“Miranda, por una vergonzosa y traicionera capitulación, ha entregado la libertad de este país. No puedo decir si ha sido un agente del gobierno inglés, como lo declara ahora, o si su conducta fue el resultado de un corazón vil y cobarde. Por mi parte, mis breves relaciones con él me han convencido de que no sólo es un brutal y caprichoso tirano, sino un hombre desprovisto de valor, honor y capacidad”.
Alexander Scott, 16 de noviembre de 1812.
la “Gran Reunión Americana”, “no es, ni ha sido, más que un mito”
Francisco de Miranda
Continuación…
Por un motivo u otro –y la ausencia de una “compensación financiera regular”, no fue el menor-, abandonó la cicatería inglesa y fue en busca de la fraternal Francia. Quiso estar, dice:
“al servicio de la Francia por la Causa de la Libertad”.
¡”Liberté, Liberté! Por fin, el límpido, solidario, generoso, y fraternal aire de París hinchaba sus pulmones.
A todo esto, conviene anotar que Miranda no creía que hubiera incompatibilidad entre esos afanes libertarios, y un buen pasar económico. En ese sentido, por lo pronto, manifestó que “quería seguridades de cobrar la misma renta que en Inglaterra”. Empero, en 1792, aclaró a los girondinos con mayor exactitud cuáles eran sus reclamos. Dijo:
“estar dispuesto a comprometerse a servir lealmente a la nación francesa, con tres condiciones: que se le diera el grado y sueldo de mariscal de campo, que después de terminar la guerra se le nombrase en un cargo civil o militar que le diese una renta suficiente para vivir cómodamente en Francia”.
Con el objeto de evitar malos entendidos, Miranda explicaba que esos pedidos los hacía porque la “Libertad es mi divinidad favorita”.
Con cierta ingenuidad, los revolucionarios franceses le otorgaron las peticiones. En realidad, el cargo militar le fue concedido en “la errónea creencia de que había desempeñado funciones similares durante la Revolución norteamericana”. Si a los rusos les había dicho que había sido Conde en Venezuela, título nobiliario que en Gran Bretaña los hizo provenir del Perú, a los franceses les dijo que había sido General en Estados Unidos. Eslabones de una vida ejemplar.
En Francia reiteró sus planes separatistas. Brissot, en carta a Dumouriez, del 28 de noviembre de 1792, le contaba en detalle el proyecto galo de usar a Miranda para disminuir el poder de su vecina España. De momento, fue empleado en el frente de la batalla europea que libraban los ejércitos revolucionarios. El problema se le planteó en Neerwinden, derrota sufrida por las armas francesas, a raíz del abandono del campo de batalla del “Mariscal Miranda”. El general Dumouriez llegó a pensar que el venezolano era un “guerrero-filósofo”, que sabía la teoría bélica, “pero ignoraba su práctica”. Retirado a sus meditaciones trascendentales, los soldados tardaron veinte días en encontrarlo.
Como consecuencia del traspiés castrense, fue a parar a la prisión de La Force, junto a otro trapalón, el yanqui Thomas Paine. Su fama se oscureció un tanto. Para peor, John Skey Eustace, un norteamericano conocido suyo, le escribió al general La Bourdonnaye calificando al héroe de Neerwinden, cual un:
“sedicente Conde del Perú, bajo desertor español, vil contrabandista y notorio aventurero”.
Miranda clama contra esta persecución inicua. Escribe:
“soy oprimido, yo que siempre he sido el más vigoroso partidario de la libertad”.
El gobierno francés se apiada de él. Después de todo, un trance de cobardía lo puede padecer cualquiera.
Sin embargo, Miranda era de la especie de los que se reponen rápido de los percances. No se conforma con la libertad recuperada. Exige una recuperación pecuniaria consistente en 10.000 luises de oro. Algo de eso recibe, y puede pasar de nuevo a darse una vida regalada en París.
