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miércoles, marzo 24

En este 24 de marzo: Diez olvidos sobre una gran mentira.


Diez Olvidos



por Antonio Caponnetto


No pasa día -en rigor, no pasa hora- sin que desde to­dos los medios masivos a su disposición, las iz­quierdas gobernates y co-gobernantes vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la Guerra Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente o se ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o reales re­presores de la guerrilla en permanente estado de acusación. Las respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de cosas, están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas de los jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir, asociarse vergonsozamente al enemigo o proferir sandeces pacifistas. El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira tan honda y una falsifi­cación tan sistemática de la historia, que nos parece oportuno presentar la si­guiente enunciación didáctica.


1.-Se ha olvidado en primer lugar, la existencia del Comu­nismo Internacional, con su secuela de cien millones de muertos durante el siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni antojadiza. Es el resultado de un cálculo científico, corroborado de un modo reciente, tras prolijas investigaciones de carácter demográfico, en una obra notable de casi novecien­tas páginas escrita por seis autores insospechados de antimar­xismo: El libro negro del Comunismo, Barcelona, Planeta-Espasa, 1998, en su versión castellana.


Los profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir cantidades más emblemáticas que reales, (como las de los seis millones del Holocausto o la de los treinta mil desapare­cidos), no han dicho una sola palabra a propósito de tan mons­truosa constatación. Entre el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Li­tuania, tuvo lugar el Primer Congreso Internacional sobre la Evaluación de los Crímenes del Comunismo (CIECC), organizado por la Fundación de Investigación de Crímenes Comunistas presidida por Vytas Miliauskas. No se ha visto ni se vera jamás allí, a representante alguno de las agrupaciones defensoras de los derechos humanos, ni al juez Garzón y a sus múltiples secuaces nativos y foráneos. Con lo que se constata una vez más -sin que haga falta- que los invocados derechos no son más que un recurso dialéctico de la Revolución, y que las tales agrupacio­nes que los invocan no han nacido sino para custodiar los inte­reses de la praxis marxista. Lo cual -pongámosnos de acuerdo ­no sería incoherente ni lo más grave si no mediara el hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten en pre­sentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier atentado de lesa humanidad.


2.-Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aque­lla estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno del terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y sanguinarios, y causa eficiente de la guerra re­volucionaria, a la que toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el concurso de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual ni azaroso ocurrido en nuestro pa­ís; fue parte de una planificada y cruenta operación extendida ­sucesiva y simultáneamente por toda América y por otras re­giones del mundo. La Argentina no vivió una guerra civil. Fue agredida desde las usinas internacionales del marxismo con el concurso de partisanos vernáculos.


3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no fue sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político, económico y moral, buscando como blanco antes las almas que las armas. El término subversión -hoy olvidado- da una idea exacta, en recta semántica, de lo que aquella planificada ofensiva comunista quería conseguir y consiguió. El terrorismo resultó derrotado, la subversión campea victoriosa, gobierna y justifica y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo subversivo -que está instalado en todos los ámbitos, desde el universitario hasta el eclesiás­tico, desde el periodístico hasta el gubernamental- fue conse­cuencia directa de la imperdonable ceguera e ignorancia doctrinal de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivos go­biernos, partícipes todos de las cosmovisión liberal, progresista y moderna de la política. Prefirieron proclamar que los argentinos eran de­rechos y humanos -pagando tributo a las categorías mentales del enemigo- cuando lo que correspondía era saber definirse con­trarrevolucionarios. Prefirieron tener por fin la democracia antes que la patria. La paradoja es que los titulares de aquellos gobiernos miopes y cómplices del error no son enjuiciados ni castigados, como debieran serlo, por causa de esta derrota contra la subversión, sino en razón de su victoria contra el terrorismo.


4.-Se ha olvidado en cuarto lugar, que tanto la subversión como el terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondi­cional de las genéricamente llamadas agrupaciones internacio­nales de solidaridad. Principalmente de la célula Madres de Pla­za de Mayo, cuyas integrantes -que manejan ahora hasta el funcionamiento de una "universidad", y que han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta recibidas en los ámbitos presidenciales- no dejan posibi­lidad alguna de duda sobre sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampo­co esto nos parece incoherente o lo más grave, sino el que se pretenda presentar a las Madres como modelos de la defensa de la vida y de la libertad. Hay que decirlo de una buena vez: Madres, Abuelas e Hijos son tres agrupaciones terroristas que gozan de impunidad, y hasta cuenta una de ellas con los subsidios estatales, llamados eufemísticamente indemnizaciones.


Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cris­tiana hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una vo­luntad auténticamente castrense las hubiera consumado, no habrían existido desaparecidos sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida, pública y responsable ac­ción punitiva. Es posible, se dirá, que las Madres de Plaza de Ma­yo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues su propósi­to institucional -quedó después en claro- no era recuperarlos sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo emocional hasta el uso de las armas. Pero si quienes libraron la guerra justa contra los rojos se hu­bieran abstenido de utilizar algunos de los mismos procedi­mientos perversos del adversario, su triunfo moral sobre ellos sería hoy apabullante e incuestionable.


