de El Tala.

Los dos ejércitos, frente a frente, se alinean en formación de batalla, abriendo sus alas de caballería y colocando en medio los pocos cañones de que disponen, mientras la infantería, que  también es escasa en ambos bandos, cubre los claros entre las dos alas un poco a la retaguardia.

Lamadrid galopa de un escuadrón a otro impaciente y nervioso, sin poder ya dominar su instinto guerrero y acometedor. Facundo, al frente de un nutrido escuadrón  de reserva se coloca hacia dentro de su ala derecha. No ha retumbado aún en el aire el quinto cañonazo cuando los clarines tocan “al ataque”. Las alas de caballería, como en un gigantesco respingo, arrancan al galope entre el blandir en alto de los sables y los alaridos estridentes de algunos soldados que no pueden impedir el atavismo indígena que llevan dentro. Chocan caballos y hombres mientras los pocos cañones vomitan metralla y la infantería, lentamente al principio, y a paso de carga luego, avanza y avanza despreciando el fuego contrario.

El ala izquierda de Facundo cede campo al enemigo, retrocede o simula una conversión de pocos grados; el ala derecha, donde está Facundo con su escuadrón elegido, viene a quedar un tanto al sesgo, “en pleno oblicuo”. Las caballerías de Lamadrid tocan a triunfo y pechan el ala izquierda riojana hacia atrás, mientras el ala derecha, combatiendo, no se mueve de su primitiva posición. Cuando lo que podría llamarse  la retaguardia de la caballería de Lamadrid está a la altura del grueso del ala derecha de la caballería de Facundo, éste se coloca al frente, enarbola su lanza, da la orden de ataque, que el trompa de órdenes repite en el cobre, y como un rayo esa tropa riojana se precipita sobre el anca de la caballería de Lamadrid. Todo cambia entonces: tomada la caballería de Lamadrid entre dos fuegos, pues el ala izquierda que simulaba el retroceso vuelve a grupas, el desastre tucumano es pavoroso. Todo se deshace, todo se pierde. Rota la formación de Lamadrid, solo un grupo bien montado, con su general al frente, da la cara. Pero la avalancha riojana todo lo deshace, y pocos momentos después no quedan más que fugitivos, muertos y heridos tucumanos.

El ejército riojano se toma un corto resuello, y enseguida circula la orden de Facundo: hay que atender a los heridos y recoger a los muertos. Salen chasques a la ciudad para dar parte de la batalla a las autoridades y para que los familiares de los muertos se hagan cargo de los cadáveres (1). Cuando todo está debidamente atendido, Facundo toma sus disposiciones para restablecer el orden en la ciudad y en la provincia. Escribe a Ibarra, gobernador de Santiago del Estero y a Bustos, gobernador de Córdoba. Indaga qué suerte ha corrido el general Lamadrid, porque él ha de estar en todo (2). Y luego, tranquilamente, sin ruidos ni alharacas, ordena el regreso a La Rioja, donde ha de licenciar a su tropa, para que cada cual vuelva a sus ocupaciones, porque su ejército “no es de profesionales de la muerte, sino de labradores y hacendados” (3)

La noticia de la batalla de El Tala cae como una bomba en Buenos Aires al saberse que Lamadrid ha sido derrotado. La oligarquía porteña no sale de su asombro. ¿Cómo? ¿Qué? ¿El general Facundo Quiroga derrotando al fiero Lamadrid? ¿El general Facundo Quiroga? ¿Qué general es éste? ¿Un gaucho, un paisano, un montonero?
Pero allí, cerca de los oligarcas que así se expresan, está el porteño don Julio Costa, hombre adinerado, de gran prestigio y de mucho respeto. Y como quien no quiere la cosa, mirando de soslayo a todos y hablando como consigo mismo, explica lo que no alcanzan a comprender: ¿Gaucho? Sí, tal vez, como es gaucho el general Martín Güemes. ¿Montonero? Cuando conozcan el parte circunstanciado de la batalla de El Tala sabrán si el ejército de Quiroga se ajustó o no a la más estricta táctica militar de Julio César y del mismo Napoleón, y su tropa era disciplinada como la que más, o no. ¿Paisano? Posiblemente, porque no es militar de carrera, no ama la guerra y es expresión genuina de la tierra criolla. ¡Paisano, sí, hombre de tierra adentro, hacendado fuerte, de gran fortuna, hombre de su terruño, con su mujer y sus hijos, hidalgo, hombre de gran estirpe señorial española y gallega para más dato, caudillo, respetado por los hombres de poder y de mando, y amado por todos los pobres y necesitados de la región! ¿El general don Juan Facundo Quiroga, gaucho, paisano, montonero? Andense con cuidado, no ser que la oligarquía porteña de la logia de “Los Caballeros de América” hallen la horma de su zapato, pese al falso relumbrón de su falso presidente.

Y don Braulio Costa toma su galera de pelo, su bastón, se ajusta bien la larga levita, y se aparta de la reunión rumbo a su casa, desde donde enviará una “reservada” a su mandante el general don Juan Facundo Quiroga, socio principalísimo de las minas de plata de Famatina, en la Rioja.

Los oligarcas logistas quedan perplejos. A ver como se esfuman todos esos grandes negocios que ha traído de Londres don Bernardino. A ver como es todo humo de paja que aventa al diablo un oscuro general de provincia. Y presurosos vánse en grupos a la casa de don Bernardino.

Allá está el presidente, rodeado de sirvientes y de esclavos, enhiesto, duro, tieso, todo respingado y de mal humor porque ha tenido que echar de su casa a un insolente amigo de la infancia, que se ha permitido segui tuteándolo sin advertir que ahora es el Presidente de la República.

Los amigos y socios se quedan poco cohibidos, pero poco a poco se van recobrando, insinúan algunas palabras; algunos más audaces intentan una sonrisa y por fin lo rodean y tres o cuatro de ellos se sientan.