En este punto contamos con un juez sagaz, gran conocedor de las debilidades humanas. Acerca de Miranda, escribe Napoleón Bonaparte:
“Comí hoy en casa de un hombre notable. Creo que es un espía de Inglaterra y de España a la vez. Vive en un tercer piso que está amueblado como la residencia de un sátrapa. En medio de su lujo, se queja de su pobreza” [6].
Empero, la envidia revolucionaria vuelve por sus fueros. Miranda es expulsado de Francia, calificado de “extranjero indeseable”.
¿Dónde ir…?
Inglaterra no sería una maravilla libertaria, pero era acogedora con los traidores. Entró, pues, en el Reino Unido usando un pasaporte ruso, con el apellido de “Mirandov”. Al “Conde” le bastó con restablecer los contactos adecuados para que las cosas marcharan bien. Habló con Nicholas Vansittart, Henry Dundas y John Turnbull, agentes de Pitt. Les comunicó su queja sobre:
“un sistema tan abominable como el que Francia está desarrollando”.
Ahora es cuando aparece en escena la “Gran Reunión Americana”.
En 1798, anota e su “Diario”:
“Recientemente me encontré con algunos amigos en París, quienes se pusieron de acuerdo sobre bases para la absoluta libertad e independencia de la América hispana, semejantes a las que tuvieron por resultado la emancipación de los Estados Unidos. Convinieron en que Inglaterra debía ser bien pagada por los servicios que está en condiciones de prestarnos”.
Respecto al plan a seguir aclara:
“estábamos a punto de realizar cuando el genio infernal de Robespierre lo echó todo a rodar, (pero) será ahora adoptado por Inglaterra en conjunción con los Estados Unidos para promover la felicidad general de la raza humana y el triunfo de la verdadera libertad” [7].
Eso lo habría pactado con Salas, del Pozo, Olavide, Godoy y Viscardo, entre otros. En carta a William Pitt, del 16 de enero de 1798, se presenta como el principal directivo:
“nombrado por una “junta de diputados” de Méjico, el Perú, Chile, el Río de la Plata, Venezuela y Nueva Granada, para reanudar con los ministros ingleses las relaciones de
Que ninguno fuera a creer que estaba tratando con Don Nadie. Él era un Precursor. El Gran Precursor. Como tal, imponía condiciones. Una, según le explicaba al embajador de USA en Londres, Rufus King, era la de “excluir la influencia francesa en América”. Otra, proponer: “el reparto de las Antillas entre Inglaterra y los Estados Unidos”. Y una tercera, que América Hispana, por su intermedio, se comprometería a recompensar el auxilio británico con 30.000.000 de libras esterlinas [8].
Los recaudos eran graves; pero Don Francisco era una persona que proyectaba por todo lo alto.
Tal vez, fuera un poco fantasioso. El P. Miguel Batllori S.J., el mayor especialista sobre las andanzas de los jesuitas expulsados, niega que Viscardo pudiera entrevistarse con Miranda, lo mismo que Olavide; cree que los otros sujetos mencionados (Del Pozo, Salas, etc.), difícilmente existieran, y, en tal caso:
“Si, además, toda la leyenda se fundase en una falsedad, si la Junta de Madrid y la convención de París fuesen puras maquinaciones fanáticas de Miranda para presentarse a Pitt como un plenipotenciario de los pueblos americanos -como podría hacer sospechar la alusión a Olavide, que en 1797 estaba ya muy de vuelta de sus ideas revolucionarias, según aseveraban el propio Dupérou, que figuró como secretario, y Pedro José Caro-, el valor mítico de la leyenda llegaría a su punto máximo”.
En suma, estima Batllori, que la “Gran Reunión Americana”, “no es, ni ha sido, más que un mito” [9]. ¡Qué lástima! ¡Con lo bien que lucía en los manuales escolares!
