Comentario
bibliográfico.
Gallardo, Juan Luis: Frida (novela). Bs. As.,
Emecé, 1973 (2da. Edición), 215 páginas.
Preguntaban qué
clase de gente eran los argentinos: si salvajes o civilizados, de qué color y
figura.
James Dodds
Después de la
muerte de Perón…
Frida, página 22
Plaza Italia es
todavía ese lugar peculiar en el centro platense donde se puede encontrar
libros raros los fines de semana a un precio vulgar y atractivo al mismo
tiempo, en lo que respecta al magro bolsillo de un estudiante. En Plaza Italia
encontramos entonces esta novela del escritor argentino Juan Luis Gallardo,
nacido en Chivilcoy en el año 1934.
Escrita en 1972, la
novela describe la situación coyuntural hacia 1970, luego de la muerte de
Perón, de una hipotética Argentina
colapsada en sus instituciones y –especialmente- en su economía, pero que es
sobrellevada por los protagonistas con un modo de ser típicamente argentino:
con humor, cierto optimismo y hasta alguna dosis de cinismo. La novela se vuelve
muchas veces extemporánea al presentar cosas que parecen axiomas de la política
vernácula, antes de 1972 y también 40 años después de redactada la historia. En
esto uno duda si denominarla profética o lamentablemente pedestre: ¡Qué triste
es repetir siempre los mismos errores (pensamos en este año 2014)! Vamos a
tratar de dar alguna noticia de estas cosas en este comentario.
Pero antes
continuamos describiendo un poco más la estructura de la obra, que se
desarrolla casi íntegramente en Capital Federal, relatando dos historias
simultáneas que recuerdan de alguna manera a los personajes de “La Esfera y la
Cruz” de G. K. Chesterton. Por un lado, los personajes (digamos) civiles. Por
otro lado, los personajes “metafísicos” que dan espíritu y agregan comentarios
sabrosos a los hechos. Los civiles están
formados por todo el escenario político de la época, es decir, el presidente de
la Nación, los Diputados y Senadores de la Nación. Ellos han llegado a una
lamentable conclusión: el país sufre una crisis terminal –si es que no ha
muerto ya- y algo hay que hacer, por lo que se convoca a una reunión definitiva
que ofrezca una solución aceptable a la triste situación. El país se asemeja a “una sociedad comercial, donde los
empleados, pese a haberse decretado su quiebra, siguieran concurriendo para no
trabajar ni cobrar, boqueando de hambre sobre los escritorios derrengados
mientras el directorio, por inercia, continuara reuniéndose en un salón oscuro,
para adoptar resoluciones que nadie cumpliera, firmada con lapiceras sin
tinta…”. O por medio de una comparación futbolística, diciendo que se
comparaba con un equipo “con siete
jugadores, cuyo único plan de juego consistiera en sacar la pelota del fondo de
su propio arco para volver a ponerla interminablemente en movimiento”… Los diarios locales se han hecho eco de esta
determinante reunión, en sus principales titulares:
“Reunión definitiva, haráse” – Anunció “La
Razón”, siempre proclive al trastueque.
“No va más” – timbeó “Crónica”.
“Hasta que las velas no ardan” – anoticiaba, al
día siguiente, la hoja informativa de una peña folklórica suburbana.
“Próxima solución” – fue el augurio del diario
oficialista.
“Reuniráse el Gabinete” – Señaló “La Nación”.
“Reunión” – Desconfió “La Prensa”.
“Cita de Sepultureros” – Vociferaba el
periódico nacionalista “Tizona y chuza”…”
Reunión
trascendental cuyos graciosos pormenores va dando el Autor en páginas muy
amenas. Sobre el final de la larga reunión, que obliga a los funcionarios a
encerrarse casi dos semanas, algo brilla por su ausencia: faltan las
soluciones. En esta estresante situación, y producto de la atinada sugerencia
del Ministro de Catalización y Plurivalencia Móvil (CATAPLUM), se resolvió
tomar la medida terminante: alquilar, con los últimos pesos del erario, los servicios
de una computadora sueca denominada FRIDA, para que ella determinara por medio
de un cálculo infalible, que debía hacerse con el país.
