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martes, mayo 25

25 de mayo de 2010.

Hoy es el día de la Patria.

Vamos a festejar conforme a la cristiana virtud de la eutrapelia.

Pero no vamos a desbordar de felicidad por una Argentina que está lacerada hasta en lo más profundo de su alma.

No vamos a comprar la distracción oficial del Gobierno.

No vamos a olvidar el estado triste de Argentina.

Renovamos el esfuerzo y el juramento de luchar por la Patria difícil.

Condenamos la corrupción que se enseñorea en todos los rincones del País.

No vamos a entablar conversación con lo que piden moderación.

En honor de los pobres del país, de la juventud despedazada, de la infancia violada, del ultraje del nombre de Dios y de sus altares, vamos entreverarnos de forma severa con la malicia y la perversión.

Al comerciante de adolescentes dueño de boliches. Al diputado, al senador que destruye la familia y apoya la coyunda de los trolos. Al político corrupto, ladrón y cipayo. Al los ministros abortistas. Al docente liberal convertido en asalariado y olvidado de enseñar la verdad. Al obispo que se calla, que miente, que complota contra la Verdad, que teme al honor del mundo, que se oculta, que es mafioso, que persigue a los buenos cristianos. A los curas medrosos y trepadores que acompañan a estos obispos y arzobispos. A la ridícula mujer que ocupa el cargo de Presidente de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner; a su marido siniestro, Néstor Kirchner, y a toda la corte funesta de serviles lacayos.

A todos ellos, hoy 25 de mayo de 2010, les decimos: ¡Malditos! ¡No van a vencer! ¡La Patria está por encima de Ustedes! Lastimada y cruelmente postrada, la Patria está en los pobres y humildes de espíritu que, combatientes, se animen a servirla: ¡Viva la Patria!





Formación histórica de la Argentina.


Las naciones no se construyen a priori, sino que se amasan con lentitud en el devenir histórico.


Así nuestra Nación se configura en forma paulatina a partir del siglo XVI. Asimila antiguas herencias: la filosofía griega, el derecho romano y la revelación judeo-cristiana, en el marco de la “pequeña cristiandad hispánica”, heredera en tiempos renacentistas y reformadores del legado de la cristiandad medieval, del espíritu de una época, en la cual, al decir de León XIII, “la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados”.


Los fines del Estado español de entonces son muy claros: servir a Dios y difundir y conservar la fe católica; el buen gobierno y administración de justicia y el buen trato de los indios.


Estos fines no son hipócritas enunciados que disfrazan otros objetivos, pues fue constante el empeño de los Reyes católicos y de los monarcas de la Casa de Austria, por encarnarlos en la realidad americana.


La misma geografía al mostrar el itinerario de las corrientes colonizadoras y la fundación de ciudades mediterráneas, prueba que se trató de una esforzada empresa pobladora y no de una mercantil política de factorías.


Sin duda alguna, el Estado de ese tiempo se encuentra al servicio de la Nación histórica; pero esto se desdibuja en el siglo XVIII con los Borbones, una dinastía extranjera, en cuya sangre no palpita la fidelidad a las tradiciones nacionales.


Ricardo Zorraquín Becú afirma “que fue la propia monarquía, al adoptar las ideas de la ilustración, la que rompió con los fundamentos tradicionales en que se apoyaba. Al desvincularse de la religión, y al acentuar su propio absolutismo, destruyó las bases seculares de su imperio… las ideas que habían forjado su antigua grandeza y tuvo que caer en el absolutismo para mantener por la fuerza lo que hasta entonces era producto del acuerdo, el consentimiento y la adhesión espontánea de los habitantes” [1].


Aquí, por primera vez en nuestra historia, aparece un Estado enfrentado con la Nación, un Estado que destruye la armonía de los grupos sociales e instaura el centralismo para mantenerse.


Roberto Marfany señala que “el proceso histórico que conduce a la Revolución de Mayo se inicia en Buenos Aires a fines del siglo XVIII como reacción contra el desorden administrativo convertido en un verdadero sistema de gobierno. [2] El buen gobierno se había transformado en corrupción y despotismo, la administración de justicia en el triunfo del entuerto y las autoridades de Madrid eran cómplices de tanta arbitrariedad al desoír los reclamos locales.


En este contexto hay que entender el rechazo de las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo, pues en ambas se afirma la hispanidad. Es la lucha de los hijos de esta tierra por conservar y acrecentar el patrimonio recibido.


Así lo expresa Carlos Obligado en el poema antes citado [“Patria”]:


“La Madre, exhausta ya de tan fecunda,

se enajenaba allá por la pendiente

de extranjerismo y deserción profunda;


Y esta futura patria, ya inminente,

ya una fuga de herejes dió la espalda

al cintarazo de su rayo ardiente;


Bajo el precoz laurel que la enguirnalda,

principios y heredad, almas y anhelos

quiso salvar para la roja y gualda…


Mas, remoto el solar de los abuelos,

He aquí el suelo natal. Y aquí es la hora de

Otra, blanca y azul como los cielos” (Canto IV).


Ante la metrópoli dominada por los invasores, Cornelio Saavedra afirma la decisión “a no ser franceses” y años después en Tucumán, se declara en forma solemne la independencia, no sólo de España, sino de toda otra dominación extranjera.


Desde entonces la lucha continúa con renovados bríos, entre aquellos para quienes la Argentina es irrevocable y debe crecer a partir de sí misma, renovando la fidelidad a su origen y a su destino; para los que existe un bien común nacional que se extiende a lo largo de los siglos y que no es patrimonio de una generación, que sólo es depositaria con deber de acrecentarlo y transmitirlo; bien común que por lo tanto no puede quedar sujeto a mayorías circunstanciales; y aquellos que quieren romper con el pasado y sustituir la sabiduría de los siglos por las construcciones ideológicas que segregan sus cerebros, para planificar en este mismo suelo, o en lo que quede de él, otro país, un país donde los argentinos seamos extranjeros.


Es la lucha entre quienes afirmamos los valores religiosos, la primacía de lo espiritual, el respeto del hombre concreto creado cada uno a imagen de Dios, la familia, el federalismo, la subsidiariedad y la república contra quienes sostienen el laicismo, el materialismo liberal o marxista, la reducción del hombre a un número, a un átomo aislado en el marco de un Estado al que caracterizan el centralismo, el democratismo y la irresponsabilidad.


MONTEJANO, Montejano (h.): Familia y Nación Histórica. Bs. As., Cruzamante, 1986, 58-61.


Notas:

[1] “La organización política argentina en el período hispánico”, Ed. Emecé, Buenos Aires, 1959, págs. 302 y 303.

[2] “Vísperas de Mayo”. Ed. Theoría, Buenos Aires, 1960, pág. 7. El Cabildo de Buenos Aires dirigió un informe a la Junta Central de Sevilla el 13 de septiembre de 1808 que denuncia el desquicio gubernativo: “La corrupción de los ramos del gobierno ha llegado a su último término… Todo es un trastorno en esta parte de la Dominación española y un desorden que lleva tras sí la ruina de la América del Sur… La América en muchos años ha tenido que sufrir jefes corrompidos y déspotas, ministros ignorantes y prostituídos, militares ineptos y cobardes… El bien del Estado y la felicidad de la Nación se han mirado como quimeras y sólo se ha hecho uso de estas voces sagradas para encubrir la maldad, fomentar la estafa y sacrificar a los pueblos”, citado por Marfany, ob. cit. págs. 9 y 10.



Lo que no se va a decir en el Te Deum del 25...



Sermón patriótico pronunciado en la Catedral de Buenos Aires el 25 de mayo de 1815 por fray Francisco de Paula Castañeda.