Lo único seguro en esta materia es que Miranda quedó nuevamente a sueldo de Inglaterra. A cambio, este “hombre de Pitt”, como lo llama Turnbull, en 1799 envía un plan a Ponwall ofreciendo entregar Cartagena al Reino Unido.
Inconformista nato, desasosegado, intenta ahora probar suerte en los Estados Unidos. Mala maniobra. Le solicita un aval a Alexander Hamilton; pero éste expresa:
“No contestaré porque lo considero un intrigante aventurero”.
Don Francisco debió haber consultado antes con el horóscopo, y quedarse quieto, por una vez en su vida. No lo hizo, y ese tiempo que sigue es el de las peleas con sus amigos y secretarios: Louis Dupérou, Pedro José Caro, Manuel Gual, Thomas Graves y Juan Pablo Viscardo, que aprovecharon la coyuntura para hablar pésimo del “Precursor” en adelante.
Otro giro en sus preferencias: vuelve a Francia, “douce France”, el “augusto reinado de la justicia”, la denomina.
En París expone sus quejas contra los ingleses. El 5 de marzo de 1801, manifiesta que los británicos no quieren expedicionar a Hispanoamérica, “con tal de satisfacer su odio contra los principios de la libertad establecidos en Francia”.
El renacido amor por el liberalismo galo dura poco. El jefe de policía Fouché ordena su arresto en la prisión de El Temple; enseguida, sale expulsado.
En agosto de 1803 le hace una confidencia al embajador yanqui en Londres: la conducta inglesa “le parecía sospechosa, sino pérfida”. También se cartea con Aaron Burr, un “boss” de la politiquería yanqui más ruin.
“Homecoming”. De vuelta al hogar. “England Homeland”. El 4 de junio de 1801 le escribe a Vansittart comunicándole su deseo de permanecer en Londres si se le asegura “una renta competente” y el pago de sus deudas, que alcanzaban a
De repente tiene un golpe de fortuna. Suena su hora más gloriosa. Inglaterra entra en guerra con España. En 1806 Miranda le prepara a Popham un plan para “la emancipación general de la América del Sur”. El respaldo económico lo pondrían las ciudades manufacturadas británicas, comenzando por Manchester, a cambio del “libre comercio”. Asimismo, establecía relaciones con George Canning, con el vizconde Castlereagh, y con Sir Arthur Wellesley. A este último, que por entonces “pensaba en la anexión de las regiones liberadas (de América del Sud) al Imperio Británico”, Miranda le ofrece su propia red de espías (Manuel Aniceto Padilla, Saturnino Rodríguez Peña, Félix Contucci), para que trabajaran asociados al coronel inglés James William Burke.
Invasiones inglesas al Río de la Plata de 1806 y 1807. Miranda y sus amigos habían vendido la piel del oso antes de cazarlo. Maguer el fracaso, no desesperan. Ya habría más invasiones.
Estando en eso, la rueda de la historia da un nuevo giro imprevisible. Las ciudades españolas resisten la invasión napoleónica, y, a ese efecto se asocian con Gran Bretaña. Cuatro de julio de 1808, la paz; 14 de enero de 1809, la alianza anglo-española. Esto fue, dice Robertson, “el tiro de gracia a la esperanza que tenía Miranda”. Pasa de consejero apreciado a sospechoso vigilado. El gobierno inglés le ordena “abstenerse de cualquier medida”, que pueda perjudicar a España:
“los ingleses tomaron enérgicas medidas para obligarle a poner fin a lo que, para ellos, había pasado a ser una actividad perniciosa. Por lo menos en una ocasión, un ministro insinuó al propagandista que mordía la mano que le daba de comer” [10].