Por fin, alguien, con palabras entrecortadas, para ir sondeando la impresión que causan en el señor presidente, se refiere al resultado de la batalla de El Tala. Don Bernardino se encrespa más de lo que es, el color moreno oscuro de su cara se hace más subido, sus gruesos labios se alargan y sus ojos, de por sí un poco salidos de las órbitas, parecen salirse más aún. El atrevido que tuvo la osadía de hablar de la batalla se encoge en el asiento arrepentidísimo de haber hablado. ¡Todos enmudecen! ¡Qué irá a decirles, ahora, el señor presidente! Y cuando ya se preparan para decir que ellos no tienen la culpa ni de la batalla, ni de la derrota de Lamadrid, el excelentísimo señor presidente don Bernardino Rivadavia habla, habla pausadamente, en voz baja, como consigo mismo. Pero no se refiere a la batalla en sí, sino a un asunto que lo preocupa más que el hecho militar, que la política: se refiere a su negocio, al negocio de las minas: Si, él se refiere a otra cosa, a los mineros ingleses que ya hace una semana que partieron para La Rioja a posesionarse de las minas de plata de Famatina que son propiedad de la provincia de La Rioja y de Facundo Quiroga. Si, señores, esos mineros ya han partido, creyendo Rivadavia que Lamadrid triunfaría sobre Facundo. ¿Qué será de ellos cuando, en La Rioja, se encuentren, mano a mano, y cara a cara, con Facundo? Don Bernardino guarda silencio un instante. Algunos de los oligarcas de la logia “Los Caballeros de América”, le oyen decir, después, muy bajo, casi musitando: ¿Y qué será, luego, de todos nosotros, cuando se sepa en Inglaterra?...



Notas:

(1) Como en todos los casos, el comportamiento de Facundo fue aquí ejemplar: Dice el historiador Zinny: “Lamadrid y su hermano político don Ciriaco Díaz Vélez, que también había sido herido, fueron perfectamente asistidos en Vipos, por Quiroga”. Sarmiento dice en Facundo, refiriéndose a este hecho y a los que le siguieron: “En todas estas tres expediciones, en que Facundo ensaya sus fuerzas, se nota todavía poca efusión de sangre, pocas violaciones de la moral”. Aunque, regateándole, reconoce en Facundo su conducta humanitaria.


* DE PAOLI, Pedro: Facundo. Vida del Brigadier General Don Juan Facundo Quiroga, víctima suprema de la impostura. Bs. As., La Posta, 1952, pp. 109-113.
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Los muchachos, haciendo lo que saben hacer.

Un mail que conduce a un artículo de La Botella al Mar





S.O.S.


Ayer hablé con el Padre von Wernich quien me llamó desde el campo de concentración de Marcos Paz en el que se encuentra secuestrado por esta tiranía. Me contó que el régimen carcelario se ha hecho más cruel desde que el Director de Servicios Penitenciarios Federales es un integrante de la agrupación delictiva autodenominada "La Cámpora. 

Entre otras cosas, han cerrado la capilla del pabellón donde se encuentran los secuestrados políticos y en la que antes el Padre von Wernich, después de celebrar misa en privado (puesto que ya hace rato que les prohiben asistir a la misa  a los otros detenidos) guardaba el Santísimo Sacramento en el Sagrario donde lo podian adorar los otros presos. 

Ahora no pueden entrar a la capilla sino en ciertas ocasiones no religiosas. La "Hora Santa" está suprimida. El Padre von Wernich tiene una prohibición especial de dirigir las oraciones de los otros. Obviamente ellos no pueden comulgar las hostias consagradas por el Padre que es tratado como un laico más, ignorando su sagrada condición sacerdotal. 

Es decir, los desgraciados internos no pueden beneficiarse de la inmensa gracia que significa que un sacerdote este detenido con ellos y pueda prestarles el auxilio espiritual de nuestra Santa Religión. 

¿Qué razón hay para esto? No puede haber otra que odio a la fe católica, en abierta violación de la doctrina católica y del artículo 2do de  la Constitución Nacional: "El gobierno federal sostiene el culto católico, apostólico romano." 

Según me informó el Padre, las capillas de los otros "pabellones" de presos han sido convertidas en depósitos de trastos viejos, profanándose el destino religioso que inspiró cu construcción. 

Es decir, estos esclavos de satanás que nos tiranizan no se conforman con mantener en la cárcel a los mil secuestrados que aprisionan contra todo derecho sino que, además, les privan del único consuelo que pueden tener en esta vida y es la adoración del Santísimo Sacramento, la oración en lugar sagrado y la invocación al auxilio divino, visto el abandono inaudito en que los han dejado los hombres. 

¿Qué argumento puede esgrimir el canalla de "la Cámpora" que ordena esta monstruosidad para hacerlo? No tiene ninguno, a no ser su odio insaciable contra la fe católica. 

¿Cómo debemos responder los católicos a ese odio?  Con una disposición completa para el combate total. Eso de "poner la otra mejilla" se refiere a las ofensas personales pero no a las que se cometen contra la Religión o contra los hermanos indefensos. 

Ahora no tenemos cómo responderles tal cual se merecen pero sí podemos prepararnos para el día en que se pueda y, entretanto, apelar a la conciencia de todos los hombres de bien de este país y del mundo para que exijan el respeto a esa última libertad que les quedaba a los que han sido privados de las otras por la arbitrariedad más repulsiva que se tenga memoria desde los campos de concentración nazis o de la KGB. 

Esta apelación de dirige en especial a los Señores Obispos. El Padre von Wernich depende de Mons. Elizalde, Obispo de 9 de Julio, Provincia de Buenos Aires quien debería hace rato haber levantado su poderosa voz para reclamar por estas atrocidades que se comenten contra un sacerdote incardinado en su diócesis. Él sabe que no es culpable de los crímenes que le imputan pues no le ha retirado el permiso para decir misa ni para confesar penitentes. Pero no se atreve, por cobardía, a reclamar vehementemente en defensa de su libertad sacerdotal, ya que no física. 

Ni qué decir de Mons. Bergoglio, Presidente hasta hace poco del Episcopado Argentino y de su actual titular. Su silencio es una estridente acusación contra ellos de la que creo que Dios les pedirá cuentas. 

* * * 

Los jueces que mantienen en la cárcel a estos hombres desde hace ocho años, sin derecho alguno o con sentencias basadas en el “testimonio" de testigos falsos y parciales por haber sido enemigos de ellos en la lucha antiterrorista, deben recordar que el artículo 18 de la Constitución Nacional dice: "Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de los que aquella exija, hará responsable al juez que la autorice". Algún dia deberán responder por esta prevaricación. 

Ocurre que el "juez de ejecución" de la "pena" impuesta al Padre von Wernich es un juez de raza judía llamado Rosansky, que supongo también lo es de religión. Es extremadamente probable que esté persiguiendo al Padre von Wernich por ser sacerdote católico y quiera privar a los demás secuestrados de los auxilios espirituales que él les puede prestar. Con eso comete el horrendo crimen de “discriminación” (tan pregonado por él y sus cómplices) y viola abiertamente el art. 18 de la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU del 10/12/48 y otros Tratados internacionales a los cuales adhirió la Argentina elevándolos al rango constitucional por el art. 75, inciso 22 de la reforma de 1994. 

Además, este trato y el que describe la denuncia que transcribo a continuación enviada por mi amigo el Sr. Eduardo Palacios Molina, son indudablemente formas de tortura psicológica, claramente condenada por el art. 5 de la Declaración de Derechos Humanos y otros Tratados mencionados en el art. 75 inciso 22 ya citado. 