(Extractos)


“El día veinticinco de Mayo ya se considere como el padrón ó monumento* eterno de nuestra heroica fidelidad á Fernando VII, ó como el origen, principio y causa de nuestra absoluta independencia política, es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades” (…)


(…) “Finalmente, este acto heroico en la sustancia, circunstancia é intención, lo fué mucho más en su ejecución y exacto cumplimiento; porque la América, el día veinticinco de Mayo, no sólo prometió y juró guardar y defender la tierra para Fernando VII, sino que efectivamente con repetidos actos, á costa de peligros y mucho más á costa de su sangre, lo ha ejecutado y cumplido, guardando y defendiendo la tierra ya contra Napoleón y sus enemigos ya contra los mandones caducos é inertes; ya contra los europeos comuneros y contra sus repetidas importunas e injustas coalisiones; ya contra la misma España, que con su mal ejemplo y fuerza armada nos quería forzar á que variásemos nuestro primer juramento, para que fuésemos tan renegados, perjuros y rebeldes como ellos. Si, señores: contra la misma España, que nos quería también obligar a reconocer sus cortes ilegítimas; y últimamente nos halagaba con una constitución despilfarrada, nula, refractaria y atentadora de la autoridad real”. (…)


(…) “Por eso os dije al principio, devoto y amado pueblo mío en el Señor, por eso os dije al principio y concluyo ahora intimándoos, que celebreis este día consagrándolo al Señor en vuestras generaciones, con un culto sempiterno – “solemnem Domino in generationibus vestris culta sempiterno”. Lo consagréis, sin duda, si acertáis á emplearlo en obras dignas del Soberano autor y conservador de nuestra libertad política.

En este día, el magistrado debe soltar la vara de las manos para emplearse todo en actos de beneficencia pública: el poderoso debe derramar profusa y pródigamente sus tesoros en el seno de la indigencia; el padre de familia debe instruir á su posteridad y hacer comprender á sus tiernos hijos, que la libertad política es uno de los más grandes beneficios que Dios hace a las naciones que son suyas y que se deben aprovechar de esta gracia inextimable, no para abusar de la libertad, sino para ser hombres de bien y buenos cristianos”.


* [Exod. 12 v. 14]


jueves, mayo 20

Tradición en 1810, año del gobierno propio.


Se proclamó que la SOBERANÍA HABIA REVERTIDO SOBRE EL PUEBLO desde el momento en que había desaparecido quien la poseía legítimamente, o sea, se afirmó un principio que venía del Fueron Juzgo y que justifica lo que dice el historiador inglés J. M. Carlyle, de que “toda libertad proviene del medioevo”.


Fidelidad y no desleal separatismo.


El año del gobierno propio debería llamársele, en adelante, a 1810 (año de “acefalía” y “provisoriatos”). Puesto que la REVOLUCIÓN RIOPLATENSE, como tal, irá tomando fisonomía sociológica y calor de pueblo sobre todo a partir de 1811.

La tesis jurídica del GOBIERNO PROPIO surgido por “acefalía” –que no es lícito confundir hoy con la creación de un nuevo Estado rebelde-, habría de ser expuesta y desarrollada con brillo y abundancia de citas eruditas, según se verá, por el Dr. Juan José Castelli, orador tradicional en la memorable Asamblea histórica del 22 de mayo.