La advertencia tuvo que hacerse porque Miranda no desistió de sus pretensiones. Hasta entonces “había vivido cómodamente del oro inglés”. Ahora necesitaba nuevas fuentes de financiación. Se conecta con personajes raros. Uno es el filósofo Jeremías Bentham, “un curioso enano”, quien le “redactó un proyecto de libertad de prensa para Venezuela” (Bentham, gran asesor de Bernardino Rivadavia, terminó escribiendo una constitución para Guatemala). Otros son: Jorge Cochrane, Sir Charles Stuart, Richard Wellesley, John P. Morier, Blanco White, etc. Con James Mill, de la “Edimburg Review”, trama la publicación en 1808 de la “Lettre” de Viscardo.
Al parecer, esas vinculaciones no le daban más que para pobrear. Al menos, no cubrían sus necesidades crecientes. El convivía con su empleada doméstica, la judía Sarah Andrew, con quien había tenido dos hijos (Leandro y Francisco), y adeudaba 5.000 libras, nada más que a los libreros de Londres, amén de otros gastos.
Se va con viento fresco a los Estados Unidos. Desde allí organiza la expedición naval sobre Coro. Un desastre; los venezolanos, que ignoran a su Libertador, la rechazan sin contemplaciones. Uno de sus subordinados, James Bigg, estima que la causa del descalabro la ha puesto Miranda “por su indecisión, capricho, petulancia y duplicidad”.
Sin embargo, cuando en 1810, la Junta de Caracas declara la Autonomía, Miranda retorna al suelo natal. Pronto lo cubren de honores, y le dan el mando del Ejército, dado que había sido “Mariscal” en Francia (a raíz de haber sido “General” en Estados Unidos. Grave error.
Domingo Monteverde mandaba las tropas del Consejo de Regencia; con ellas venció a Miranda en Valencia. Vencido éste, con la mediación del marqués de Casa León, firma el Tratado de capitulación, denominado Paz de San Mateo. Por él, reconoce la supremacía de la Regencia, de las Cortes y compromete la obediencia a la Constitución de Cádiz. Es una vergüenza enorme, una entrega total. El diplomático norteamericano Alexander Scott le escribe al Secretario James Monroe, el 16 de noviembre de 1812:
“Miranda, por una vergonzosa y traicionera capitulación, ha entregado la libertad de este país. No puedo decir si ha sido un agente del gobierno inglés, como lo declara ahora, o si su conducta fue el resultado de un corazón vil y cobarde. Por mi parte, mis breves relaciones con él me han convencido de que no sólo es un brutal y caprichoso tirano, sino un hombre desprovisto de valor, honor y capacidad”.
No es mala definición del Genial Precursor.
No obstante, las cosas empeoran aún más.
Se plantea la cuestión de las
“Bolívar se había apoderado de Miranda para castigar a un hombre que traicionó a su patria… El general Bolívar agregaba invariablemente que su deseo fue matar a Miranda por traidor, pero que los demás se lo impidieron… Bolívar declaró (el 8 de abril de 1814) que la vergonzosa capitulación de San Mateo no había sido obra de Monteverde sino el resultado de las circunstancias y de la cobardía del comandante del ejército venezolano” [11].
“El Precursor de Bolívar”; que casi cae fusilado por su Precedido (vinculado a ese tipo de hipotéticas relaciones, digamos de paso que San Martín jamás, ni en público ni en privado, mencionó al “numen” de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno; en cambio, sí ayudo a Saavedra, perseguido por los morenistas).
El yanqui Austin juzgó así la consecuencia de la Paz de San Mateo:
“En ese instante Miranda perdió el fruto de treinta años de intriga, su honor y su libertad. Tal es el deplorable destino de los aventureros políticos”.
Apresado por los regencistas, fue conducido a España, en cuyas cárceles permaneció este “revolucionario por hábito y por ambición”. Desde la prisión se dedicó a elogiar “la sabia y liberal Constitución sancionada por las Cortes” (“monstruosa” la llamó Bolívar, mientras que San Martín, lo primero que hizo al entrar en Lima fue derogarla). En ese orden, el 30 de junio de 1813:
“felicitaba a España por la Constitución redactada en Cádiz… Decía que en ese momento se consideraba “como uno de esos españoles liberales”… Sostenía que todos los liberales “americanos o españoles” desean ser libres e iguales en derechos”.
