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jueves, mayo 13

Precursor una mierda. (Primera parte)


“un hombre pérfido, intrigante, sin religión alguna”.


Francisco de Miranda


DÍAZ ARAUJO, Enrique: Mayo Revisado. Bs.As., Santiago Apóstol, 2005, Tomo 1, Cap. IV.



IV. LOS PRECURSORES.


La América Española contó con los llamados “Precursores”, una especie de adelantados anunciadores de la Buena Nueva Liberal, de profetas émulos de San Juan Bautista, pregoneros de la “Liberté”.


Con ellos se formó un santoral laico, presidido por el santón máximo, el venezolano Francisco de Miranda. Tras de él aparecen los nombres de Camilo Henríquez, Mariano Moreno, Pablo Olavide, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Juan José Godoy, Manuel Lorenzo Vidaurre, Lorenzo de Zavala, Antonio Nariño, Pedro Fermín de Vargas, Bernardo Monteagudo, José Antonio de Rojas, Jaime Zudáñez, José Manuel Infante, Miguel Ramos Arizpe, Manuel Aniceto Padilla, Saturnino Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Simón Rodríguez, y varios más. Los escritores anglófilos forman con ellos un donoso “Partido de la Independencia”…


Al lado de tantos personajes ilustres se situó una entidad mítica: la Gran Reunión Americana. Sociedad secreta y masónica que Francisco de Miranda habría organizado en Londres, junto con José del Pozo y Sucre, Manuel José de Salas, Manuel Gual, Pablo Olavide y los jesuitas expulsos Juan José Godoy y Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Su finalidad ostensible habría sido la lucha por la Independencia de la América Española, tarea que se exteriorizó en la “Lettre aux Espagnols Américains”, que Vizcardo habría redactado en 1797.


El historial de esta pléyade egregia ha sido divulgado unas cien mil veces o mil veces cien. Entonces aparecen citas inevitables, como la de Mariano Moreno “traduciendo” (sic) el “Contrato Social” de Juan-Jacobo Rousseau, o de Antonio Nariño, publicando una traducción de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de la Revolución Francesa. Se hace el panegírico de Miranda, recordando su fama galante con Catalina II de Rusia, y una inscripción en el Arco de Triunfo de París en recuerdo de sus gestas bélicas; se enumeran sus diversos planes de ataques armados y de proyectos constitucionales para Hispanoamérica; y hasta se llega a mencionar la gran amistad que mantuvo con figuras políticas de primer nivel como Napoleón Bonaparte, William Pitt “junior”, o Rufus King.


En esos manuales al uso, Miranda figura como el “precursor de Bolívar”, mientras que Moreno sería el “precursor de San Martín”; lo que traducido a prosa corriente significaría algo así como que gracias al Liberalismo de los primeros, los segundos pudieron conseguir la Independencia. De esa suerte la Ideología quedaría incrustada en el cimiento de las soberanías americanas, y, por consiguiente, sería inamovible e irreformable. Fuimos independientes gracias que nos hicimos liberales; de no haberse impuesto el liberalismo, continuaríamos bajo el “despotismo”. Entonces, viene la salmodia de los manuales: América independiente merced al Liberalismo. Gratitud eterna al Liberalismo, pues. América liberal por antonomasia. América igual a Liberalismo. América liberal, por los siglos y los siglos. Amén.


Dichos textos, un poco como sobreentendido, dejan entrever los vínculos mirandistas con los estadounidenses, los franceses y, en particular, con los británicos; claro que siempre con la debida aclaración que todo ello se hacía para mayor gloria de la Libertad Americana.


El tópico de los “precursores” se inscribió como un capítulo obligado de la Historia de las Ideas Políticas Iberoamericanas, que tan imponente desarrollo ha tenido después, y donde se siguen anunciando más y más monografías acerca de filiaciones ideológicas, ensayos filosóficos, teorías comparadas y re-lecturas deconstructivas.


Entre tantas apologías de los “precursores” que corren por estos mundos de Dios, nos permitiríamos recomendar la que efectuó Máximo Soto Hall, en la “Historia de la Nación Argentina”, de la Academia Nacional de la Historia, que dirigiera Ricardo Levene, y que se titulara: “Síntesis del proceso revolucionario en Hispanoamérica hasta 1800” [1]. Al parecer, en tal “Síntesis” se inspiró Salvador de Madariaga, para componer su “Cuadro Histórico de las Indias”, con el cual dio inmensa difusión a la teoría de la importancia decisiva que para la Revolución Independentista tuvieron los afamados “Precursores”. Teoría que nos proponemos revisar acá, aunque sea a vuelo de pájaro.