“El alegato de Castelli fue elocuente, sin duda alguna, no solo por “la profusión de la verba que le era genial”, sino por la estructura dialéctica y la fundamentación jurídica de que hizo gala y arrebató a los patriotas –transcribo aquí fragmentos del exhaustivo trabajo que, sobre el tema, integra el denso opúsculo El Cabildo de Mayo, cuyo autor es el Dr. Roberto H. Marfany-. Los miembros de la Real Audiencia de Buenos Aires también dejaron testimonio en su informe de las dotes oratorias con decir: “el Dr. Castelli orador destinado para alucinar a los concurrentes”. La versión más completa que hasta ahora se conoce del discurso de Castelli –prosigue Marfany-, se registra en el informe de los miembros de la Real Audiencia, y puede considerársela de la mayor fidelidad por proceder de personas con suficiente preparación en asuntos jurídicos y políticos. El abogado patriota, según esa versión, “puso empeño en demostrar que desde que el Señor Infante Dn. Antonio había salido de Madrid, había CADUCADO el Gobierno de España; que ahora con mayor razón debía considerarse haber EXPIRADO, con la disolución de la Junta Central, porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Supremo Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el Gobierno y no podían delegarse, y ya por la FALTA DE CONCURRENCIA DE LOS DIPUTADOS DE AMERICA en la elección y establecimiento de aquel Gobierno; deduciendo de aquí su ILEGITIMIDAD y la REVERSIÓN DEE LOS DERECHOS DE LA SOBERANÍA AL PUEBLO DE BUENOS AIRES y su libre ejercicio en la instalación de un NUEVO GOBIERNO, principalmente no existiendo ya como se suponía NO EXISTIR LA ESPAÑA en la denominación del señor Dn. Fernando Séptimo”. Adviértese, en el desarrollo de esa exposición, una estructura sólida y coherente. Era el orador, abogado que conocía la ciencia y el arte de su profesión; poseía, además, dotes oratorias naturales, y tenía conciencia de que alegaba ante la presencia vigilante de los graves oidores, de duchos funcionarios públicos de carrera, de miembros del alto y el bajo clero y de abogados; concurrencia selecta que imponía, sin duda alguna, para que Castelli fuera extremoso en el manejo de sus conceptos y de sus palabras. Sabía que representaba la causa de la Patria en aquella hora decisiva y tormentosa del mundo, y sabía también que frente a él se levantaba la infranqueable barrera de la oposición de los magistrados y de los funcionarios de la alta burocracia. Ante esa atmósfera tensa, expectante, Castelli jugaba la carta decisiva, y “puso empeño” en reproducir un alegato incontrovertible. En la primera parte de su exposición, Castelli planteó esta cuestión concreta: desde que el infante don Antonio salió de Madrid, había CADUCADO el gobierno soberano de España, potestad que no le reconocía, por supuesto, a la Junta Central que había funcionado en Sevilla. De la CADUCIDAD del gobierno en que se encontró España por la salida de Madrid del infante don Antonio, y las irregularidades que sobrevinieron, era de público conocimiento en Buenos Aires. El virrey Liniers había hecho reimprimir en 1808 un “Manifiesto o declaración de los principales hechos que han motivado la creación de esta Junta Suprema de Sevilla...”, suscripto por todos sus miembros el 17 de junio de 1808, y que reza así: “Fernando VII había creado una Junta Suprema de Gobierno, cuyos miembros señaló y por Presidente a su tío el Infante D. Antonio. Era preciso destruir esta Junta y consumar los proyectos de iniquidad que estaban tramados; para esto se hizo salir de Madrid y pasar a Francia a la familia Real, sin exceptuar aquellos Infantes que por su tierna edad parecía debían inspirar alguna compasión... El débil Gobierno español, oprimido por el duque de Berg, después de haber prohibido a las tropas españolas que salieran a ayudar a sus hermanos, se presentó en público en las calles de Madrid, y a su vista dejó el pueblo las armas y calmó su furor... Después se obligó a salir para Bayona al Infante D. Antonio. Había señalado Fernando VII los vocales de la Junta de Gobierno, y nadie podía agregar otros; no obstante, el extranjero Murat no tuvo rubor de obligar a estos vocales a que en su presencia misma lo eligieran Presidente, circunstancia que basta sola, para convencer la horrible violencia con que se procedía; sin embargo, firmaron este decreto y lo publicaron todos los vocales de la Junta. ¡Qué vasallos! ¡Qué españoles!... Pereció al fin en el Consejo de Castilla la protesta de Carlos IV, enviada por Napoleón a Murat, y este Tribunal dominado por un terror que será su eterna deshonra, decidió que Fernando VII no era Rey de España y sí Carlos IV por la nulidad de su abdicación... Será una prueba auténtica de ceguedad espesísima que conduce la ambición el que Napoleón, con su ponderado talento no haya conocido estas verdades, y haya echado sobre sí la infamia eterna de haber recibido la Monarquía española, de quién ningún derecho, ningún poder tenía para dársela. Y la misma NULIDAD habría, si lograse sus infames designios de poner por Rey de Esparta (sic: España) a su hermano Josef Napoleón (sic: Bonaparte), pues ni éste ni Napoleón I pueden ser ni serán Reyes de España, sino por el derecho de la sangre que no tiene, o por elección unánime de los Españoles, que jamás la darán...” Sin gobierno que pudiera llamarse español y aisladas las provincias por la acción de las tropas napoleónicas, surgieron en las ciudades capitales JUNTAS PROVINCIALES DE CREACIÓN POPULAR y en última instancia, la titulada pomposamente Junta Suprema Central Gubernativa del Reino, constituída en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, con dos representantes por cada provincia –en total de treinta y cinco miembros- y que poco después se trasladó a Sevilla. Esa Junta Central gobernaba a nombre de Fernando VII, es decir, sin atribuirse su soberanía, por cuanto, como explicaba el famoso político español don Melchor de Jovellanos, la potestad soberana era “una dignidad inherente a la persona señalada por las leyes y que no puede separarse aún cuando algún impedimento físico o moral estorbe su ejercicio. En tal caso, y durante el impedimento, la ley o la voluntad nacional dirigida por ella, SIN COMUNICAR LA SOBERANÍA, puede determinar la persona o personas que deben encargarse del ejercicio de su poder”. La legitimidad de esa Junta Central, en cuanto al ejercicio de su autoridad en América, había sido ya impugnada en Buenos Aires en el momento mismo de recibirse los despachos oficiales de su instalación. Y aunque posteriormente fue reconocida por el gobierno del Virreinato en lucido acto celebrado en la Capital el 7 de enero de 1809, NO PURGABA SUS VICIOS ORIGINARIOS. Quienes primero alegaron esa irregularidad fueron varios patriotas –concretamente, Juan José Castelli, Hipólito Vieytes, Antonio Luis Beruti, Nicolás Rodríguez Peña y Manuel Belgrano- en una Memoria suscripta conjuntamente, el 20 de septiembre de 1808, y dirigida a la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, en adhesión a sus reclamos de sucesora eventual de la corona de España, que proclamó a América desde Río de Janeiro, donde se había refugiado con su esposo, el príncipe don Juan, regente de Portugal. Discurrían así aquellos cinco patriotas: “Si se hubiera de entrar en mayor discusión para fijar los límites más precisos y circunscriptos de las representaciones de la Junta de Sevilla y de la augusta Casa de Borbón para la Regencia de estos reinos, no era de prescindir ni la falta de reconocimientos a aquellos de las más reinos de España, ni de la INSUFICIENCIA DE LA MERA VOLUNTAD DE ELLOS PARA TRAER A SU OBEDIENCIA LOS DE INDIAS. La primera circunstancia importa, por lo menos, la DUDA del valor que cada uno quiera dar al acto de corporación de Sevilla, especialmente cuando LA AMERICA INCORPORADA A LA CORONA DE CASTILLA, ES INHERENTE A ELLA POR LA CONSTITUCÍON, y como no existe una obligación absoluta que los separe del trono, los una de su igual por la dependencia, pueden muy bien constituirse a sólo la unidad de ideas sin fidelidad, SIN PACTOS DE SUMISIÓN. En este caso no se puede ver el medio de inducir un acto de necesaria dependencia de la América Española a la Junta de Sevilla, pues LA CONSTITUCION NO PRECISA QUE UNOS REINOS SE SOMETAN A OTROS, como un individuo que no adquirió derechos sobre otro libre, no le somete. La segunda circunstancia importa, por consecuencia de lo expuesto, que aparte de los actos del imperante o de quién le representare legítimamente, nada debe ser más impropio que sustraerse del derecho que dan los llamamientos a los Príncipes de la Casa en América, por reconocer el imperio de una Junta que NO HA MOSTRADO SUS TITULOS...”. El principio de que América estaba incorporada a la corona de Castilla –continúo transcribiendo a Marfany- y exclusivamente dependiente de ella y, en consecuencia, no sometida a las provincias de España sino en IGUALDAD DE DERECHOS para “constituirse a solo la unidad de ideas de fidelidad, SIN PACTOS DE SUMISIÓN, descansaba en un sólido precepto legal. En efecto, en la Ley I, Título I, Libro III de la Recopilación de las Leyes de Indias promulgada en 1680 y en plena vigencia, disponía el rey de España: “Por donación de la santa Sede apostólica y otros justos y legítimos títulos, somos señor de las Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, y están incorporadas a nuestra real corona de Castilla... Y mandamos que en ningún tiempo puedan ser separadas de nuestra real corona de Castilla, desunidas ni divididas en todo o en parte, ni sus ciudades, villas ni poblaciones, por ningún caso ni a favor de ninguna persona”. No es improbable que Castelli, en el discurso pronunciado en el cabildo abierto, hubiera apelado a esos mismos argumentos expuestos en la memoria, la cual pudo muy bien ser fruto de su propia elucubración. Pero no fue esa sola crítica la que mereció la Junta Central de Sevilla tan anticipadamente. El Virrey Liniers tuvo serias dudas acerca de la legitimidad. El 27 de octubre de 1808 escribía al Virrey del Perú, don José de Abascal: “...La Audiencia de Charcas ha adoptado el ridículo sistema de no reconocer la Junta Suprema de Sevilla y su enviado Goyeneche, separándose del partido que aquí hemos tomado y ejemplo de la Chancillería de Granada, pues AUNQUE SE PODIA PONER EN CUESTION SU AUTORIDAD EN FORMA LEGAL, motivos políticos (pero demasiado altos para que los comprendan o adopten hombres preocupados y llenos de hinchazón) deben particularmente en estos Dominios hacernos abrazar y venerar un Escuerzo que nos represente la Soberanía...”. Y Cornelio Saavedra anota en sus Memorias: “A pesar de las ILEGALIDADES o propiamente ILEGITIMIDAD de que adolecía en tal Junta de Sevilla, fué reconocida en Buenos-Aires”. La segunda proposición de Castelli fue: que con la destitución de la Junta Central de Sevilla no existía ya forma alguna de gobierno en España, “porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el Gobierno y no podían delegarse” en el Consejo de Regencia instituído en Cádiz. Razonamiento de estricta validez jurídica, porque el mandato conferido a esos vocales era PRECISO y PERSONAL para constituir el gobierno de la Junta y sin autoridad ninguna para crear y traspasar ese mandato en otra institución o personas, mucho menos habiendo los vocales perdido, por la destitución, a autoridad que investían y que los relegaba al estado de SIMPLES CIUDADANOS. Esa irregularidad en la formación de la Regencia se acentuaba aún más “por la FALTA DE CONCURRENCIA DE LOS DIPUTADOS DE AMERICA en la elección y establecimiento de aquél Gobierno”, agregó Castelli. Otra verdad innegable. Alude aquí, sin duda alguna, a los derechos políticos concedidos a América por la propia Junta Central en decreto de 22 de enero de 1809. Por él, se declaraba que los virreinatos y provincias “no son propiamente colonias o factorías como las de otras naciones, sino UNA PARTE ESENCIAL E INTEGRANTE DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA”, y en su mérito “deben tener REPRESENTACIÓN NACIONAL INMEDIATA a su real persona y constituir parte de la Junta Central Gubernativa del Reino por medio de sus correspondientes DIPUTADOS”. Cuando circuló en Buenos Aires, a mediados de mayo de 1809, el contenido de aquel decreto, reimpreso por orden del virrey Liniers, el Cabildo hizo una vigorosa defensa para que esos DERECHOS POLITICOS RECONOCIDOS tuvieran vigencia plena, ya que el procedimiento instituído para la elección de diputados, convertía a los virreyes en árbitros de la elección. Al impugnar ese procedimiento, en la sesión del 25 de mayo de 1809, dejó sentado que se privaba “a los Pueblos de la acción que en ello deben tener y que se ha dignado declararles en la insinuada resolución de la misma Junta Central; de lo que debe precisamente resultar el que no se arribe a la REFORMA o REGENERACION que tanto se necesita para la felicidad de estas Provincias, abatidas y casi arruinadas por la continuada prostitución de los gobiernos; acordaron SE REPRESENTE A S.M. EN LA SUPREMA JUNTA, manifestándole este gravísimo reparo y otros más que se tocan en el método adoptado y suplicando se digne reformarlo en términos que queden expeditas LAS ACCIONES Y DERECHOS DE LOS PUEBLOS en asunto que tanto les interesa”. Interesante es comprobar también que esa defensa energética fue de aprobación unánime de los cabildantes, cuyas ideas políticas no estaban en la misma conformidad. La rubricación del alcalde de primer voto, don Luis de Gardeazabal, acérrimo partidario de Cisneros después, y que no participó en el cabildo abierto de Mayo, aunque presumiblemente debió ser invitado en calidad de vecino principal; el alcalde de segundo voto, don Manuel Obligado, que asistió al histórico cabildo y votó por la cesación de Cisneros; el regidor don Francisco de Tellechea, ausente también en la asamblea del 22 de mayo, acaso por negarse a asistir; el regidor don Gabriel Real de Asúa, que tampoco estuvo presente; el regidor don Antonio Cornet y Prat lo mismo; el regidor don Juan Bautista Castro, quien votó por la destitución de Cisneros; y el regidor don Agustín de Orta y Azamor, que apoyó la continuación de Cisneros asistido de asesores. Demostrada la FALTA DE GOBIERNO LEGÍTIMO EN ESPAÑA que pudiera ser reconocido con autoridad en América –primer presupuesto necesario-, Castelli planteó como corolario la tesis fundamental de “LA REVERSIÓN DE LOS DERECHOS DE LA SOBERANÍA AL PUEBLO DE BUENOS AIRES y su libre ejercicio en la instalación de un NUEVO GOBIERNO, principalmente no existiendo ya, como se suponía NO EXISTIR LA ESPAÑA EN LA DENOMINACIÓN DEL SEÑOR Dn. FERNANDO SEPTIMO”, concluyen los miembros de la Audiencia en su recordado informe. Era evidentemente un problema de enorme trascendencia, porque desarticulaba, sin duda alguna la unidad del imperio español. Aún hoy se lo considera, con razón, el punto medular de su alegato y el que ha movido a la interpretación de su base “jurídico-política”.