En eso sí que era un adelantado. Adelantaba la tesis que los historiadores liberales repetirían una y mil veces, de la hermandad entre Cádiz y América. Era un visionario: entreveía el auge del imperialismo británico. Pero, de momento, nadie le llevaba el apunte.
Por enésima vez, probaba suerte con Inglaterra. Reclamaba de Mr. James Duff el trámite de su libertad. El 13 de abril de 1815, llegaba a una conclusión al respecto. Decía: “He descubierto que (Duff) es una extraña y detestable persona en cuanto a mi respuesta”. Comprobaba el aforismo de que el traidor no es necesario en siendo la traición pasada.
Se quedo en prisión, no más. Así las cosas, el 14 de julio de 1816 murió en el arsenal de Cádiz.
Revolucionario profesional, discípulo de Rousseau, Conde del Perú, hombre de Pitt, merece un juicio acervo del historiador Robertson:
“Fue un docto diletante –dice-… Sus normas de conducta estaban muy por debajo de su talentoso compatriota Antonio José de Sucre… Hay partes del “Diario” de Miranda referentes a sus andanzas por Europa que no pueden publicarse a causa de su grosera inmoralidad… podrían destinarse a una colección pornográfica…
Revelo poseer una buena dosis de vanidad. Gustaba ser alabado… deformó los hechos… se rebajó intencionalmente la edad, una copia autenticada de su certificado de bautismo que alteró insertando un frase que su nacimiento cuatro años después de su fecha exacta…
Tendía a derivar del catolicismo romano hacía el deísmo…
Miranda no deseaba establecer una democracia… fue un demócrata autocrático… apasionado admirador de las instituciones políticas inglesas… gustaba inculcar elevados ideales, a menudo dejó de estar a la altura de ellos en la práctica… Miranda era un poseur… nunca permanecía enteramente tranquilo… Dotado de una mente visionaria y doctrinaria, Miranda brilló menos en la ejecución de ciertas tareas que le fueron confiadas que en la concertación de espléndidos planes en el papel… ilusionista… hábil oportunista… como Aaron Burr… fue algo cobarde… elaborador de constituciones… dependió de fuentes de recursos ingleses… hábitos fastuosos (una subvención anual de setecientas libras esterlinas)… es notable que un hombre que, después de 1783, no ganó un sueldo regular ni gozó de rentas heredadas, pudiera vivir con comodidad y aun con lujo…
Aventurero intrigante que traicionó a su patria por propósitos egoístas de lucro… a cambio de oro… En realidad (las revoluciones) se convirtieron en su profesión… Miranda fue un promotor de revoluciones… filibustero… Ni por su moral pública ni por su moral privada se eleva en nuestra estima, cuando se lo compara con el héroe argentino de alma blanca, José de San Martín, caballero sin miedo y sin tacha…
Puede ser comparado con Thomas Paine… estimuló el interés de Francia e Inglaterra por el porvenir de la América hispana” [12].
“Precursor”: ¡Despertador del apetito voraz de las fieras imperialistas!
El es un espejo, donde pueden mirarse sin detrimento los grandes “demócratas” latinoamericanos; tan farsantes como su Precursor.
Lo peor es la leyenda pertinaz que rodea su figura con un halo de santidad.
Precisamente, el chileno Francisco A. Encina piensa al respecto que la historiografía mirandista no ha calado correctamente en la historia real del Precursor. Así, dice:
“Miranda, embalsamado en la misión de redentor de los pueblos hispanoamericanos, creía que el fondo y la forma del proceso emancipador giraba en torno de él; y esta creencia tendía a imponerse a sus biógrafos. Otro tanto ocurría con la importancia y la influencia que se atribuían a si mismos los revolucionarios prófugos de América y los aventureros que pululaban en torno suyo…
Dentro de la realidad, el apostolado de Miranda en ningún momento tuvo en América la eficacia que él y sus “aláteres” le atribuían…
Llegó hasta el final de su azarosa carrera de Precursor, sin darse cuenta del precio del auxilio inglés” [13].