[1]. SOTO HALL, Máximo: “Síntesis del proceso revolucionario en Hispanoamérica hasta 1800”, en: ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA: Historia de la Nación Argentina. Buenos Aires, El Ateneo, 1939, tº V, volumen 1, cap. VIII, p. 229.


I. Miranda.


Dado que se trata de de una temática tan vasta, se nos ocurre que su bosquejo se puede abordar por cualquiera de sus extremos. En tal sentido elegimos para este comienzo la figura principal de Francisco Antonio Gabriel Miranda (1756-1816).


Lo sólito, desde los liberales clásicos a los modernos ha sido escribir en loor del venezolano. Tomemos sólo dos ejemplos:


Afirmaba Bartolomé Mitre que:


“Miranda tuvo la primera visión de los grandes destinos de la América republicana, y fue el primero que enarboló la bandera redentora por él inventada en las mismas playas descubiertas por el genio de Colón”.


Admite, eso sí, que cuando intentó desembarcar en Costa Firme, en 1806, en Ocumara y Vela de Coro, fue rechazado, “sin que nadie respondiera a su grito de insurrección”. También anota que Miranda abogaba por “la inmediata emancipación de la América española bajo los auspicios de la Gran Bretaña” [1].


Bien, muy bien.


Por su parte, Salvador de Madariaga sostiene que Miranda en sus correrías por Francia e Inglaterra siempre puso como condición para colaborar con esos países, la liberación “de los pueblos que habitan Sur América”. También aclara que sus ideales eran los de mayor pureza revolucionaria. En este orden, expone:


“Hay una frase de Thomas Paine, declarando en pro de Miranda ante el Tribunal Revolucionario francés, en la que se funden la Revolución Norteamericana, encarnada en el que habla, la Francesa, y la Hispano-Americana que se avecina: “el destino de la Revolución Francesa se halla en íntima relación con el objetivo favorito de su corazón, a saber, la libertad de Hispano-América –designio por el que la Corte de España le ha perseguido durante la mayor parte de su vida” [2].


Tres Revoluciones asociadas en el corazón del Precursor de la Libertad Sudamericana.


Muy bien. Más que bien: excelente.


Ahora, si se nos permite, vamos a ver algo de la biografía verdadera del venezolano, acudiendo para ello a la sólida obra de William Spence Robertson (que los historiadores liberales citan en todo aquello que no interesa; como para documentar que la han consultado).


Lo primero que allí aprehendemos es que la ruptura de Miranda con España no obedeció a ningún afán libertario del venezolano. En efecto: él integraba el Ejército Español que desde el Caribe participaba en apoyo a los colonos norteamericanos que luchaban contra Inglaterra por su independencia. En esa circunstancia, su preocupación principal no estaba en el campo bélico, sino en el comercial. El capitán Miranda se dedicaba a la compra y venta de adultos y niños africanos, con cuyas ganancias iba tirando. Sin embargo –y ésta es una constante en su vida-, como no había dinero que le alcanzara, su fértil imaginación pergeñó un medio para añadir fondos a los ingresos que percibía como esclavista negrero. De esa forma, se anotó en los anales del espionaje rentado. Comenzó, pues, a actuar como agente doble. El 6 de setiembre de 1781 envió a Mr. Dalling, gobernador británico de Jamaica, “un informe detallado de las flotas que los españoles habían organizado para atacar Pensacola”. Como su jefe, Juan Vicente de Cagigal, lo comisionara a Jamaica para negociar un canje de prisioneros, aprovechó la oportunidad que se le brindaba, para traicionar su bandera. No había en ello nada de idealismo. No lo hacía por ser enemigo del “despotismo hispano”. A La Habana llegó un informe en que se lo denunciaba por estar “complicado con Allwood en el comercio ilícito”, es decir, en el contrabando. Además de negrero y espía, resultó contrabandista, y, como otros oficiales:


“que servían en las Antillas durante la revolución norteamericana, se propuso sacar provecho particular, además de ventajas públicas, de alguna participación en el comercio ilícito”.


Su fortuna varió y fue denunciado. El gobierno español lo definió entonces como:


“un hombre pérfido, intrigante, sin religión alguna”.


Huyó. Salvó la ropa; pero quedó enojado con España: “se había transformado en un hombre lleno de resentimientos”. En los Estados Unidos, el 23 de noviembre de 1784, presentó a Henry Knox un “plan de cooperación para revolucionar las Indias españolas”, el primero de una larguísima lista de proyectos de ese estilo, copiados “al carbónico”, se hubiera dicho en la era de la dactilografía [3].