Pocas páginas más adelante, Roberto Marfany cierra el precedente capítulo acerca del discurso de Castelli, con estas palabras finales: “La caducidad del Rey de España no era un recurso dialéctico de Castelli; era una VERDAD proclamada a voces. En 1808, el Virrey Liniers mandó reimprimir y circular en Buenos Aires un papel titulado “Diario de Valencia del lunes 6 de Junio de 1808”, que comenzaba así; “La monarquía esta ACEFALA; se la ha puesto una cabeza extraña de su cuerpo, que la ha constituído un monstruo, como si al cuerpo humano se pusiese la cabeza de un asno”. Se refiere, sin duda, al intruso rey José I. Esa situación de CADUCIDAD era consecuencia directa de la disolución de la Junta Central –como lo expreso Castelli en el cabildo abierto- y con cuya disolución desaparecía toda forma, aunque fuera aparente, de la soberanía real con alcances nacionales, quedando subsistente esa potestad real, fraccionada y dispersa en las juntas provinciales de España y dentro de sus respectivas jurisdicciones locales y sin autoridad sobre América, la cual podrá, en consecuencia, tomar igual determinación para darse las suyas... La tesis política expuesta por Castelli fue adecuada al plano de las ideas aceptadas, sin asomo de herejía. Si tuvo reservas mentales o en su actuación posterior –como en el Alto Perú- no observó la misma conducta, nada hace al fundamento con que se promovió la destitución del Virrey, y hemos dejado explicado”.


Por su parte, y siempre con referencia a la pieza oratoria pronunciada por Castelli en la asamblea del 22 de mayo, otro autorizado investigador de nuestro pasado histórico –don Vicente D. Sierra- puntualiza en su monumental obra (Historia de la Argentina – T. IV), los siguientes conceptos que también transcribo: “Las palabras atribuidas a Castelli han sido interpretadas como expresión de un ideario revolucionario, que habría sacudido los cimientos del Imperio Español. Castelli no hizo sino exponer conceptos clásicos en el derecho hispano. Ya en el código de las Partidas leemos que cuando la familia real se extingue, el nuevo rey puede serlo por “acuerdo de todos los habitantes del reino que lo escogiesen por señor” (Part. 2, tit. I, ley IX). Y las Partidas pertenecen al período de auge del romanismo. Posteriormente, y en especial en el curso del siglo XVI, los escritores que fundan la escuela teológico-política española, sentaron tesis de más hondo contenido POPULISTA: de manera que las Juntas de España pudieron establecerse en 1808 en virtud de tales tesis afirmando que, desaparecido el rey, la soberanía REVERTÍA SOBRE EL PUEBLO. Como derecho humano, la soberanía alcanzó su máxima expresión teórica a través de los grandes pensadores de dicha escuela. Para afirmar que la soberanía es de derecho humano no necesitó Castelli, ni los juristas españoles, recurrir a Rousseau, a quien algunos suponen rector espiritual de los sucesos de Mayo de 1810. Para negar poderes soberanos al Consejo de Regencia, Castelli utilizó el mismo argumento con que la Suprema Junta Central afirmó su legitimidad, al declarar: “Un rey sin potestad no es rey- refiriéndose a José Bonaparte- y la España está en el caso de hacer suya la SOBERANIA por ausencia de Fernando, su legítimo poseedor”. Pero Castelli estuvo en lo cierto al negar que la Suprema Junta, por su sola voluntad, pudiera entregar la SOBERANIA en otras manos, pues en el viejo derecho español se establecía que, sin la anuencia del pueblo, tal traspaso no podía hacerlo ni el propio monarca, para dar a la nación un nuevo señor. El ilustre jurisconsulto Vázquez de Menchaca, en su obra Controversias fundamentales, desarrolló este principio de manera luminosa a comienzos del siglo XVIII. La posición de Castelli fue netamente LEGALISTA –concluye Sierra- si bien la revolución estaba implícita en sus palabras, como lo estuvo en la formación de las Juntas de España en 1808, pues en ambos casos se afirmaron normas jurídicas tradicionales que se oponían a los principios del absolutismo borbónico. Esta es la cuestión esencial del 22 de mayo de 1810, como lo había sido la de los alzamientos juntistas en las provincias de España. Se proclamó que la SOBERANÍA HABIA REVERTIDO SOBRE EL PUEBLO desde el momento en que había desaparecido quien la poseía legítimamente, o sea, se afirmó un principio que venía del Fueron Juzgo y que justifica lo que dice el historiador inglés J. M. Carlyle, de que “toda libertad proviene del medioevo”.



IBARGUREN, Federico: Las etapas de mayo y el verdadero Moreno. Bs.As., Theoría, 1963, pp. 23-32.



domingo, mayo 16

La primera vez de Moreno.



“La primera vez, el 27 de junio de 1806 aparece llorando en la Plaza Mayor, al ver a los ingleses que se apoderan de la ciudad (...).


“Si Saavedra, Pueyrredón, Belgrano y los demás patriotas, si las mujeres porteñas, que se cubrieron de gloria combatiendo contra los invasores, hubieran hecho lo mismo que Mariano Moreno, y limitándose a llorar en la Plaza de Mayo y a escribir de noche lo que otros ejecutaban durante el día, hoy la República Argentina sería colonia extranjera; y es probable que los admiradores del prócer anduvieran vestidos como el Mahatma Gandhi , ensabanados de blanco, las piernas desnudas y el porrón de leche en la mano.


“Gracias a los que no lloraron, pero se batieron y expulsaron a los invasores, esta tierra es soberana, sus habitantes visten trajes civilizados y son católicos”.



Hugo Wast

(Año X. Bs. As., Thau, 1960, pág. 41).



Al puto, puto.



Es recomendable para las sociedades de lengua castellana que legislen estas uniones contra natura en un capítulo aparte bajo el título de “Casamiento de Maricones y Tortilleras”, claro está que agregándoles a cada unos de estos sustantivos la leyenda, entre paréntesis: “entre sí”, para que un desavisado no crea que los maricones se deben casar con tortilleras y viceversa, aunque muchas veces esto suceda.