O, tal vez, sí sabía de ese costo, y lo aceptó sin regatear.
Nuestra síntesis es que Miranda fue un anglófilo completo. De ahí que Manuel Gálvez, que intenta disculparlo con sofismas burdos, no deje de anotar lo siguiente:
“él cree que el movimiento no puede surgir en la propia América española. Tiene que venir de fuera, de Inglaterra o de los Estados Unidos… Por ser anglófilo ferviente y por encontrarse en Inglaterra, es lógico (sic) que él no comprenda una tentativa revolucionaria sin el apoyo, en dinero y en barcos, del gobierno de Londres… Él no cree en la perfidia de Albión. Tenía fe en los ingleses… Desde 1789, en que volvió de su largo viaje y se instaló en Londres, comenzó a adquirir los hábitos británicos… Miranda es un español liberal del siglo XVIII, con algo de hispanoamericano” [14].
Claro que esa anglofilia fervorosa se mejoraba con los sobornos que le pasaba el Reino Unido:
“Debe afirmarse que si Miranda acepta dinero del gobierno (inglés), es porque lo considera legítimo… El gobierno tiene la obligación de darle de qué vivir… Sin duda pregúntase que de dónde obtendrá recursos para vivir y pagar sus deudas. Por suerte el gobierno le ha ofrecido un “generoso auxilio”. A Turnbull le debe más de dos mil doscientas libras. En octubre, Vansittart le promete una pensión de quinientas libras anuales, y algo más por gastos que había hecho. El no se conforma. El 23 de octubre (de 1801) pide a Vansittart setecientas libras anuales, mil para sus deudas y la devolución a Turnbull de lo adelantado en su nombre en 1799 y de lo adelantado a él mismo en 1801, cantidad esta última que alcanza a dos mil guineas” [15].
En la cuenta corriente que abrió Miranda, se siguen depositando hasta el presente los honorarios, correspondientes a análogos servicios prestados por políticos y periodistas “demócratas-liberales” latinoamericanos…
El peruano Víctor Andrés Belaúnde, conjuntamente con el venezolano José Gil Fortoul, piensan que la causa del fracaso de Miranda radicó en su dependencia extranjera. En efecto, dicen:
“Los pueblos no se conmovieron ante un programa que les venía de fuera, y detrás del cual podía verse un protectorado extraño” [16].
José María Rosa considera a Miranda como un tipo de hombre epocal, que dejará larga descendencia: “el teórico de la libertad”, que con su euforia doctrinaria “creaba un coloniaje peor que el de España”. Pertenece a la especie de los “alumbrados”, que deseaban establecer un Estado Perfecto con apoyo Inglés. Perfecto, porque tenían su “nombre mágico de alquimia: se llamaba Constitución”. Eran “progresistas”. Su “revolución”:
“se proponía acabar con las costumbres, modalidades y tradiciones criollas de raíz hispánica que despreciaban por “obscurantistas” y atrasadas… Se manejaban entre nubes y no advertían que ayudaban a un coloniaje peor que el español” [17].
Eso vale para el caso de los más ingenuos; pero Francisco de Miranda no pecó nunca de ingenuidad.