Al mismo tiempo que
los funcionarios resuelven el conflicto con el alquiler del aparato europeo, un
estudiante de Derecho, Gabriel, concluye una jornada nocturna de estudio en su
pensión de calle Rio Bamba esquina Santa Fe. Al escuchar por radio las noticias
de la trascendental reunión en Casa Rosada, decide levantarse para acudir a
Plaza de Mayo y así anoticiarse mejor de lo que ocurre. Comienza así el
personaje un simpático periplo porteño que lo llevará a contactarse con una
serie de personajes que lo harán recorrer el camino inverso que se está
desarrollando en las esferas gubernamentales. Conoce así a Aníbal, un hijo de
inmigrantes, de esos que levantaron su casa ladrillo por ladrillo; conoce a
Santos, un portero correntino de la Universidad, hijo de guerreros de la
Independencia; conoce a un profesor de Derecho Romano que vive frustrado porque
a nadie le interesa estudiar un comino en una Universidad donde la hora cátedra
ha sido reducida a quince minutos reloj, último fruto de las conquistas
estudiantiles; conoce a Toribio, un estudiante riojano cantor de las melodías
más profundas y significativas del país; conoce a Domingo, un industrial que
tuvo la ingenuidad de creer que la industria nacional podría competir con las
empresas extranjeras, para desengañarse con la realidad y morir (la muerte de
Domingo, la muerte de la Industria). El Autor conduce a Gabriel a conocer poco
a poco a los personajes distintivos de un país que ya no existe, pero que
parece razonable en sus argumentos, su realización y sus posiblidades. Por eso,
cuando la delegación oficial traiga finalmente a FRIDA, y esta emita su
veredicto insobornable: “Remátese el
país en subasta pública”, la política vernácula aceptará sumisa la premisa,
publicando al mundo la gran venta, mientras que los minúsculos personajes de
Gabriel y sus amigos intentarán otra solución: comprar nuevamente el país para
los argentinos.
Hasta aquí la
estructura de la obra. Acompañan con algunos breves comentarios, a modo de
cierre de cada capítulo, los que el Autor denomina tres demonios de la Nación: Notemetas, Tilingófeles y Macaneo.
Por contraste, también dice alguna palabra el Ángel de la Nación. Aquí volvemos
a recordar, aunque muy disminuido en cuanto a su calidad, el diálogo
trascendental de la obra de Chesterton que citábamos al principio de este
comentario.
Decíamos al
comenzar, que leída la obra con el paso
del tiempo, sorprenden las descripciones que hace el autor de los vicios
políticos de la época como si fueran escritos en la actualidad y con el diario
del día en la mano. Sorprende, por ejemplo, los titulares que transcribimos más
arriba, que bien se asemejan a un titular actual de La Nación y Página 12.
Pero hay más ejemplos, que tratamos de enunciar en un somero listado.
Cosas del libro
escritas en 1972 que parecen actuales o comunes al siglo XX (y XXI) en
Argentina:
El terrible flagelo
de la burocracia y la multiplicación desenfrenada de organismos públicos: Secretario
de Estado de Coordinación para el Mediano Plazo y Planeamiento Coyuntural
(COMEPLAPLANECO); el ya citado Ministro de Catalización y Plurivalencia Móvil
(CATAPLUM); todo el capítulo 22, denominado “El Secretario del Secretario del
Subsecretario”, destinado a contar las vicisitudes de uno de los personajes
para tramitar un pedido sencillo ante un organismo público.
La
devaluación del peso, expresión última de la bancarrota argentina: Luego de
1970 “el peso (fue) bautizado
escalonadamente como “moneda nacional”, “ley 18188”, “minipeso”, “sarmiento
acrílico”, “dólar conosur”, “ley 52643”, “perón fuerte”, “ché financiero” y
“ley 113513”, según el tinte –o falta de tinte- ideológico de las autoridades
de turno”… (p. 16).
La
idea de una Universidad gobernada por una Reforma fuera de control, que había
llegado a límites insólitos: “En efecto,
el gobierno tripartito resultaba casi legendario y, al presente, los
estudiantes ejercían la mayoría de las funciones educativas. Estudiantes eran
los decanos y estudiantes dos de los que integraban cada terna examinadora; el
Tribunal de Disciplina para profesores estaba formado por estudiantes”,
etc, etc.
La
impotencia eterna de los intentos industriales nacionales (Cap. 25: El velorio
de la industria).
El
talante superficial de los funcionarios, profesionales del ejercicio político,
retratados por el Picaflor de Burzaco, ministro a la sazón de Catalización y
Plurivalencia Móvil.
Y
finalmente, el fracaso histórico de realizar un proyecto de país, tanto del
político profesional, del militar, del guerrillero o del tecnócrata moderno: “Contra el bastión tecnocrático se embotaron
todos los arrestos reformadores y ante él se inclinaron desde el general de
golpe y porrazo hasta el guerrillero en ejercicio del poder. Porque uno y otro
tuvieron su oportunidad para gobernar”… “el general fracasó por incapacidad
para modificar la realidad y el guerrillero por incapacidad para comprender la
realidad”… “el general por no mirar el futuro y el guerrillero por desconocer
el pasado”… (p. 18).
Es
también una sorpresa, al menos para quien esto redacta, descubrir que se
escribía con tanta libertad en el año de publicación de la novela, reconociendo
y burlándose de vicios al parecer tan comunes ya en la época y que uno presumía
nuevos o novedosos.
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