Nuestra cervantina lengua sufre continuas distorsiones por parte de la prensa que utiliza neologismos y anglicismos no aceptados por la Real Academia Española y por lo tanto no incorporados a su Diccionario. Esto es muy común en nuestra Argentina y se da también en la propia España. Uno de los problemas lingüísticos emblemáticos es la habitual utilización de las palabras “gay” o “gai” para designar a los individuos que desarrollan aberrantes y perversas uniones sexuales con personas de su mismo sexo.


Estos envilecidos practicantes del sexo contra natura tienen en nuestro rico y desarrollado idioma, el mas rico del mundo, términos que van desde los neutros “homosexual” e “invertido” y los mas precisos de “sodomita” (de inspiración bíblica”) y “lesbiana” (utilizado desde Grecia hasta nuestros días) hasta los mas castizos y por eso más nuestros y más castellanos de “maricón” y “tortillera” para referirse unívocamente a los pervertidos de sexo masculino y femenino respectivamente. Sobre estos dos descriptivos términos el diccionario de la R.A.E. consigna: “Maricón: m. fig. y fam. Hombre afeminado, marica Ú.t.c. adj. / 2. Invertido, sodomita” “Tortillera: f. despec. vulg. Lesbiana. / 2. Mujer homosexual”.


Por lo expuesto surge indubitablemente que los términos de nuestro idioma que mejor describen las conductas sexuales desviadas y que además son los únicos exclusivos de origen propio y se gestaron con el propio castellano son el de “maricón” y “tortillera”, con preferencia a los otros consignados. Con relación a los barbarismos “gay” o “gai” su utilización debe ser totalmente desterrada ya que estos anglicismos no tienen reconocimiento académico. Es recomendable para las sociedades de lengua castellana que legislen estas uniones contra natura en un capítulo aparte bajo el título de “Casamiento de Maricones y Tortilleras”, claro está que agregándoles a cada unos de estos sustantivos la leyenda, entre paréntesis: “entre sí”, para que un desavisado no crea que los maricones se deben casar con tortilleras y viceversa, aunque muchas veces esto suceda.


Fernando Ares

(tomado de: Revista Cabildo Nº 40, Octubre de 2004, pág. 14; título original: “Hablemos culto”).


viernes, mayo 14

No hay cañones. Vienen los macacos.




Dice Infobae:



14-05-10 | POLÍTICA


Por orden de la ministra Garré, el desfile por el Bicentenario no tendrá tanques ni cañones.


La titular de Defensa busca evitar que los vehículos se queden a mitad de camino por falta de mantenimiento, como ocurrió en una reciente ejercitación en Santa Cruz. Determinó que tampoco participen liceístas.


La ministra de Defensa, Nilda Garré, decidió que la parada militar que tendrá lugar en los festejos del Bicentenario no cuente con tanques, cañones ni cadetes de los liceos.



Seguramente Garré no quiere arriesgarse al papelón ocurrido en la última ejercitación protagonizada por la Brigada Mecanizada XI Brigadier General Juan Manuel de Rosas, en Comandante Luis Piedrabuena, provincia de Santa Cruz. En esa oportunidad, los tanques sufrieron fallas en sus orugas por falta de mantenimiento y se quedaron a mitad de camino.



Nota al margen: ¿y si lo llevan al Coronel Cañones? Es Urbano Cañones, con la dosis justa de civismo que necesita esta gorda terrorista para sus trampas ideológicas.



En tanto, y como parte de su política de "desmilitarizar los liceos", la funcionaria no permitirá la presencia de cadetes liceístas en las calles de la Ciudad. De esta manera, sólo habrá tropas terrestres profesionales, que deberán cubrir el trayecto entre Plaza Constitución hasta el Obelisco en 53 minutos.



Otros ausentes que suelen dar color a las paradas militares son los caballos. Por el momento, los animales tampoco podrán participar, ya que pesa una prohibición del Senasa a raíz de un brote de arteritis viral equina. La medida vence el 21 de mayo, pero el organismo no descarta su extensión, por lo que la resolución será a último momento.



En cuanto a los aviones, la Fuerza Aérea intenta reunir la mayor cantidad de aparatos posibles, aunque todavía está presente el fantasma de los festejos por el Bautismo de Fuego. Ese día, el último 1 de mayo, despegó la mitad de los aviones para el desfile aéreo por problemas técnicos.


Para el show aéreo fue confirmada la presencia de la escuadrilla "da Fumaca", de la Fuerza Aérea Brasileña, que realizará vuelos rasantes y maniobras acrobáticas. Está integrada por 8 aviones Tucano.


Moraleja: Este 25 de mayo, haga Patria, vaya pertrechado al desfile, lleve cañones, fusiles, pistolas, armas blancas de todo tipo, que la Patria se ganó en los campos de Salta, Tucumán, Chacabuco y Maipú. Y cómo vienen los muchachos del Brasil, lleve también un cuchillo afilado para recordar (cómo dice el candombe) las viejas jornadas de Ituzaingó… Lleve sin miedo un cañón cómo este


, y tíreselo por la cabeza a la caterva de terroristas vengativos que va a atestar el palco. Se lo merecen.




jueves, mayo 13

Precursor una mierda. (Segunda parte y final)


“Miranda, por una vergonzosa y traicionera capitulación, ha entregado la libertad de este país. No puedo decir si ha sido un agente del gobierno inglés, como lo declara ahora, o si su conducta fue el resultado de un corazón vil y cobarde. Por mi parte, mis breves relaciones con él me han convencido de que no sólo es un brutal y caprichoso tirano, sino un hombre desprovisto de valor, honor y capacidad”.


Alexander Scott, 16 de noviembre de 1812.



la “Gran Reunión Americana”, “no es, ni ha sido, más que un mito”



Francisco de Miranda


Continuación…


Por un motivo u otro –y la ausencia de una “compensación financiera regular”, no fue el menor-, abandonó la cicatería inglesa y fue en busca de la fraternal Francia. Quiso estar, dice:


“al servicio de la Francia por la Causa de la Libertad”.


¡”Liberté, Liberté! Por fin, el límpido, solidario, generoso, y fraternal aire de París hinchaba sus pulmones.


A todo esto, conviene anotar que Miranda no creía que hubiera incompatibilidad entre esos afanes libertarios, y un buen pasar económico. En ese sentido, por lo pronto, manifestó que “quería seguridades de cobrar la misma renta que en Inglaterra”. Empero, en 1792, aclaró a los girondinos con mayor exactitud cuáles eran sus reclamos. Dijo:


“estar dispuesto a comprometerse a servir lealmente a la nación francesa, con tres condiciones: que se le diera el grado y sueldo de mariscal de campo, que después de terminar la guerra se le nombrase en un cargo civil o militar que le diese una renta suficiente para vivir cómodamente en Francia”.


Con el objeto de evitar malos entendidos, Miranda explicaba que esos pedidos los hacía porque la “Libertad es mi divinidad favorita”.


Con cierta ingenuidad, los revolucionarios franceses le otorgaron las peticiones. En realidad, el cargo militar le fue concedido en “la errónea creencia de que había desempeñado funciones similares durante la Revolución norteamericana”. Si a los rusos les había dicho que había sido Conde en Venezuela, título nobiliario que en Gran Bretaña los hizo provenir del Perú, a los franceses les dijo que había sido General en Estados Unidos. Eslabones de una vida ejemplar.


En Francia reiteró sus planes separatistas. Brissot, en carta a Dumouriez, del 28 de noviembre de 1792, le contaba en detalle el proyecto galo de usar a Miranda para disminuir el poder de su vecina España. De momento, fue empleado en el frente de la batalla europea que libraban los ejércitos revolucionarios. El problema se le planteó en Neerwinden, derrota sufrida por las armas francesas, a raíz del abandono del campo de batalla del “Mariscal Miranda”. El general Dumouriez llegó a pensar que el venezolano era un “guerrero-filósofo”, que sabía la teoría bélica, “pero ignoraba su práctica”. Retirado a sus meditaciones trascendentales, los soldados tardaron veinte días en encontrarlo.