También constituyen un delito penado por el art. 144 ter, inciso 3ro del Código Penal penado con prisión de 8 a 25 años. 

Cabe agregar que todo esto ocurre con relación a personas privadas ilegalmente de su libertad desde hace ocho años, varios de ellos, con lo cual los jueces y funcionarios que los retienen incurren en la pena de 1 a 3 años de prisión del art. 143, incisos 1 y 6) del Código Penal. 

Casi todos los mil secuestrados políticos lo están bajo la apariencia de una prisión preventiva que excede todos los máximos legales o con sentencias notoriamente arbitrarias por falta de pruebas no siendo tales las declaraciones "testimoniales" de sus enemigos políticos, y con violación flagrante de la presunción de inocencia que establece el art. 11 de la Declaración de Derechos Humanos, la ley y la jurisprudencia argentinas. 

Agrego la denuncia de mi amigo Eduardo Palacios Molina como complemento de esta. 

* * * 

EMPEORA EN LA ARGENTINA EL MAL TRATO A LOS PRESOS POLÏTICOS 

Lector: En forma directa he obtenido información acerca de "empeoramiento" en el mal  trato que están recibiendo los presos políticos en el Complejo Penitenciario Federal II de Marcos Paz. 

He recibiendo llamados telefónicos de personas que revisten alli  tal condición y en forma sucinta he sido informado que las condiciones de trato con los detenidos ha empeorado en estas últimas semanas del año y que rige gran severidad en el trato, endureciéndose el régimen de visitas, asi como restringiéndose las horas de descanso o recreos, y prolongándose en excesos los horarios para la recepción de colaciones alimenticias, cada vez más denigradas en calidad y cantidad. 

Algunas voces cibernéticas nos hicieron creer que la situación de los detenidos políticos, había mejorado y que se había humanizado el trato. Lamentablemente esto no es cierto. Se han reagravado y esto es la consecuencia de un cambio de autoridades que reorientados por el grupo "la cámpora" han iniciado una verdadera tarea de hostigamiento con propósitos de molestar y torturar psíquicamente a los presos políticos, personas de avanzada edad profesionales y abuelos en  en su mayoría. 

Haciéndo revisiones y recuento de detenido a alta horas de la noche, para interrumpirles el sueño, sabiendo que en su mayoría son personas  que padecen enfermedades cardiovasculares , circulatorias, diabetes , cáncer, y otras patologías que no son tratadas , ya que en  dicha unidad  carcelaria,  carece de un  establecimiento de mediana complejidad  médica y de lugares adecuados de internación. 

Los jueces intervinientes en cada causa referida a cada detenido, son los verdaderos responsables de estos internos, a los que se les ha negado la detención domiciliaria y son ellos que deben hacer una investigación para esclarecer este mal trato con que se ha discriminado a quienes padecen esta injusta persecución. 

Hay un gran bajón en el ánimo de los presos políticos, que se ven en estos momentos abandonados por la sociedad y por todos.Para mayor gravedad, se les ha cortado las visitas a muchos amigos y familiares, que no resisten las largas colas y la revisaciones cada vez más humillantes que le realizan toda vez que deben pasar por la guardia a ver a sus amigos o familiares. 

Estos largos plantones que hay que pasarlo de pié son consecuencia de que muchos familiares se hayan desmayado en las largas colas, y todo para cumplir una visita que no puede extenderse más de dos horas, tiempo este que se agota con los trámites previos que deben realizarse. Son muchos los detenidos políticos, que tienen sus familiares y amigos en situación de salud delicada y que no soportan estos malos tratos a que son sometidos, por ordenes de la superioridad, par poder evitar que los presos políticos sean visitados y torturarlos asi con estos inconvenientes que podrían obviarse, si hubiese buena voluntad. 

Los delincuentes comunes tienen más derechos que los presos políticos y sus familiares son mejor tratados. Es ostensible el odio que mueve esta maquinaria terrorista desde el poder para vengarse llevando a cabo estos actos de pura maldad. 

No podemos ser indiferentes y nos debe doler que esto esté ocurriendo en nuestro país. Por de pronto saber e informar que nuestros presos políticos están en el peor campo de concentración que puede pergeniar el más cruel de los sistemas totalitarios y que esto se ha extendido a otros centros de detención del país, donde existen detenidos políticos, razón por la cual no debemos permanecer ajenos y en cada ocasión  que se nos presente, debemos reclamar por ellos. EPM. 

* * * 

Esto está pasando en la Argentina de la “soja”, del consumismo, de los funcionarios ilícitamente enriquecidos, del fraude electoral, de los empresarios ahitos, de las clases cultas satisfechas. Esto exige un urgente rescate. S.O.S. "¡¡¡Save our souls!!!" (eso quiere decir S.O.S y ese es precisametne el caso). Quien pueda hacer algo que lo haga YA. 



Cosme Beccar Varela 

sábado, diciembre 17

Presentamos nuestra pequeña biblioteca.

Benévolo lector:

Nos sentiríamos sumamente reconfortados si alguna parte del material que hoy presentamos en nuestra pequeña biblioteca te sirviera o le sirviera a alguien que conozcas.

Tienes que saber que nuestra idea es presentar información poco o nada difundida en los sitios católicos argentinos.

Es poco, ciertamente, pero es un pequeño servicio que puede dar frutos de vida eterna..., al igual que tu combate diario, por Dios y por la Patria.

En Cristo N S,

El Renegáu.








San Martín no era un ideólogo.


La suerte no lo favoreció, ni a él ni a su patria, para que su genio, manejando los inmensos recursos que ésta tenía, le permitiesen crear la gran potencia mundial que estaba al alcance de su ambición.




Por Julio Irazusta

Por lo que podemos apreciar no sólo el vuelo de su pensamiento y la maestría con que trazaba sus planes y los ejecutaba, sino también por su literatura epistolar sobre la política y la guerra, estamos seguros de que su espíritu estaba abierto a todas las innovaciones que se debatían en los principales centros culturales de Europa. Dejemos de lado la preocupación de establecer una bibliografía completa para especular sobre la índole de sus lecturas. Nos basta con saber que uno de sus libros de cabecera fue el Ensayo general de táctica, del conde Guibert, uno de los componentes más distinguidos de la escuela militar francesa del siglo XVIII, la que según Lidell Hart puede considerarse la mejor de todos los tiempos.

El gran historiador militar lo califica como el “profeta de la movilidad”. No es que el autor del ensayo fuera el primer reformador del arte de la guerra, en el sentido de una mayor agilidad en la organización del ejército, destinada a darle capacidad y rapidez de maniobra. En verdad las reformas propuestas se elaboraban y practicaban entre Mauricio de Sajonia, Bourcet, Maillbois, etc., desde los comienzos del siglo. Pero Guibert las expuso de modo más relevante y persuasivo, enriqueciéndolas con anticipaciones sobre acontecimientos que están en germen en el seno de la sociedad francesa.

