por el p.
Julio Meinvielle *
Nada
más deplorable, en cambio, y opuesto al bien común de la nación, que la
representación a base del sufragio universal. Porque el sufragio universal es
injusto, incompetente, corruptor. Injusto, pues niega por su naturaleza la
estructuración de la nación en unidades sociales (familia, taller,
corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos que se substraen a
la ley del número; se funda en la igualdad de los derechos cuando la ley
natural impone derechos desiguales: no puede ser igual el derecho del padre y
del hijo, el del maestro y el del alumno, el del sabio y el del ignorante, el
del honrado y el del ladrón. La igual proporción, en cambio — esto es la
justicia — exige que a derechos desiguales se impongan obligaciones desiguales.
Incompetente, por parte del elector, pues éste con su voto resuelve los más
trascendentales y difíciles problemas religiosos, políticos, educacionales,
económicos.
De
parte de los ungidos con veredicto popular, porque se les da carta blanca para
tratar y resolver todos los problemas posibles y, en segundo lugar, porque
tienen que ser elegidos, de ordinario, los más hábiles para seducir a las
masas, o sea los más incapaces intelectual y moralmente. Corruptor, porque crea
los partidos políticos con sus secuelas de comités, esto es, oficinas de
explotación del voto; donde, como es de imaginar, el voto se oferta al mejor
postor, quien no puede ser sino el más corruptor y el más corrompido. Además,
como las masas no pueden votar por lo que no conocen, el sufragio universal
demanda el montaje de poderosas máquinas de propaganda con sus ingentes gastos.
A nadie se le oculta que a costa del erario público se contraen compromisos y
se realiza la propaganda. Tan decisiva es la corrupción de la política por
efecto del sufragio universal, que una persona honrada no puede dedicarse a
ella sino vendiendo su honradez; hecho tanto más grave si recordamos que, según
Santo Tomás, un gobernante no puede regir bien la sociedad si no es "simpliciter
bonus", absolutamente bueno. (I - II, q. 82, a. 2 ad 3). El sufragio
universal crea los parlamentos, que son Consejos donde la incompetencia
resuelve todos los problemas posibles, dándoles siempre aquella solución que ha
de surtir mejor efecto de conquista electoral. En las pretendidas democracias
modernas (en realidad no existe hoy ningún gobierno puramente democrático,
según se expondrá más adelante), donde el sufragio universal es el gran
instrumento de acción, los legisladores tienen por misión preferente abrir y
ampliar los diques de la corrupción popular. Hay quienes pretenden salvar el
sufragio universal, y su corolario, el parlamento, imputando a los hombres y no
a estas instituciones, los vicios que se observan.
Pero
no advierten que los vicios indicados les son inherentes, y es en ellas donde
reside el principio de corrupción de las costumbres políticas. El
individualismo, que es la esencia del sufragio universal, arranca de la
materia, signada por la cantidad, y la materia, erigida en expresión de
discernimiento, disuelve, destruye, corrompe, porque la bondad adviene siempre
a las cosas por la vía de la forma, según los grandes principios de la
metafísica tomista. Fácil sería demostrar que los descalabros de la política
moderna son consecuencia de considerar 40 toda cuestión bajo el signo de la
materia.
* Concepción católica de la política: El
sufragio universal.
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