Como consecuencia del traspiés castrense, fue a parar a la prisión de La Force, junto a otro trapalón, el yanqui Thomas Paine. Su fama se oscureció un tanto. Para peor, John Skey Eustace, un norteamericano conocido suyo, le escribió al general La Bourdonnaye calificando al héroe de Neerwinden, cual un:


“sedicente Conde del Perú, bajo desertor español, vil contrabandista y notorio aventurero”.

Miranda clama contra esta persecución inicua. Escribe:


“soy oprimido, yo que siempre he sido el más vigoroso partidario de la libertad”.


El gobierno francés se apiada de él. Después de todo, un trance de cobardía lo puede padecer cualquiera.


Sin embargo, Miranda era de la especie de los que se reponen rápido de los percances. No se conforma con la libertad recuperada. Exige una recuperación pecuniaria consistente en 10.000 luises de oro. Algo de eso recibe, y puede pasar de nuevo a darse una vida regalada en París.


En este punto contamos con un juez sagaz, gran conocedor de las debilidades humanas. Acerca de Miranda, escribe Napoleón Bonaparte:


“Comí hoy en casa de un hombre notable. Creo que es un espía de Inglaterra y de España a la vez. Vive en un tercer piso que está amueblado como la residencia de un sátrapa. En medio de su lujo, se queja de su pobreza” [6].


Empero, la envidia revolucionaria vuelve por sus fueros. Miranda es expulsado de Francia, calificado de “extranjero indeseable”.


¿Dónde ir…?


Inglaterra no sería una maravilla libertaria, pero era acogedora con los traidores. Entró, pues, en el Reino Unido usando un pasaporte ruso, con el apellido de “Mirandov”. Al “Conde” le bastó con restablecer los contactos adecuados para que las cosas marcharan bien. Habló con Nicholas Vansittart, Henry Dundas y John Turnbull, agentes de Pitt. Les comunicó su queja sobre:


“un sistema tan abominable como el que Francia está desarrollando”.


Ahora es cuando aparece en escena la “Gran Reunión Americana”.


En 1798, anota e su “Diario”:


“Recientemente me encontré con algunos amigos en París, quienes se pusieron de acuerdo sobre bases para la absoluta libertad e independencia de la América hispana, semejantes a las que tuvieron por resultado la emancipación de los Estados Unidos. Convinieron en que Inglaterra debía ser bien pagada por los servicios que está en condiciones de prestarnos”.


Respecto al plan a seguir aclara:


“estábamos a punto de realizar cuando el genio infernal de Robespierre lo echó todo a rodar, (pero) será ahora adoptado por Inglaterra en conjunción con los Estados Unidos para promover la felicidad general de la raza humana y el triunfo de la verdadera libertad” [7].


Eso lo habría pactado con Salas, del Pozo, Olavide, Godoy y Viscardo, entre otros. En carta a William Pitt, del 16 de enero de 1798, se presenta como el principal directivo:


“nombrado por una “junta de diputados” de Méjico, el Perú, Chile, el Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada, para reanudar con los ministros ingleses las relaciones de 1790”.


Que ninguno fuera a creer que estaba tratando con Don Nadie. Él era un Precursor. El Gran Precursor. Como tal, imponía condiciones. Una, según le explicaba al embajador de USA en Londres, Rufus King, era la de “excluir la influencia francesa en América”. Otra, proponer: “el reparto de las Antillas entre Inglaterra y los Estados Unidos”. Y una tercera, que América Hispana, por su intermedio, se comprometería a recompensar el auxilio británico con 30.000.000 de libras esterlinas [8].


Los recaudos eran graves; pero Don Francisco era una persona que proyectaba por todo lo alto.


Tal vez, fuera un poco fantasioso. El P. Miguel Batllori S.J., el mayor especialista sobre las andanzas de los jesuitas expulsados, niega que Viscardo pudiera entrevistarse con Miranda, lo mismo que Olavide; cree que los otros sujetos mencionados (Del Pozo, Salas, etc.), difícilmente existieran, y, en tal caso:


“Si, además, toda la leyenda se fundase en una falsedad, si la Junta de Madrid y la convención de París fuesen puras maquinaciones fanáticas de Miranda para presentarse a Pitt como un plenipotenciario de los pueblos americanos -como podría hacer sospechar la alusión a Olavide, que en 1797 estaba ya muy de vuelta de sus ideas revolucionarias, según aseveraban el propio Dupérou, que figuró como secretario, y Pedro José Caro-, el valor mítico de la leyenda llegaría a su punto máximo”.


En suma, estima Batllori, que la “Gran Reunión Americana”, “no es, ni ha sido, más que un mito” [9]. ¡Qué lástima! ¡Con lo bien que lucía en los manuales escolares!


Lo único seguro en esta materia es que Miranda quedó nuevamente a sueldo de Inglaterra. A cambio, este “hombre de Pitt”, como lo llama Turnbull, en 1799 envía un plan a Ponwall ofreciendo entregar Cartagena al Reino Unido.


Inconformista nato, desasosegado, intenta ahora probar suerte en los Estados Unidos. Mala maniobra. Le solicita un aval a Alexander Hamilton; pero éste expresa:


“No contestaré porque lo considero un intrigante aventurero”.


Don Francisco debió haber consultado antes con el horóscopo, y quedarse quieto, por una vez en su vida. No lo hizo, y ese tiempo que sigue es el de las peleas con sus amigos y secretarios: Louis Dupérou, Pedro José Caro, Manuel Gual, Thomas Graves y Juan Pablo Viscardo, que aprovecharon la coyuntura para hablar pésimo del “Precursor” en adelante.


Otro giro en sus preferencias: vuelve a Francia, “douce France”, el “augusto reinado de la justicia”, la denomina.


En París expone sus quejas contra los ingleses. El 5 de marzo de 1801, manifiesta que los británicos no quieren expedicionar a Hispanoamérica, “con tal de satisfacer su odio contra los principios de la libertad establecidos en Francia”.


El renacido amor por el liberalismo galo dura poco. El jefe de policía Fouché ordena su arresto en la prisión de El Temple; enseguida, sale expulsado.


En agosto de 1803 le hace una confidencia al embajador yanqui en Londres: la conducta inglesa “le parecía sospechosa, sino pérfida”. También se cartea con Aaron Burr, un “boss” de la politiquería yanqui más ruin.

“Homecoming”. De vuelta al hogar. “England Homeland”. El 4 de junio de 1801 le escribe a Vansittart comunicándole su deseo de permanecer en Londres si se le asegura “una renta competente” y el pago de sus deudas, que alcanzaban a 21.000 libras. También se vuelve a conectar con el Cnl. Fullarton, Alexander Davinson, Sir Home Popham, Henry Dundas y el vizconde de Melville. Les ofrece otro plan: con los cipayos hindúes y con reclutas de Australia, Inglaterra podría conquistar Venezuela, recibiendo en pago La Guaira.


De repente tiene un golpe de fortuna. Suena su hora más gloriosa. Inglaterra entra en guerra con España. En 1806 Miranda le prepara a Popham un plan para “la emancipación general de la América del Sur”. El respaldo económico lo pondrían las ciudades manufacturadas británicas, comenzando por Manchester, a cambio del “libre comercio”. Asimismo, establecía relaciones con George Canning, con el vizconde Castlereagh, y con Sir Arthur Wellesley. A este último, que por entonces “pensaba en la anexión de las regiones liberadas (de América del Sud) al Imperio Británico”, Miranda le ofrece su propia red de espías (Manuel Aniceto Padilla, Saturnino Rodríguez Peña, Félix Contucci), para que trabajaran asociados al coronel inglés James William Burke.


Invasiones inglesas al Río de la Plata de 1806 y 1807. Miranda y sus amigos habían vendido la piel del oso antes de cazarlo. Maguer el fracaso, no desesperan. Ya habría más invasiones.


Estando en eso, la rueda de la historia da un nuevo giro imprevisible. Las ciudades españolas resisten la invasión napoleónica, y, a ese efecto se asocian con Gran Bretaña. Cuatro de julio de 1808, la paz; 14 de enero de 1809, la alianza anglo-española. Esto fue, dice Robertson, “el tiro de gracia a la esperanza que tenía Miranda”. Pasa de consejero apreciado a sospechoso vigilado. El gobierno inglés le ordena “abstenerse de cualquier medida”, que pueda perjudicar a España:


“los ingleses tomaron enérgicas medidas para obligarle a poner fin a lo que, para ellos, había pasado a ser una actividad perniciosa. Por lo menos en una ocasión, un ministro insinuó al propagandista que mordía la mano que le daba de comer” [10].


