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miércoles, junio 3

Frida, de Juan Luis Gallardo.

Comentario bibliográfico.



Gallardo, Juan Luis: Frida (novela). Bs. As., Emecé, 1973 (2da. Edición), 215 páginas.

Preguntaban qué clase de gente eran los argentinos: si salvajes o civilizados, de qué color y figura.
James Dodds

Después de la muerte de Perón…
Frida, página 22

Plaza Italia es todavía ese lugar peculiar en el centro platense donde se puede encontrar libros raros los fines de semana a un precio vulgar y atractivo al mismo tiempo, en lo que respecta al magro bolsillo de un estudiante. En Plaza Italia encontramos entonces esta novela del escritor argentino Juan Luis Gallardo, nacido en Chivilcoy en el año 1934.

Escrita en 1972, la novela describe la situación coyuntural hacia 1970, luego de la muerte de Perón, de una hipotética  Argentina colapsada en sus instituciones y –especialmente- en su economía, pero que es sobrellevada por los protagonistas con un modo de ser típicamente argentino: con humor, cierto optimismo y hasta alguna dosis de cinismo. La novela se vuelve muchas veces extemporánea al presentar cosas que parecen axiomas de la política vernácula, antes de 1972 y también 40 años después de redactada la historia. En esto uno duda si denominarla profética o lamentablemente pedestre: ¡Qué triste es repetir siempre los mismos errores (pensamos en este año 2014)! Vamos a tratar de dar alguna noticia de estas cosas en este comentario.

Pero antes continuamos describiendo un poco más la estructura de la obra, que se desarrolla casi íntegramente en Capital Federal, relatando dos historias simultáneas que recuerdan de alguna manera a los personajes de “La Esfera y la Cruz” de G. K. Chesterton. Por un lado, los personajes (digamos) civiles. Por otro lado, los personajes “metafísicos” que dan espíritu y agregan comentarios sabrosos a los hechos.  Los civiles están formados por todo el escenario político de la época, es decir, el presidente de la Nación, los Diputados y Senadores de la Nación. Ellos han llegado a una lamentable conclusión: el país sufre una crisis terminal –si es que no ha muerto ya- y algo hay que hacer, por lo que se convoca a una reunión definitiva que ofrezca una solución aceptable a la triste situación. El país se asemeja a “una sociedad comercial, donde los empleados, pese a haberse decretado su quiebra, siguieran concurriendo para no trabajar ni cobrar, boqueando de hambre sobre los escritorios derrengados mientras el directorio, por inercia, continuara reuniéndose en un salón oscuro, para adoptar resoluciones que nadie cumpliera, firmada con lapiceras sin tinta…”. O por medio de una comparación futbolística, diciendo que se comparaba con un equipo “con siete jugadores, cuyo único plan de juego consistiera en sacar la pelota del fondo de su propio arco para volver a ponerla interminablemente en movimiento”…  Los diarios locales se han hecho eco de esta determinante reunión, en sus principales titulares:

“Reunión definitiva, haráse” – Anunció “La Razón”, siempre proclive al trastueque.
“No va más” – timbeó “Crónica”.
“Hasta que las velas no ardan” – anoticiaba, al día siguiente, la hoja informativa de una peña folklórica suburbana.
“Próxima solución” – fue el augurio del diario oficialista.
“Reuniráse el Gabinete” – Señaló “La Nación”.
“Reunión” – Desconfió “La Prensa”.
Cita de Sepultureros” – Vociferaba el periódico nacionalista “Tizona y chuza”…”

Reunión trascendental cuyos graciosos pormenores va dando el Autor en páginas muy amenas. Sobre el final de la larga reunión, que obliga a los funcionarios a encerrarse casi dos semanas, algo brilla por su ausencia: faltan las soluciones. En esta estresante situación, y producto de la atinada sugerencia del Ministro de Catalización y Plurivalencia Móvil (CATAPLUM), se resolvió tomar la medida terminante: alquilar, con los últimos pesos del erario, los servicios de una computadora sueca denominada FRIDA, para que ella determinara por medio de un cálculo infalible, que debía hacerse con el país.