A la formación intelectual pronto agregaría San Martín la práctica de las operaciones en la guerra llamada de la independencia española de 1808 a 1814 enfrentando a los conquistadores de Europa y distinguiéndose en la Batalla de Bailén, uno de los primeros contrastes experimentados por los franceses en España, y mereciendo honrosa mención en el parte de la victoria.

Que allí se había incorporado a una logia, no cabe duda. Pero como la ha comprobado mi colega Oscar Alberto Acevedo, ella no tenía nada de lo que se supone asociado a esa clase de instituciones, sino que se inspiraba en la más segura ortodoxia católica.

Que el oficial llegado a nuestras playas en 1812 era un espíritu abierto a las luces del siglo, lo probó en toda su carrera como militar y como político. Pero ella prueba asimismo que no tenía nada del jacobino sectario y sistemático que caracterizó a los hombres de ese tipo.

Desde que figura en el país interviene en política; en el movimiento que provoca la caída del Primer Triunvirato, culpable de una pusilanimidad en política exterior que amenazaba hacer fracasar la empresa no bien comenzada, muestra lo que como maestro de táctica podía hacerles dar a sus granaderos. Al mando del Ejército del Norte exhibe su capacidad para tratar a un colega en desgracia como Belgrano.

Instalado en el gobierno de Cuyo, donde prepara la ejecución de su campaña de los Andes, aparece como gran administrador civil y militar. Debe repetir lo que he dicho en otro lugar: que el cambio de estrategia decidido por el Estado argentino, del Norte al Oeste, resuelto entre San Martín, Pueyrredón y Guido es, como estudio de un plan de Estado Mayor, digno de una gran potencia. Así también el Gran Capitán se halla al mismo nivel en sus inculpaciones al representante de Mendoza en el Congreso de Tucumán sobre la imperiosa necesidad de declarar la independencia, con agorismos deslumbrantes, de esos que precipitan las voluntades. Si no tenemos zapatos, calzaremos ojotas; sino tenemos sillas, nos sentaremos en cabezas de vacas; si no tenemos qué ponernos, andaremos en pelotas como nuestros antepasados los indios.

Que fue partidario de las instituciones libres, como todos los espíritus ilustrados de la época, no cabe duda alguna. Pero no era un ideólogo; al contrario, su realismo político resplandece de modo extraordinario, pero comprendía las dificultades que se oponían a su inmediata instalación, dada la situación en que se hallaban los pueblos de América. Que las facultades omnímodas para el Poder Ejecutivo eran indispensables para la guerra, se lo escribe a Rondeau el 27 de agosto de 1819, donde le dice que los enemigos no se contendrían con “libertad de imprenta, seguridad individual… estatutos, reglamentos y constituciones”, sino con sables y bayonetas, con el fin de “asegurar aquellos dones preciosos para mejor época”. Tres lustros más tarde, ante el fracaso de los utopistas en todo el continente, le escribía a Guido: “Maldita sea la libertad (anarquiza); no será hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona”. Hasta que no se establezca un gobierno que los demagogos llamen tirano, que proteja de la licencia, no habrá orden; y el hombre que lo implante merecerá “el noble título de libertador”. La suma del poder, más la resistencia de dictador a las agresiones europeas, fueron los motivos para que él legara su sable a don Juan Manuel de Rosas.

Sus renuncias al Protectorado en el Perú y a la oferta del gobierno que recibió de Lavalle en 1829, han sido mal interpretadas. No se debieron a la postura de un coqueto de la gloria. Sino a su profundo realismo. En el primer caso, lo hizo fracasar su país, el que dirigido por Rivadavia, le negó los recursos financieros para montar un ejército que le permitiera rematar la independencia americana antes que Bolívar; y en el segundo, a conocimiento que tenía de los hombres que habrían debido ser colaboradores forzosos en la lucha contra los federales cuya fuerza y cuyos fines conocía.

El conocimiento de sí mismo, y de las circunstancias que se le presentaron en cada momento de su carrera, fueron supremos en el Libertador. La suerte no lo favoreció, ni a él ni a su patria, para que su genio, manejando los inmensos recursos que ésta tenía, le permitiesen crear la gran potencia mundial que estaba al alcance de su ambición.

* Publicado en Siete Días, agosto (1980).

Julio IRAZUSTA: San Martín no era un ideólogo. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Bs. As., Nº 56, julio-septiembre de 1999.

Revolviendo en la mierda de los Derechos Humanos.

"Salíamos con fierros a buscar plata" 

(¡Cómo en los viejos tiempos!)



Tomado de La Nación.


Lo dijo Schoklender

"Salíamos con fierros a buscar plata"