La advertencia tuvo que hacerse porque Miranda no desistió de sus pretensiones. Hasta entonces “había vivido cómodamente del oro inglés”. Ahora necesitaba nuevas fuentes de financiación. Se conecta con personajes raros. Uno es el filósofo Jeremías Bentham, “un curioso enano”, quien le “redactó un proyecto de libertad de prensa para Venezuela” (Bentham, gran asesor de Bernardino Rivadavia, terminó escribiendo una constitución para Guatemala). Otros son: Jorge Cochrane, Sir Charles Stuart, Richard Wellesley, John P. Morier, Blanco White, etc. Con James Mill, de la “Edimburg Review”, trama la publicación en 1808 de la “Lettre” de Viscardo.


Al parecer, esas vinculaciones no le daban más que para pobrear. Al menos, no cubrían sus necesidades crecientes. El convivía con su empleada doméstica, la judía Sarah Andrew, con quien había tenido dos hijos (Leandro y Francisco), y adeudaba 5.000 libras, nada más que a los libreros de Londres, amén de otros gastos.


Se va con viento fresco a los Estados Unidos. Desde allí organiza la expedición naval sobre Coro. Un desastre; los venezolanos, que ignoran a su Libertador, la rechazan sin contemplaciones. Uno de sus subordinados, James Bigg, estima que la causa del descalabro la ha puesto Miranda “por su indecisión, capricho, petulancia y duplicidad”.

Sin embargo, cuando en 1810, la Junta de Caracas declara la Autonomía, Miranda retorna al suelo natal. Pronto lo cubren de honores, y le dan el mando del Ejército, dado que había sido “Mariscal” en Francia (a raíz de haber sido “General” en Estados Unidos. Grave error.


Domingo Monteverde mandaba las tropas del Consejo de Regencia; con ellas venció a Miranda en Valencia. Vencido éste, con la mediación del marqués de Casa León, firma el Tratado de capitulación, denominado Paz de San Mateo. Por él, reconoce la supremacía de la Regencia, de las Cortes y compromete la obediencia a la Constitución de Cádiz. Es una vergüenza enorme, una entrega total. El diplomático norteamericano Alexander Scott le escribe al Secretario James Monroe, el 16 de noviembre de 1812:


“Miranda, por una vergonzosa y traicionera capitulación, ha entregado la libertad de este país. No puedo decir si ha sido un agente del gobierno inglés, como lo declara ahora, o si su conducta fue el resultado de un corazón vil y cobarde. Por mi parte, mis breves relaciones con él me han convencido de que no sólo es un brutal y caprichoso tirano, sino un hombre desprovisto de valor, honor y capacidad”.


No es mala definición del Genial Precursor.


No obstante, las cosas empeoran aún más.


Se plantea la cuestión de las 11.000 libras esterlinas que debía entregar al comerciante George Robertson, y que retiene indebidamente. En la fuga, aduce William Spence Robertson, “es posible que el general se propusiera hacer uso personal del dinero que así transfería al comerciante inglés”. Si ese era el proyecto, encontró un obstáculo. Una valla con nombre y apellido: Simón Bolívar. Éste fue su captor:


“Bolívar se había apoderado de Miranda para castigar a un hombre que traicionó a su patria… El general Bolívar agregaba invariablemente que su deseo fue matar a Miranda por traidor, pero que los demás se lo impidieron… Bolívar declaró (el 8 de abril de 1814) que la vergonzosa capitulación de San Mateo no había sido obra de Monteverde sino el resultado de las circunstancias y de la cobardía del comandante del ejército venezolano[11].


“El Precursor de Bolívar”; que casi cae fusilado por su Precedido (vinculado a ese tipo de hipotéticas relaciones, digamos de paso que San Martín jamás, ni en público ni en privado, mencionó al “numen” de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno; en cambio, sí ayudo a Saavedra, perseguido por los morenistas).


El yanqui Austin juzgó así la consecuencia de la Paz de San Mateo:


“En ese instante Miranda perdió el fruto de treinta años de intriga, su honor y su libertad. Tal es el deplorable destino de los aventureros políticos”.


Apresado por los regencistas, fue conducido a España, en cuyas cárceles permaneció este “revolucionario por hábito y por ambición”. Desde la prisión se dedicó a elogiar “la sabia y liberal Constitución sancionada por las Cortes” (“monstruosa” la llamó Bolívar, mientras que San Martín, lo primero que hizo al entrar en Lima fue derogarla). En ese orden, el 30 de junio de 1813:


felicitaba a España por la Constitución redactada en Cádiz… Decía que en ese momento se consideraba “como uno de esos españoles liberales”… Sostenía que todos los liberales “americanos o españoles” desean ser libres e iguales en derechos”.


En eso sí que era un adelantado. Adelantaba la tesis que los historiadores liberales repetirían una y mil veces, de la hermandad entre Cádiz y América. Era un visionario: entreveía el auge del imperialismo británico. Pero, de momento, nadie le llevaba el apunte.


Por enésima vez, probaba suerte con Inglaterra. Reclamaba de Mr. James Duff el trámite de su libertad. El 13 de abril de 1815, llegaba a una conclusión al respecto. Decía: “He descubierto que (Duff) es una extraña y detestable persona en cuanto a mi respuesta”. Comprobaba el aforismo de que el traidor no es necesario en siendo la traición pasada.


Se quedo en prisión, no más. Así las cosas, el 14 de julio de 1816 murió en el arsenal de Cádiz.

Revolucionario profesional, discípulo de Rousseau, Conde del Perú, hombre de Pitt, merece un juicio acervo del historiador Robertson:


“Fue un docto diletante –dice-… Sus normas de conducta estaban muy por debajo de su talentoso compatriota Antonio José de Sucre… Hay partes del “Diario” de Miranda referentes a sus andanzas por Europa que no pueden publicarse a causa de su grosera inmoralidad… podrían destinarse a una colección pornográfica…

Revelo poseer una buena dosis de vanidad. Gustaba ser alabado… deformó los hechos… se rebajó intencionalmente la edad, una copia autenticada de su certificado de bautismo que alteró insertando un frase que su nacimiento cuatro años después de su fecha exacta…

Tendía a derivar del catolicismo romano hacía el deísmo…

Miranda no deseaba establecer una democracia… fue un demócrata autocrático… apasionado admirador de las instituciones políticas inglesas… gustaba inculcar elevados ideales, a menudo dejó de estar a la altura de ellos en la práctica… Miranda era un poseur… nunca permanecía enteramente tranquilo… Dotado de una mente visionaria y doctrinaria, Miranda brilló menos en la ejecución de ciertas tareas que le fueron confiadas que en la concertación de espléndidos planes en el papel… ilusionista… hábil oportunista… como Aaron Burr… fue algo cobarde… elaborador de constituciones… dependió de fuentes de recursos ingleses… hábitos fastuosos (una subvención anual de setecientas libras esterlinas)… es notable que un hombre que, después de 1783, no ganó un sueldo regular ni gozó de rentas heredadas, pudiera vivir con comodidad y aun con lujo…

Aventurero intrigante que traicionó a su patria por propósitos egoístas de lucro… a cambio de oro… En realidad (las revoluciones) se convirtieron en su profesión… Miranda fue un promotor de revoluciones… filibustero… Ni por su moral pública ni por su moral privada se eleva en nuestra estima, cuando se lo compara con el héroe argentino de alma blanca, José de San Martín, caballero sin miedo y sin tacha

Puede ser comparado con Thomas Paine… estimuló el interés de Francia e Inglaterra por el porvenir de la América hispana” [12].


“Precursor”: ¡Despertador del apetito voraz de las fieras imperialistas!


El es un espejo, donde pueden mirarse sin detrimento los grandes “demócratas” latinoamericanos; tan farsantes como su Precursor.