Notas:
1. MITRE, Bartolomé: San Martín, etc., cit., t° I, pp. 82, 84, 85.
2. MADARIAGA, Salvador de: op. cit., 1a. ed., 1945, pp. 808, 812, 813.
3. ROBERTSON, William Spence: “La vida de Miranda”, en: ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA: II° Congreso Internacional de Historia de América. Buenos Aires, 1936, t° VI, pp. 38, 40, 41, 45, 62. El 12 de mayo de 1781, en Florida, “adquirió, para emplearlos como esclavos, a tres adultos y un niño negro. Más tarde, el 21 de junio de 1781, el capitán William Johnstone, de la Real Artillería, reconoció haber “regalado al capitán Miranda un hombre negro, llamado Brown, como libre obsequio, en testimonio de la valiosa y alta estima” que sentía por ese gentilhombre. Es obvio que Miranda tenía interés en la trata de esclavos”: op. cit., p. 37.
4. GÁLVEZ, Manuel: Don Francisco de Miranda. El más universal de los americanos. Buenos Aires, Emecé, 1947, p. 153. El propio Gálvez explica: Muchas veces me han preguntado por qué escribí la biografía de Don Francisco de Miranda”. Su contestación es una serie de pobres razones, como la de la importancia del personaje. En tal caso, podría haber escrito la biografía de Stalin o Hitler. Po último, señala: “De cualquier modo…, quise demostrar que yo era capaz de escribir la vida de un liberal auténtico –en religión y en política-, y que acaso había sido también francmasón. Miranda… vivió paganamente… A este gran liberal… yo iba a tratarlo con resuelta simpatía… A esos fanáticos del izquierdismo que me suponían partidario de los dictadores “reaccionarios”, me daría el lujo de “refregarles por la jeta” mi historia de uno de los más famosos liberales del continente americano”: GÁLVEZ, Manuel: Recuerdo de la vida literaria, IV, En el mundo de los seres reales. Buenos Aires, Hachette, 1965, pp. 177-178. Es decir, una motivación más subalterna que las anteriores. Acusado de reaccionario, iba a mirar con resuelta simpatía a ese liberal tránsfuga y cipayo, para molestar a los izquierdistas. El público lector de la extraordinaria producción literaria de don Manuel, se negó a seguirlo en esa pirueta y, como él mismo lo registra, el “Miranda” “no tuvo éxito de venta”. Lo cierto es que acá hay un apartamiento absoluto de los principios cristianos y nacionalistas que guiaron siempre su proceder y su obra. Además, lleno de sofismas alegatorios. Sin duda, el peor libro de Manuel Gálvez.
5. BLANCO FOMBONA, Rufino: op. cit., p. 41.
6. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 75, 83, 84, 89, 90, 106, 110, 112, 113, 114, 117, 119, 122, 125, 127, 131, 134, 135, 140.
7. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 149, 150, 151.
8. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 152, 155, 156.
9. BATLLORI, Miguel: El abate Viscardo. Historia y mito de la intervención de los jesuitas en la independencia de Hispanoamérica. Nueva Edición, Madrid, MAPFRE, 1995, pp. 95-97.
10. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 181, 188, 192, 213, 236, 243, 273, 286, 294, 301, 302, 312.
11. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 325, 337, 355, 408, 412, 418, 423.
12. ROBERTSON, William Spence: op. cit., pp. 448, 452, 453, 454, 456, 457, 459, 461, 464, 465, 466, 469, 470, 471, 472, 486.
13. ENCINA, Francisco A.: op. cit., t° I, pp. 87-88.
14. GÁLVEZ, Manuel: op. cit., pp. 161, 476, 480.
15. GÁLVEZ, Manuel: op. cit., pp. 289-312.
16. BELAÚNDE, Víctor Andrés: op. cit., p. 131; cfr. GIL FORTOUL, José: Historia de Venezuela. Berlín, 1907, p. 113.
17. ROSA, José María: op. cit., t° II, pp. 13, 14, 85, 86, 87. Sobre el carácter del constitucionalismo hispanoamericano, aparte del estudio de Manuel Fraga Iribarne, ya citado, es muy buena la síntesis de: BELMONTE, José: Historia Contemporánea de Iberoamérica. Madrid, Guadarrama, 1971, t° I, pp. 17, 18, 19, 21.
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