Afirmó que así obtuvo fondos para Madres

Sergio Schoklender volvió a la carga. En una catarata de escandalosas declaraciones, el ex apoderado de Madres de Plaza de Mayo afirmó que la asociación que preside Hebe de Bonafini se financió en los 90 con asaltos a supermercados. "Si hacía falta pagar la luz, salíamos con fierros en la cintura a buscar plata para sostener lo que las Madres necesitaban", detalló.
Además, afirmó que en la sede del organismo se guardaron armas de guerra y que habían planeado secuestrar al ex represor Emilio Massera, pero la idea no tuvo el apoyo de Bonafini.
Directo y locuaz, Schoklender denunció, en una entrevista con el escritor Martín Caparrós, la supuesta existencia de "sobresueldos" para los funcionarios del Gobierno. Y no se privó de criticar a Cristina Kirchner. "La primera vez que vio un pobre fue en obras de la fundación. Caparrós publicó la entrevista, que ocupa 25 carillas, en su blog Pamplinas, en la versión digital del diario español El País (http://blogs.elpais.com/pamplinas/2011/12/muerto-en-vida.html ).
Coincide con la publicación en las próximas horas de un libro escrito por el propio ex apoderado de Madres titulado Sueños postergados. Coimas y corrupción en la patria de los desvíos (Editorial Planeta). Allí su versión del escándalo que envuelve al organismo desde mayo pasado, cuando fue despedido por Bonafini y por el cual la Justicia lo investiga por malversación de millonarios fondos públicos. "La verdad es que me pagaban un anticipo que nos venía muy bien porque estábamos sin un peso", justificó Schoklender, ante Caparrós, la decisión de escribir un libro.
En su texto, el ex apoderado de Bonafini afirma que el proyecto de la asociación "era revolucionario", y agrega: "La única salida lógica era la lucha armada (...) En la universidad [de las Madres], guardábamos de todo".
Sobre el armamento, en la entrevista con Caparrós dijo que tenían "armas de todo tipo, pistolas, ametralladoras, granadas, plástico", pero aseguró que eso fue en la época del menemismo, cuando planeaban "mandar a los compañeros a formarse con las FARC en Colombia y con los zapatistas en Chiapas". Schoklender contó que con ese grupo planeaba secuestrar a Massera. "Pero Hebe se opuso", admitió.
"Cuando se produjo el enamoramiento entre Hebe y Néstor [Kirchner], tuvimos que sacar todo lo que había en el sótano y hacerlo desaparecer", recuerda en el libro.
Para financiar ese objetivo y solventar el funcionamiento de Madres, señaló haber salido a robar a mano armada: "Tratábamos de que fuesen lugares que representaran más la concentración oligárquica, no la farmacia de la esquina".
Schoklender ratificó sus dichos ayer en declaraciones radiales. "Yo financiaba y sostenía [a Madres] desde el casino. Soy un brillante jugador de black jack y trabajaba todas las noches para poder pagar al día siguiente", agregó en Radio 10.
En otro de los pasajes del libro, el ex apoderado de Madres cuenta que Bonafini le confesó que el número de 30.000 desaparecidos durante la dictadura fueron, en realidad, 15.000. "Me lo contaba como secreto, no sé, estábamos reunidos con otras madres y entonces como la Conadep dijo 15.000 yo salí a decir que eran 30.000, y quedó 30.000", expresó Schoklender.
En la Asociación Madres de Plaza de Mayo desestimaron de forma terminante las acusaciones.
En la larga charla con Caparrós, Schoklender recordó la vez que la Presidenta visitó uno de los obradores donde trabajaba la fundación, afirmó que ésa fue la primera vez que la mandataria "vio un pobre", y consideró: "Vos la veías que no era lo suyo". Luego de la muerte de su esposo y ex presidente, Cristina Kirchner sufrió unas "depresiones muy grandes. No sabían cómo levantarla, días enteros llorando", graficó.
Schoklender no obvió en su libro hacer referencia a cómo el Gobierno maneja fondos públicos. "La política gubernamental se financia con la caja del Estado", destaca, y posteriormente detalla la existencia de "tres cajas básicas": "La primera está sustentada por la necesidad real de fondos para sostener a funcionarios cuyos verdaderos sueldos no se blanquean [habla de sobresueldos de 20.000 dólares]".
Y concluye: "La segunda es corrupción lisa y llana, caja para que se enriquezcan los De Vido, los Jaime, los López, los Bontempo, y toda esa clase de personajes. La tercera es aquella destinada al mantenimiento de las enormes estructuras de las organizaciones sociales que Néstor Kirchner ordenó financiar para poder construir una base social propia".


domingo, mayo 22

El Tedeum de San Juan Bautista.

Ideas para el Te Deum de este miércoles. ¿Será posible que algún Monseñor lea esto y lo ponga en práctica?

Murillo: San Juan Bautista Niño

Había llegado el día de la fiesta patria. La ciudad amaneció teñida de celeste y blanca, en particular la avenida central, por la que pasarían el presidente de la república y su extensa comitiva, compuesta por casi todos los miembros del gabinete, gobernadores de provincias, senadores, diputados y otros empinados jerarcas del régimen.

El programa oficial marcaba como punto de partida de los festejos el Tedeum, que oficiaría el Ordinario del lugar con toda la pompa del caso. En la catedral estaba todo dispuesto para dar comienzo a la sagrada liturgia: el altar con su pulcro mantel blanco, las velas encendidas, el coro afiatado, los monaguillos revestidos, los arreglos florales embelleciendo el presbiterio y las naves, las luces encendidas a pleno para realzar el marco, y una numerosa caterva de chupamedias y genuflexos que aguardaba la llegada del presidente para hacerse notar y apuntarse algunos porotos a favor. Curiosamente, no había entre los presentes ningún católico.

Había, eso sí, numerosos “catolicoides”; pero el grueso de la concurrencia estaba compuesto por ateos, agnósticos, judíos, evangelistas, miembros de sectas esotéricas y otras hierbas por el estilo, entre las que se destacaban varias mujeres con la cabeza cubierta por pañuelos blancos que ocultaban la ideología azabache que bullía en sus respectivos cerebros. En fin, la catedral se había convertido en un extraño zoológico poblado por bípedos implumes de diversos pelajes.

El Obispo se encontraba en la sacristía, dándole los últimos retoques al sermón que pronunciaría ante las máximas autoridades de la nación. Prepararlo le costó varias noches en vela y un incesante mordisqueo de uñas. A pesar de estar disconforme con el gobierno, que era esencialmente anticristiano, consideraba inconveniente pronunciar en la ocasión palabras “políticamente incorrectas”, porque en la relación con los poderosos –según su criterio- había que ser muy moderado para no provocar reacciones contrarias. Por otra parte, cabe agregar que en el seminario “aggiornado” donde se formó le habían inculcado una gran devoción por la tolerancia, el pluralismo, la moderación y la democracia, y él había asimilado muy bien esas lecciones y obraba en consecuencia.

Mientras caminaba con paso nervioso de un lado a otro de la sacristía se decía: “Si a uno se le dispara el potro y en el galope les canta las cuarenta a los que ostentan el poder, corre el riesgo de terminar decapitado como San Juan Bautista. Indudablemente el Precursor obró desacertadamente, porque llevado por su ímpetu habló más de la cuenta y por eso terminó decapitado… ¡y sin cabeza no se puede evangelizar! De modo que yo debo medir mis palabras para no cometer el mismo error. Sería una pena que por decir la verdad me cortaran la cabeza a mí, que soy un joven prelado con todo un horizonte abierto al futuro. Equivaldría a truncar un porvenir halagüeño, que bien podría reportarle a la Iglesia una gloria inmarcesible…”

Con esa idea, el Obispo había preparado su sermón. Sería un caudaloso río de palabras sin una gota substancia, cosa de zafar airoso del compromiso que las circunstancias le imponían. Además, mecharía su vacua perorata con condescendientes loas a la democracia, sabiendo que eso les agradaría a los encumbrados oyentes.

Las campanas comenzaron a repicar anunciando el arribo de la comitiva  y la proximidad de la ceremonia. La banda municipal ejecutó una marcha de recepción. Le hubiera correspondido hacerlo a la banda del Ejército, pero ésta no pudo asistir por falta de personal y por tener las cornetas pinchadas y los tambores agujereados por culpa de la ministra de Defensa, que ese año -con el guiño tuerto del presidente- había desviado buena parte del magro presupuesto de las Fuerzas Armadas para costear los gastos de la universidad y la radio de las Madres de Plaza de Mayo, y al pago de indemnizaciones a los desaparecidos que gozaban de buena salud.