Lo peor es la leyenda pertinaz que rodea su figura con un halo de santidad.


Precisamente, el chileno Francisco A. Encina piensa al respecto que la historiografía mirandista no ha calado correctamente en la historia real del Precursor. Así, dice:


“Miranda, embalsamado en la misión de redentor de los pueblos hispanoamericanos, creía que el fondo y la forma del proceso emancipador giraba en torno de él; y esta creencia tendía a imponerse a sus biógrafos. Otro tanto ocurría con la importancia y la influencia que se atribuían a si mismos los revolucionarios prófugos de América y los aventureros que pululaban en torno suyo…

Dentro de la realidad, el apostolado de Miranda en ningún momento tuvo en América la eficacia que él y sus “aláteres” le atribuían…

Llegó hasta el final de su azarosa carrera de Precursor, sin darse cuenta del precio del auxilio inglés” [13].


O, tal vez, sí sabía de ese costo, y lo aceptó sin regatear.


Nuestra síntesis es que Miranda fue un anglófilo completo. De ahí que Manuel Gálvez, que intenta disculparlo con sofismas burdos, no deje de anotar lo siguiente:


“él cree que el movimiento no puede surgir en la propia América española. Tiene que venir de fuera, de Inglaterra o de los Estados Unidos… Por ser anglófilo ferviente y por encontrarse en Inglaterra, es lógico (sic) que él no comprenda una tentativa revolucionaria sin el apoyo, en dinero y en barcos, del gobierno de Londres… Él no cree en la perfidia de Albión. Tenía fe en los ingleses… Desde 1789, en que volvió de su largo viaje y se instaló en Londres, comenzó a adquirir los hábitos británicos… Miranda es un español liberal del siglo XVIII, con algo de hispanoamericano” [14].


Claro que esa anglofilia fervorosa se mejoraba con los sobornos que le pasaba el Reino Unido:


“Debe afirmarse que si Miranda acepta dinero del gobierno (inglés), es porque lo considera legítimo… El gobierno tiene la obligación de darle de qué vivir… Sin duda pregúntase que de dónde obtendrá recursos para vivir y pagar sus deudas. Por suerte el gobierno le ha ofrecido un “generoso auxilio”. A Turnbull le debe más de dos mil doscientas libras. En octubre, Vansittart le promete una pensión de quinientas libras anuales, y algo más por gastos que había hecho. El no se conforma. El 23 de octubre (de 1801) pide a Vansittart setecientas libras anuales, mil para sus deudas y la devolución a Turnbull de lo adelantado en su nombre en 1799 y de lo adelantado a él mismo en 1801, cantidad esta última que alcanza a dos mil guineas” [15].


En la cuenta corriente que abrió Miranda, se siguen depositando hasta el presente los honorarios, correspondientes a análogos servicios prestados por políticos y periodistas “demócratas-liberales” latinoamericanos…


El peruano Víctor Andrés Belaúnde, conjuntamente con el venezolano José Gil Fortoul, piensan que la causa del fracaso de Miranda radicó en su dependencia extranjera. En efecto, dicen:

“Los pueblos no se conmovieron ante un programa que les venía de fuera, y detrás del cual podía verse un protectorado extraño” [16].


José María Rosa considera a Miranda como un tipo de hombre epocal, que dejará larga descendencia: “el teórico de la libertad”, que con su euforia doctrinaria “creaba un coloniaje peor que el de España”. Pertenece a la especie de los “alumbrados”, que deseaban establecer un Estado Perfecto con apoyo Inglés. Perfecto, porque tenían su “nombre mágico de alquimia: se llamaba Constitución”. Eran “progresistas”. Su “revolución”:


“se proponía acabar con las costumbres, modalidades y tradiciones criollas de raíz hispánica que despreciaban por “obscurantistas” y atrasadas… Se manejaban entre nubes y no advertían que ayudaban a un coloniaje peor que el español” [17].


Eso vale para el caso de los más ingenuos; pero Francisco de Miranda no pecó nunca de ingenuidad.




Notas:

1. MITRE, Bartolomé: San Martín, etc., cit., t° I, pp. 82, 84, 85.

2. MADARIAGA, Salvador de: op. cit., 1a. ed., 1945, pp. 808, 812, 813.

3. ROBERTSON, William Spence: “La vida de Miranda”, en: ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA: II° Congreso Internacional de Historia de América. Buenos Aires, 1936, t° VI, pp. 38, 40, 41, 45, 62. El 12 de mayo de 1781, en Florida, “adquirió, para emplearlos como esclavos, a tres adultos y un niño negro. Más tarde, el 21 de junio de 1781, el capitán William Johnstone, de la Real Artillería, reconoció haber “regalado al capitán Miranda un hombre negro, llamado Brown, como libre obsequio, en testimonio de la valiosa y alta estima” que sentía por ese gentilhombre. Es obvio que Miranda tenía interés en la trata de esclavos”: op. cit., p. 37.

4. GÁLVEZ, Manuel: Don Francisco de Miranda. El más universal de los americanos. Buenos Aires, Emecé, 1947, p. 153. El propio Gálvez explica: Muchas veces me han preguntado por qué escribí la biografía de Don Francisco de Miranda”. Su contestación es una serie de pobres razones, como la de la importancia del personaje. En tal caso, podría haber escrito la biografía de Stalin o Hitler. Po último, señala: “De cualquier modo…, quise demostrar que yo era capaz de escribir la vida de un liberal auténtico –en religión y en política-, y que acaso había sido también francmasón. Miranda… vivió paganamente… A este gran liberal… yo iba a tratarlo con resuelta simpatía… A esos fanáticos del izquierdismo que me suponían partidario de los dictadores “reaccionarios”, me daría el lujo de “refregarles por la jeta” mi historia de uno de los más famosos liberales del continente americano”: GÁLVEZ, Manuel: Recuerdo de la vida literaria, IV, En el mundo de los seres reales. Buenos Aires, Hachette, 1965, pp. 177-178. Es decir, una motivación más subalterna que las anteriores. Acusado de reaccionario, iba a mirar con resuelta simpatía a ese liberal tránsfuga y cipayo, para molestar a los izquierdistas. El público lector de la extraordinaria producción literaria de don Manuel, se negó a seguirlo en esa pirueta y, como él mismo lo registra, el “Miranda” “no tuvo éxito de venta”. Lo cierto es que acá hay un apartamiento absoluto de los principios cristianos y nacionalistas que guiaron siempre su proceder y su obra. Además, lleno de sofismas alegatorios. Sin duda, el peor libro de Manuel Gálvez.

5. BLANCO FOMBONA, Rufino: op. cit., p. 41.

6. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 75, 83, 84, 89, 90, 106, 110, 112, 113, 114, 117, 119, 122, 125, 127, 131, 134, 135, 140.

7. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 149, 150, 151.

8. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 152, 155, 156.

9. BATLLORI, Miguel: El abate Viscardo. Historia y mito de la intervención de los jesuitas en la independencia de Hispanoamérica. Nueva Edición, Madrid, MAPFRE, 1995, pp. 95-97.

10. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 181, 188, 192, 213, 236, 243, 273, 286, 294, 301, 302, 312.

11. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 325, 337, 355, 408, 412, 418, 423.

12. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 448, 452, 453, 454, 456, 457, 459, 461, 464, 465, 466, 469, 470, 471, 472, 486.

13. ENCINA, Francisco A.: op. cit., t° I, pp. 87-88.

14. GÁLVEZ, Manuel: op. cit., pp. 161, 476, 480.

15. GÁLVEZ, Manuel: op. cit., pp. 289-312.

16. BELAÚNDE, Víctor Andrés: op. cit., p. 131; cfr. GIL FORTOUL, José: Historia de Venezuela. Berlín, 1907, p. 113.

17. ROSA, José María: op. cit., t° II, pp. 13, 14, 85, 86, 87. Sobre el carácter del constitucionalismo hispanoamericano, aparte del estudio de Manuel Fraga Iribarne, ya citado, es muy buena la síntesis de: BELMONTE, José: Historia Contemporánea de Iberoamérica. Madrid, Guadarrama, 1971, t° I, pp. 17, 18, 19, 21.