Al mismo tiempo que los funcionarios resuelven el conflicto con el alquiler del aparato europeo, un estudiante de Derecho, Gabriel, concluye una jornada nocturna de estudio en su pensión de calle Rio Bamba esquina Santa Fe. Al escuchar por radio las noticias de la trascendental reunión en Casa Rosada, decide levantarse para acudir a Plaza de Mayo y así anoticiarse mejor de lo que ocurre. Comienza así el personaje un simpático periplo porteño que lo llevará a contactarse con una serie de personajes que lo harán recorrer el camino inverso que se está desarrollando en las esferas gubernamentales. Conoce así a Aníbal, un hijo de inmigrantes, de esos que levantaron su casa ladrillo por ladrillo; conoce a Santos, un portero correntino de la Universidad, hijo de guerreros de la Independencia; conoce a un profesor de Derecho Romano que vive frustrado porque a nadie le interesa estudiar un comino en una Universidad donde la hora cátedra ha sido reducida a quince minutos reloj, último fruto de las conquistas estudiantiles; conoce a Toribio, un estudiante riojano cantor de las melodías más profundas y significativas del país; conoce a Domingo, un industrial que tuvo la ingenuidad de creer que la industria nacional podría competir con las empresas extranjeras, para desengañarse con la realidad y morir (la muerte de Domingo, la muerte de la Industria). El Autor conduce a Gabriel a conocer poco a poco a los personajes distintivos de un país que ya no existe, pero que parece razonable en sus argumentos, su realización y sus posiblidades. Por eso, cuando la delegación oficial traiga finalmente a FRIDA, y esta emita su veredicto insobornable: “Remátese el país en subasta pública”, la política vernácula aceptará sumisa la premisa, publicando al mundo la gran venta, mientras que los minúsculos personajes de Gabriel y sus amigos intentarán otra solución: comprar nuevamente el país para los argentinos.

Hasta aquí la estructura de la obra. Acompañan con algunos breves comentarios, a modo de cierre de cada capítulo, los que el Autor denomina tres demonios de la Nación: Notemetas, Tilingófeles y Macaneo. Por contraste, también dice alguna palabra el Ángel de la Nación. Aquí volvemos a recordar, aunque muy disminuido en cuanto a su calidad, el diálogo trascendental de la obra de Chesterton que citábamos al principio de este comentario.

Decíamos al comenzar, que leída la obra con  el paso del tiempo, sorprenden las descripciones que hace el autor de los vicios políticos de la época como si fueran escritos en la actualidad y con el diario del día en la mano. Sorprende, por ejemplo, los titulares que transcribimos más arriba, que bien se asemejan a un titular actual de La Nación y Página 12. Pero hay más ejemplos, que tratamos de enunciar en un somero listado.

Cosas del libro escritas en 1972 que parecen actuales o comunes al siglo XX (y XXI) en Argentina:
El terrible flagelo de la burocracia y la multiplicación desenfrenada de organismos públicos: Secretario de Estado de Coordinación para el Mediano Plazo y Planeamiento Coyuntural (COMEPLAPLANECO); el ya citado Ministro de Catalización y Plurivalencia Móvil (CATAPLUM); todo el capítulo 22, denominado “El Secretario del Secretario del Subsecretario”, destinado a contar las vicisitudes de uno de los personajes para tramitar un pedido sencillo ante un organismo público.

La devaluación del peso, expresión última de la bancarrota argentina: Luego de 1970 “el peso (fue) bautizado escalonadamente como “moneda nacional”, “ley 18188”, “minipeso”, “sarmiento acrílico”, “dólar conosur”, “ley 52643”, “perón fuerte”, “ché financiero” y “ley 113513”, según el tinte –o falta de tinte- ideológico de las autoridades de turno”… (p. 16).

La idea de una Universidad gobernada por una Reforma fuera de control, que había llegado a límites insólitos: “En efecto, el gobierno tripartito resultaba casi legendario y, al presente, los estudiantes ejercían la mayoría de las funciones educativas. Estudiantes eran los decanos y estudiantes dos de los que integraban cada terna examinadora; el Tribunal de Disciplina para profesores estaba formado por estudiantes”, etc, etc.

La impotencia eterna de los intentos industriales nacionales (Cap. 25: El velorio de la industria).
El talante superficial de los funcionarios, profesionales del ejercicio político, retratados por el Picaflor de Burzaco, ministro a la sazón de Catalización y Plurivalencia Móvil.

Y finalmente, el fracaso histórico de realizar un proyecto de país, tanto del político profesional, del militar, del guerrillero o del tecnócrata moderno: “Contra el bastión tecnocrático se embotaron todos los arrestos reformadores y ante él se inclinaron desde el general de golpe y porrazo hasta el guerrillero en ejercicio del poder. Porque uno y otro tuvieron su oportunidad para gobernar”… “el general fracasó por incapacidad para modificar la realidad y el guerrillero por incapacidad para comprender la realidad”… “el general por no mirar el futuro y el guerrillero por desconocer el pasado”… (p. 18).


Es también una sorpresa, al menos para quien esto redacta, descubrir que se escribía con tanta libertad en el año de publicación de la novela, reconociendo y burlándose de vicios al parecer tan comunes ya en la época y que uno presumía nuevos o novedosos.

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