¡Henos acá asistiendo al nacimiento de un “Emancipador”…!


Sin embargo, Miranda decidió tomarse unas vacaciones reparadoras antes de ponerse de lleno en la tarea anticolonialista. Por tal motivo, inició su vida aventurera, de la que a continuación se dirá una palabra.


Miranda fue ante todo, un viajero. Su complaciente biógrafo, Manuel Gálvez, segura que “salvo Portugal, no hay país europeo que no haya visitado” [4].


En Italia aprovechó los placeres que se ofrecían al alcance de la mano. Viajó a Rusia, titulándose “Conde de Miranda”. Este dato le permite al historiador Rufino Blanco Fombona establecer una comparación con el caso de Bolívar. Don Simón –dice- era un aristócrata “mantuano”, y, como tal, tenía derecho de anteponer a su apellido la partícula “de”. No obstante, comenta Blanco Fombona:


“Simón renunció a la partícula de su apellido. Mientras Miranda se la puso sin tenerla, Simón Bolívar, teniéndola, no la usó… No por espíritu democrático, precisamente sino todo lo contrario: por orgullo patricio” [5].


Por envidia democrática, el hijo de tenderos de Caracas, no sólo se injertó la partícula “de”, sino que, además, se auto designó “conde”.


En Rusia, entró en la intimidad de la reina Catalina II (58 años, baja, gruesa, cruel) –lo que no supuso un gran asedio-, y fue retribuido por sus atenciones con 10.000 rublos. Miranda denominó a la zarina “consuelo entero del género humano”; frase un tanto exagerada, a pesar de la amplitud del círculo de los visitantes masculinos a la alcoba real…


El conde de Segur, embajador de Francia en San Petesburgo, nos dio un primer retrato de Miranda. Era, dice, “un hombre bien informado, ingenioso, intrigante y audaz”. Es decir, que todavía los extraños no descubrían el “Libertador” que se escudaba detrás de la muralla del disoluto.


Pasó a Suecia, donde visitó institutos masónicos. Esto se sabe por el “Diario”, donde anotaba las circunstancias cotidianas de su vida. Respecto a estas anotaciones, observa Robertson:


“Ciertas páginas del diario que describen su propia vida privada durante el viaje, son impublicables. Ni el lugar ni el buen gusto permiten más que una alusión a ciertas orgías a las cuales se entregó Miranda”.


Quizás en él convivían el Marqués de Sade y Rousseau. De todas maneras, ya sabemos que, en última instancia, todas las facetas de su vida apuntan hacia el ideal inmarcesible de la Libertad Democrática de América.


En 1790 se instaló, por primera vez, en el Reino Unido. Pronto se vinculó a personalidades gubernamentales; trato del cual Thomas Ponwall sacó la conclusión que Miranda podía prestar “un importante servicio” a Gran Bretaña, si se le pasaba una remuneración adecuada. El “premier” William Pitt, “el joven”, compartió ese criterio. Le otorgó una subvención de 500 libras esterlinas, primero, y, después, las redondeó en la suma de 1.300 libras. A cambio de esa cantidad, Miranda pergeñó planes y más planes sobre una eventual ocupación inglesa de la América Española. En uno de ellos aseveraba:


“Ninguna potencia puede hacer esto con mayor facilidad que Inglaterra… para su bien propio. Sudamérica puede ofrecer con preferencia a Inglaterra un comercio muy basto, y tiene tesoros para pagar puntualmente los servicios que se le hagan… y aun para cubrir una parte esencial de la deuda nacional de Inglaterra”.


Ahora sí, al dejarse de devaneos sentimentales o de comercio privado (de negros y contrabando), estamos ya en presencia del Gran Precursor. Del gran precursor del endeudamiento externo sistemático de América; quien, por si los ingleses no contaran con su propia prosapia de piratas –panoplia adornada de nombres tan gloriosos como Drake, Hawkins, Morgan o Cavendish-, quería despertar el hambre de tesoros ajenos en la opinión británica. Predicaba al ogro pantagruélico la conveniencia de comer sin saciarse. Quería enseñarle al padre cómo se hacen los hijos…


Con todo, la presencia de Miranda en el Reino Unido estuvo vinculada a los vaivenes de la política interior británica. “Hombre de Pitt”, no se llevaba bien con Fox y su gente. Además, que su misión –de caballo de Troya-, sólo era aceptable en tiempos de guerra anglo-española. Por eso, declarada la paz, se quedaba sin empleo. Como fuere, los ingleses lo mantuvieron “en barbecho”, para mejor ocasión.

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