“La ofuscación de la inteligencia en esos malditos guarda proporción con la bajeza de sus almas. Aunque se tuviese la fuerza persuasiva de un arcángel, la empresa más temeraria sería siempre procurar que esos ricos entiendan que sus riquezas no les pertenecerían ni tendrían sobre ellas ningún derecho de no ser por la malicia del demonio que inspiró las leyes de este mundo y, sobre todo, por la misteriosa y terrible permisión de Dios, que se complace en confrontarlos con sus víctimas, que son sus acreedores y jueces. No lo entienden ni lo entenderán jamás, ni siquiera en el infierno, en donde les acompañará la ceguera incurable de su necedad y de su orgullo.”
León Bloy,
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