El presidente y la comitiva entraron a la Catedral con desgano. En realidad no les interesaba el Tedeum sino el acto masivo, político y no patriótico, que se realizaría después en la plaza, con la presencia de una muchedumbre arriada como borregos, atraída por el choripán, el tetra y la posibilidad de ligar un electrodoméstico de manos de algún puntero político.

Cada cual ocupó su respectivo lugar en los bancos, y aguardó el inicio de la ceremonia. Al empezar a emitir el órgano de tubos sus estruendosos acordes, el Obispo y los acólitos se dispusieron a iniciar la procesión de entrada. Pero en ese instante ocurrió algo increíble, que rompió todos los esquemas de lo imaginable y superó la capacidad de asombro de hasta el más pintado: abrióse violentamente la puerta de la sacristía que daba al jardín de la casa parroquial, y por ella apareció… ¡San Juan Bautista! Estaba revestido con una túnica de pelo de camello y un cinturón de cuero.

Su figura, imponente, vigorosa, enérgica; sus ojos llameantes. Se notaba la austeridad en cada uno de sus rasgos, que parecían tallados en piedra. Llevaba en su mano derecha un humilde cayado de pastor, que agitó en el aire amenazadoramente cuando abrió los labios para exclamar con una voz firme y perentoria que no admitía réplicas:

“¡Del Tedeum me hago cargo yo! ¡Y con vos, “obispillo”, hablaré después para aclarar los tantos sobre si se me escapó el potro y obré desacertadamente!”

Por toda respuesta, el “obispillo” se desmayó ipso facto cayendo redondamente al suelo, al tiempo que los acólitos, presas del terror, salían disparando a velocidad ultrasónica. Sin dudar un instante, Juan el Bautista se dirigió con paso firme al presbiterio para oficiar el Tedeum. Cuando lo vieron aparecer se escuchó un ¡Ooooooh! fenomenal, que tapó el estruendo del órgano y expresó claramente la mezcla de estupor, incredulidad y temor de los presentes al contemplar, con los ojos fuera de las órbitas, al inesperado personaje. La buena acústica del templo hizo que el ¡Ooooooh! se prolongara un largo rato, después del cual tronó la voz del Precursor que comenzaba su homilía:

“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Y al que no le guste, que se embrome: Infame pingüino estrábico que crucificas a la Argentina con tu pésimo gobierno. Bruja consorte, Kretina “la shoppinguera”. Hipócritas ministros del montoneril gabinete. Malgobernadores de las provincias. Raza de víboras del Senado y sepulcros blanqueados de la Cámara de Diputados. Jueces inicuos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Madres de los viles asesinos setentistas. Empresarios corruptos de toda laya. Nabos y nabas todos aquí presentes. Tenga ustedes el mal día que se merecen por ofender a Dios, traicionar a la patria y al pueblo, y no producir el fruto de una sincera conversión.

“Estamos reunidos en este recinto sagrado, presididos por Cristo Rey en el Sagrario y su Santísima Madre, representada en la imagen de la Inmaculada Concepción que aplasta la cabeza de vuestra amiga y socia la serpiente infernal, para conmemorar un nuevo aniversario de la Patria Argentina. ¡Gloria a este noble país amado por Dios y descuajeringado por ustedes! ¡Bendita su bandera que tiene los colores del manto de la bienaventurada Virgen María, y que ustedes manchan con su puerca conducta!

“¡Pero vayamos al grano! En principio me correspondería pronunciar una homilía alusiva al acontecimiento que celebramos, mas no lo haré porque sería gastar pólvora en chimangos, ya que a ustedes Dios y la Patria les importan un bledo, y lo que yo dijera les entraría por una oreja y les saldría por la otra. En resumidas cuentas, lo más conveniente en esta ocasión no es predicar un sermón sino hacer un exorcismo, para que salgan disparando las tropillas de diablos que cada uno de ustedes encierra en su alma, como se encierran los chanchos en los pútridos chiqueros de nuestros campos. Así que… ¡atajen el agua bendita, manga de sotretas, que ahí va!”…

Juan el Bautista empuñó un enorme hisopo repleto de agua bendita, y avanzando por el pasillo central del templo, comenzó a sacudirlo a diestra y siniestra empapando a los presentes. La reacción que se produjo fue verdaderamente infernal. El presidente, con tal de eludir la mojadura, se refugió debajo de un banco. Desde allí miraba aterrado al Precursor con su ojo sano, mientras el estrábico se le disparaba hacia cualquier parte, como de costumbre. La Bruja consorte, indignada, aulló al comprobar que un chorro le había salpicado la lujosa y costosísima cartera comprada la semana pasada en París. Ministros, senadores y diputados huían despavoridos, chocándose entre sí y emitiendo extraños sonidos guturales, semejantes a los de las bestias selváticas. En un momento dado, Juan el Bautista se topó cara a cara con el ministro de salud, que paralizado por el miedo no podía mover ni el dedo meñique y sólo atinaba a decir con un temblequeante hilo de voz: “¡Agua bendita no! ¡Agua bendita no! ¡Agua bendita no!” El Precursor lo atravesó con la mirada, y después de gritarle: “Herodes”, le lanzó un chorro que lo dejó completamente empapado. Las Madres de Plaza de Mayo, corriendo como bisontes en estampida, se dirigieron a la puerta de calle mascullando palabrotas, acusando al Precursor de represor y genocida y amenazándolo con denunciarlo ante “Página/12” y el “Perro” Verbitsky. Juan el Bautista, las amenazó con el hisopo, y eso bastó para que la piara se esfumara como por arte de magia.

Muy poco duró el impresionante espectáculo. Apenas un par de minutos bastó para que la catedral quedara vacía y envuelta en un silencio total. Juan el Bautista se arrodilló ante el Sagrario y permaneció allí un largo rato, sumido en profunda oración. Después se dirigió a la sacristía, donde el “obispillo” seguía tendido en el piso cuan largo era, y lo hizo volver en sí echándole el último chorro de agua bendita que quedaba en el hisopo. Al ver al Precursor amagó con desmayarse de nuevo, pero éste lo agarró por los hombros y lo sacudió enérgicamente, mientras le decía:

“Vamos, hombre, levántate. Y que Dios te muestre interiormente lo que aquí sucedió cuando estabas desmayado, así aprendes la lección. En tu dedo anular llevas un anillo que simboliza tu desposorio con la Iglesia. Tu fidelidad es para con Ella y no para con la democracia. Un Obispo cabal se sabe heraldo y pregonero de la Verdad y la predica a tiempo y a destiempo, sin medir las consecuencias. La moderación “equilibrista” y las actitudes “políticamente correctas” son indignas de un apóstol de Jesucristo. Revelan cobardía, y la cobardía revela falta de fe, y la falta de fe impide el reinado de Cristo en las almas y en los pueblos. Bien vale la pena que te corten la cabeza por cantarles las cuarenta a los enemigos de Dios y de la Patria. Yo lo hice y sigo evangelizando después de dos mil años. ¿Quién te dijo que no se puede evangelizar sin cabeza? ¿Acaso el testimonio de mi martirio no es un modo eminente de evangelización, que perdura en los siglos y alcanza la eternidad? No seas sofista, “obispillo”. Te aseguro que se evangeliza mejor decapitado que teniendo una cabeza de marmota democrática”.

