Blasfemo y obsceno -allí está para quien dude El
libro de Manuel-, revulsivo y contestatario de salón; cobarde autoexiliado a
buen resguardo y mejores ganancias, la suya es una literatura llena de
sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías ocultistas, de rebeldías
calculadas y poses de “cronopio” exquisito que desprecia a las masas por las
que dice luchar.
Por Alonso
Quijano ***
Seremos
imparciales. Con Cortázar ha muerto un perverso, un renegado y un
escritor fuera de lo común. Ninguno de estos juicios debe ser demostrado
porque no está en discusión; lo discutible -para sus plañideros adeptos, se
entiende- es la descalificación que hacemos los “reaccionarios” de todo aquél
que abraza al Marxismo, traiciona a su patria y escribe con la intención
expresa de destruir el lenguaje y los significados. Porque “July” hizo todo
esto y mucho más.
Por perverso
adhirió sin retaceos a las revoluciones comunistas, a los movimientos
terroristas, a las ideologías nihilistas y a los personajes más funestos de la
Revolución Mundial Anticristiana. Por renegado abandonó su patria,
difundió su carencia de “orgullo nacional”, se ciudadanizó francés (“Francia es
mi casa, dijo, y me sigue pareciendo el lugar de elección para un temperamento
como el mío”), y participó activamente de cuanto grupo, proyecto o estrategia
antiargentina se orquestó desde Europa o desde el resto del mundo. Por escritor
fuera de lo común entendemos ante todo a aquél que desprecia la lógica y el
sentido común, y que como él, tuvo el objetivo manifiesto de “usar la
literatura como se usa un revólver para efender la paz cambiando su signo”.
Lenguaje sin semántica, críptico, ambiguo y caótico. Carente de esencia, y por
lo tanto vano, vacuo y sin Verbo. En Rayuela lo dice sin tapujos:
“Procede como un guerrillero. Hace saltar lo que puede. El resto sigue su
camino”.
Blasfemo y
obsceno -allí está para quien dude El libro de Manuel-, revulsivo y contestatario
de salón; cobarde autoexiliado a buen resguardo y mejores ganancias, la suya es
una literatura llena de sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías
ocultistas, de rebeldías calculadas y poses de “cronopio” exquisito que
desprecia a las masas por las que dice luchar. “A riesgo de decepcionar a los
catequistas -declaró- y a los propugnadores del arte al servicio de las masas,
sigo siendo ese cronopio que escribe para su regocijo o sufrimiento personal,
sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o “socialistas”
entendidas como apriorismos programáticos”. “Regresó en 1973 -confiesa Beatriz
Guido en La Nación del 19 de febrero-. Intentó explicar en el
Sindicato de Luz y Fuerza ante un
público exiguo, la misión del intelectual frente a las masas... Los pocos que
estabámos en la sala dejamos de escuchar los bombos de la entrada y los
estribillos partidarios...”
Pero tuvo una
virtud. Se murió en el momento exacto. Cuando en su patria -Francia- gobierna
un badulaque de la zurdería internacional y en la Argentina -su pensión- los
émulos de aquél y otros mamarrachos similares. Todos amigos, socios, colegas y
compañeros de ruta (o de autopista) en el camino de la decandecia. Y bien; no
defreudaron las expectativas previsibles. Compitieron en los elogios y en los
lugares comunes, en las ofrendas latréuticas, los ayes de opereta y los
inciensos cívicos. Gorostiza, O´Donnell, Aguinis, Gregorio Weinberg, Borges,
Sábato, Madanes, Blaistein, Antín, Wullicher, Couselo, Couselo, Inchausti,
María Esther de Miguel, Héctor Lastra, Hermes Villordo, Gudiño Kieffer, Luisa
Mercedes evinson, Silvina Ocampo, Marta Lynch, Héctor Yanover, Abelardo Arias,
Marco Denevi, José Bianco, Alberto Girri... nadie, nadie faltó a la ronda
ironda y la carnestolenda de los testimonios público. El Alfoncinismo
les dió sus puestos y sus sueldos, su ubicación en el “staff” de la
cultura democrática y sus caras de víctima de la represión cultural. Ellos
representaron su rol, ebrios de poder y frivolidades. Si el muerto los hubiera
visto, habría escrito la segunda parte de Conducta en los Velorios.
Pero el muerto
está en Montparnasse, sin cruces ni Cristo, como quiso. Sin plegarias ni
homilías. En una tumba que es continuación de la gusanera en la que vivió y
creció. Dice Anzoátegui que a Dios le gusta a veces empeñarse a fondo, y
por eso, no sabemos qué será de su desdidachada alma. Pero si el Diablo leyó a
Dante y conserva algún resto de coherencia, lo recibirá con Scarmiglione,
Rubicante, Barbariccia y Libicocco, aquellos cuatro demonios del canto XXI:
rojo, barbado, melenudo y loco, para llevarlo a empellones hasta la inmunda
chamusquina final.
Epitafio: Todos los fuegos... el Infierno.
*** En Cabildo,
Segunda Época, Nº 74, marzo de 1984, pp. 12 y 13.
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