5.-Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argen­tinos que combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone, perdiendo por ello sus vidas o arries­gándose a perderlas, merecen la gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su valor. Ellos y sus familias vi­vieron múltiples peripecias y situaciones de riesgo, hasta que cayeron en combate o quedaron gravemente mutilados. Libra­ron el buen combate sin ensuciar sus uniformes ni sus conduc­tas. Sus nombres y los de las batallas en las que actuaron no pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como vilmen­te viene sucediendo.


6.-Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción repre­siva es inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue la inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas co­sas sucedieron en nuestro país. Hubo una represión del terro­rismo perfectamente lícita y encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una represión -aconsejada por los eternos asesores de imagen que continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones- que violó las normas éti­cas, siempre vigentes, aún en tiempos de conflagración, desna­turalizando aquella contienda y enlodando a quienes la ordena­ban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel modo torcido de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en inocentes a todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en torturadores a todos aquellos militares que pelearon. Sin mengua de que hayan podido resultar lesionados algunos inocentes, hubo culpables reprimidos lícitamente y culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo más penoso, es que hubo grandes culpables protegidos. Después, y hasta hoy, ocuparían los cargos más altos del Estado. Las FF.AA deben responder por esta altísima traición a la patria.


7.-Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna dictadura militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera -posibilidad prevista en la vida política de una nación y en las formas gubernamentales de emergencia- como respuesta necesaria y oportuna a la situación extra-ordinaria que se vivía en­tonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses proce­sistas, se declararon en pro de "una democracia moderna, eficiente y estable", y se comportaron como una variante más del Régimen: la del partido militar. Hasta que trasladaron mansamente el poder al más conocido picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La imagen de Bignone entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor de Santucho, es el símbolo más elocuente de la inexis­tencia de dictadura castrense alguna, y la prueba más patética de la existencia de una connivencia oprobiosa entre aquellas mencionadas cúpulas procesistas y los mandos subversivos.


Así como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no fueron perseguidos por cuestiones raciales o étni­cas, sino por constituir un ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante una contien­da iniciada formalmente por ellos. Todas las comparaciones que se hacen entre el Proceso y el Nacionalsocialismo, resultan ridí­culas, falaces, desproporcionadas y carentes de sustento. Tanto por la falsificación que comporta de los hechos argentinos como por la exageración de los hechos ocurridos en la Alemania del Tercer Reich. La estúpida analogía no es más que propaganda roja para consumo de ignorantes y de mendaces.


> 8.-Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terroris­mo de Estado sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente, incapaz de hacerse responsable -con nombres y apellidos al pie de las sentencias- de las sanciones penales pú­blicas más drásticas, perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor externo con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía repudiable, no puede establecerse ninguna simetría entre el Estado agredido que justamente se defiende y preserva, y la acción disociadora de las células guerrilleras, que pretenden constituirse en un Es­tado dentro del Estado. Hubo acciones represivas del Estado Argentino perfectamente plausibles, como la intervención mili­tar en Tucumán con el Operativo Independencia. Y otras medrosas e indignas, según las cuales, la clandestinidad y la "ofensiva por izquierda" eran preferibles a la reacción diestra y nítida.


9.-Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron cam­pos de concentración ni holocaustos de ninguna especie. Tan mal pudieron pasarla los guerrilleros detenidos como los se­cuestrados en las cárceles del pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo terriblemente paradigmáticos al res­pecto.


La tortura es un procedimiento inmoral. Pero no existe un determinismo que convierte a todo militar en un torturador, si­no una naturaleza humana caída que puede degradar al hom­bre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que hace del militar un torturador y un secuestrador de criatu­ras y del guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida de conten­ción física de un delincuente es tortura, y que resulta una hi­pocresía inadmisible exigir un trato humano después de ha­bérselo negado a otros.


10.-Se ha olvidado, en décimo lugar que no eran alegres utopías las que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible sostenido en una ideología intrínsecamente per­versa. No eran tampoco desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y entrenadas para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba. Ningún atenuante los al­canza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas horrorosa­mente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de su propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros de lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después sus muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios hijos para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy reclaman, fueron, en no pocos casos, abandonados por sus mismos pa­dres, después de haberlos usado como coartada. No todo hijo de desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su identidad y entregado en tenencia a una familia sustituta. Mu­chos fueron abandonados por la pareja de guerrilleros que eventualmente los tenía consigo o que los habían engendrado. Y fueron recogidos, adoptados y criados con las mejores inten­ciones por simples ciudadanos o por abnegadas familias castrenses.


Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos sino los que conviene recordar en los duros momentos ac­tuales. Queden señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una culpa. Queden señalados, porque sin la memoria intacta y alerta no se puede marchar al combate. Y el combate aún no ha terminado.



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