Después de semejante filípica, Juan el Bautista tomó su cayado y se diluyó en el aire. Al día siguiente, los diarios del país y del mundo dieron cuenta de lo sucedido con enormes titulares que desbordaban las primeras planas. Los informativos radiales y televisivos no hablaban de otra cosa. La noticia llegó al Vaticano y el Papa, ante una nube de periodistas ansiosos, hizo una corta declaración:

“De Dios no se ríe nadie, queridos hijos. La verdad tarde o temprano triunfa, la maldad recibe su merecido y la cobardía su paga. Hay tres valores supremos que debemos defender contra viento y marea: Dios, la Patria y la Familia. Lo demás son pamplinas. Juan el Bautista nos ha dado una gran lección. Si todos la pusiéramos en práctica el mundo cambiaría y conocería la felicidad de vivir bajo la supremacía de Cristo Rey. Reciban todos mi paternal bendición apostólica y… ¡manos a la obra!”

Y el mundo cambió. Un poco, porque desde el pecado original no se puede vivir en Jauja, ¡pero cambió! El presidente hizo penitencia. La bruja consorte se volvió más austera y menos tilinga. El “Forro” Ginés se convirtió en pro-vida. Las Madres de Plaza de Mayo repudiaron su ideología y se hicieron de la Liga de Madres de Familia. Ministros, gobernadores, senadores, diputados, jueces y empresarios descubrieron que tenían un alma que salvar y un pueblo al cual servir, y el “obispillo” se volvió valiente y ortodoxo como el que más.

Lo que ocurrió aquel día en la Argentina repercutió hondamente en todo el mundo, y no hubo país que no experimentara una sorprendente mejoría… Claro está que en ese momento me desperté y comprobé que todo había resultado ser solamente un bello sueño. Me entristecí bastante al caer en la cuenta, pero después me alegré pensando que a veces los sueños se convierten en realidad, y entonces me puse a silbar contento una melodía de esperanza.


El Tedeum de San Juan Bautista. En Revista Cabildo, Nº 68, Bs. As., septiembre-octubre de 2007, pp. 14-16.

Carlos V, o la salvación de la Cristiandad.



por Rosa Clara Elena Hernández

(fragmento)

Cada época tiene el santo, el héroe que necesita por providencia divina, que hace posible un equilibrio histórico, que compensa un desorden del mundo. ¿Qué hubiera sido de la Cristiandad sin San Francisco o San Bernardo, qué este pasado siglo sin un Padre Pío, que en sus llagas expiaba quizá mucho de la crisis destapada en la década del 60? Esta especie de equilibrio espiritual de la historia, que recae sobre algunos individuos, es una dialéctica más profunda y misteriosa que cualquier dialéctica histórica. ¿Cuál hubiera sido la historia, nos preguntamos, sin Carlos V?

Cuándo la reina Isabel la Católica supo que su nieto, Carlos, nacía el día de San Matías de aquel 1500, comentó: “la suerte cayó sobre San Matías”. Intuía que aquél niño que nacía en Gante, y cuya sangre era, como dice Ximénez de Sandoval, un cruce de caminos –trastámaras, austrias, borgoñeses-, tendría una misión enorme: la de salvar la Cristiandad. Lo que no sabía la reina era hasta qué punto el nieto sería español entre españoles, otro Quijote, como lo llama Menéndez Pidal.

La suerte cayó sobre San Matías. Pero Carlos V no es tan extraordinario por su misión en si, sino porque fue muy sencillo y fiel en llevarla a cabo, porque no escatimó nada de sí mismo en esa escalada que fue contener desde y con España a una Europa a punto de perder la fe católica en un escenario desolador: Lutero, Enrique VIII, Francisco I –cuya infidelidad llegó hasta ayudar al turco-, una Italia –y una Europa- herida por el Renacimiento, pontífices maniatados por presiones políticas, el enemigo de oriente. Y España sola... Como lo dijo Menéndez Pelayo, “en la lucha religiosa España bajó sola a la arena”. Pero bajó por una Austria y una Avís –Carlos e Isabel-, cuando a ningún monarca europeo le interesaba como a ellos luchar por la fe, cuando ninguno ponía por principio de su vida y su gobierno amar a Dios. Y este triste hecho se reflejaría nítidamente en la famosa batalla de Lepanto, cuando la España de Felipe II, igual que con Carlos V, descendía casi en solitario a pelear una batalla que ganó providencialmente. Y es el mismo Menéndez Pelayo quien retrata mejor aquella misión única, que consistía en “salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa Occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas, con la espada en la boca y el agua a la cintura, y el entregar a la Iglesia romana cien pueblos por cada uno de los que le arrebataba la herejía”. Porque, gracias a Dios, del otro lado del Atlántico una generación de hombres llenos de un coraje y una fe insólita, levantaban iglesias e iban construyendo, con ese magnífico cuerpo de leyes de la pluma del mismo Emperador, otra España.

La Cristiandad perpleja.

El panorama de somnolencia y pusilanimidad de los monarcas europeos del XVI lo pintaría Chesterton con pocas pinceladas, en uno de sus magníficos poemas, Lepanto:

La fría reina de Inglaterra se contempla en su espejo
La sombra del Valois está bostezando en la Misa
Como desde fantásticas islas crepusculares retumban los cañones de España (...)
Sólo un príncipe sin corona, se ha levantado de un trono sin nombre (...)
El último caballero de Europa toma las armas (...).
Don Juan de Austria va a la guerra.

Pusilanimidad, deseo de poder, tibieza religiosa que venía ya desde el Renacimiento, y que fue definida por el emperador como “la Cristiandad perpleja”.

La diferencia entre Carlos V y sus coetáneos es que la línea de pensamiento  de acción del emperador nunca cambia, siempre tiene por delante el mismo objetivo: “guerra al infiel, paz y concordia entre las naciones cristianas, erradicar la herejía, convocar el Concilio de Trento, hacer católicas las Indias”, mientras el resto de los monarcas y el papado varían de conducta. De ahí que los monarcas aliados de turno del emperador tengan en jaque los movimientos de éste. España y Carlos V, solos y pertinaces. Las páginas de las sucesivas Instrucciones a Felipe, los discursos, las cartas, las Memorias están engarzadas por las mismas ideas que no logran fraguarse en la Europa del emperador; son una escuela de perseverancia...

¿Qué hubiera pasado, entonces, sin el emperador? Las naciones que aún continuaban siendo católicas hubieran sido absorbidas o por el protestante o por el turco. Porque el rey francés, Francisco I, que no dudó en aliarse con Barbarroja –excelentemente retratado por el hispanista francés Jean Dumont-, amagó, emulando a Enrique VIII, constituir en Francia una Iglesia Nacional; mientras tanto Lutero arrastraba un gran número de almas, y algunos de los papas que guiaban entonces la Iglesia no se decidían a realizar aquel concilio que Carlos V pedía una y otra vez para contrarrestar las herejías y los desordenes que asolaban la Iglesia.

Carlos desembarca con su corte extranjera en una España que lo observa con profunda desconfianza. Es un adolescente que viene  a tomar posesión de una heredad que desconoce, de un pueblo que desconoce. Todavía vive su madre, Juana, en el Convento de Tordesillas, incapaz de gobernar, en compañía de una pequeña hija que mira jugar a los otros niños desde una ventana. España es fiel a Juana y rechaza a Carlos; sólo un hombre como Cisneros lograría que se erija rey a Carlos, de un modo extraño: reina y rey “gobernando”, madre e hijo. Carlos no conoce Castilla pero la tiene en la sangre. Y aquí comienza lo extraordinario de aquél hombre, que pocos años después de llegar a España era el heredero cabal de los principios de la monarquía hispánica.

En 1521, Carlos –un muchacho todavía- se enfrenta en Worms –Alemania-, ni mas ni menos, con el monje Lutero. Carlos quiere escuchar sus razones –que desconoce aún- porque sabe que la Iglesia debe ser, como lo fue en la Edad Media, salvada de toda corrupción que penetre en ella, “reformada”, sólo en ese sentido; sabe que debe  relucir verdaderamente su cuerpo y sus sacramentos, su naturaleza divina; y teme –como lo demostró la rápida adhesión de hombres de Iglesia al anglicanismo y al protestantismo- que la infección del Humanismo haya penetrado demasiado en ella. Cree entonces que va a escuchar a un hombre que se queja de este estado de cosas, y se encuentra con un hereje, con otra religión, con la doctrina de la justificación y con el desprecio profundo por los sacramentos. Lo escucha sin decir palabra. Y durante “una noche de zozobra, encerrado a solas”, como dice Menéndez Pidal, redacta el documento que  respondía a Lutero. Es su primer gran documento, no ya como rey español, sino como Emperador. Y es un papel ardiente de su puño y letra, que lo define por completo:

“Sabéis que yo desciendo de los más cristianos emperadores de la noble nación alemana, de los Reyes Católicos de España, de los archiduques de Austria, de los duques de Borgoña, todos los cuales fueron, hasta su muerte, hijos fieles de la Iglesia de Roma, defensores de la fe católica, de las prácticas y costumbres del culto, santificadas en los decretos; que todo esto me lo han legado después de su muerte y cuyo ejemplo ha sido norma de mi vida. Por tanto, estoy resuelto a perseverar en todo aquello que se ha dictado desde el Concilio de Constanza. Pues es evidente que sólo un hermano está en el error al enfrentarse con la opinión de toda la Cristiandad, ya que, en caso contrario, sería la Cristiandad la que mil y más años hubiera vivido en el error. Por tanto, estoy decidido a empeñar en su defensa mis reinos y dominios, amigos, cuerpo y sangre, alma y vida. Pues sería una vergüenza para Nos y para vos, vosotros, miembros de la noble nación alemana, si en nuestro tiempo y por nuestra negligencia entrara en el corazón de los hombres, y aunque solo fuera una apariencia de herejía y menoscabo de la religión cristiana. Después de haber escuchado aquí el discurso de Lutero, os digo que lamento haber titubeado tanto tiempo en proceder contra él. No volveré a escucharle jamás: que se respete su salvoconducto; pero de aquí en adelante le consideraré como un hereje notorio, y espero que vosotros como buenos cristianos, obraréis en consecuencia”.

Lo que Carlos dijo en Alemania fue “la manifestación más honda e importante de su juventud”, nos dice el biógrafo alemán del emperador, Carlos Brandi.

Ocho años más tarde, Carlos V se entrevistaba con el Papa Clemente VII –quien había hecho una liga con el rey francés y Enrique VIII- y “rogó a Su Santidad que, como medida muy importante y necesaria para remediar lo que sucedía en Alemania y tratar de atajar la propagación, entre la Cristiandad, de la herejía luterana, convocase y reuniese un concilio general”. El Concilio recién se abriría bajo Paulo III y verá su sesión de Clausura en tiempos de Felipe II. Su apertura, puede decirse sin ambages, se debe a la insistencia del Emperador. Y es que la vida de Carlos V está jalonada por una serie de insistencias: insiste con Francisco I para tenerlo como hermano, insiste con los monarcas y príncipes europeos para vivir en orden y volver a la fe católica, insiste con los papas para la celebración del Concilio. Por ello Carlos V se lamentaba en sus Memorias de que las conversaciones con Paulo III en 1536, otra vez a propósito de la demorada apertura del Concilio, quedaran “en agua de borrajas”. ¡Cuántos lustros desde que Lutero construyera su herejía, y no por casualidad los mejores teólogos del Concilio serían los españoles!

Veamos como explica Carlos, en el discurso de Madrid de 1528, cuando parte a entrevistarse con Clemente VII, el porqué del Concilio: “el fin de mi ida a Italia es para procurar y trabajar con el Papa en que se celebre un Concilio General en Italia o Alemania para desarraigar las herejías y reformar la Iglesia; y juro por Dios que me crió y por Cristo su hijo que me redimió, que ninguna cosa de este mundo tanto me atormenta como es la secta y herejía de Lutero, acerca de la cuál tengo que trabajar para que los historiadores que escribieren cómo en mis tiempos se levantó, puedan también escribir que con mi favor e industria se acabó. Y en los siglos venideros merecía ser infamado y en el otro muy castigado de la justicia de Dios, si por reformar la Iglesia y por destruir aquel maldito hereje no hiciese todo lo que pudiese y aventurase todo lo que tuviese”.


HERNÁNDEZ, Rosa Clara Elena: Carlos V o la salvación de la Cristiandad. En: Maritornes Nº 2, Bs. As., Nueva Hispanidad, 2002, pág. 100 - 106.