"La niñez es probablemente el más respetable estado de la vida humana, el más respetable y el menos respetado estado de nuestra vida. Porque nadie sabe respetar a la niñez… Nadie sino el Ángel de la Guarda. Sólo él sabe galoparle al lado y adelantársele cuando es necesario (que es el único sistema de educación realmente educativo). Sólo él conoce los derechos del recién nacido… Es que todos nosotros hemos olvidado la realidad de la niñez y su misterio… Desde lo alto de nuestros años, asistimos a ella como al desenvolvimiento de un tipo de animalidad distinto e inexplicable. Y el niño es inexplicable porque no queremos explicárnoslo; más aún, porque no queremos entrar en explicaciones con nosotros mismos, porque no queremos recordarnos niños, porque no nos atrevemos a enfrentarnos con nuestra propia naturalidad perdida y confesarnos traidores a ella, porque no nos atrevemos siquiera a mirar hacia atrás para ver qué se hizo de nuestro yo-niño que dejamos perdido en el bosque de los sueños; porque nosotros, los mayores, somos la representación de la cotidiana cobardía grotescamente satisfecha de solemnidad… El niño es el renovado colaborador de Dios en la tarea de la Creación. Él es quien descubre por sí solo a las creaturas y las alumbra con sus ojos, y, deslumbrándose con ellas, le pone a cada una su nombre particular. Él es quien cada día vivifica todas aquellas cosas a las que en cada ayer dieron muerte los cansados ojos del hombre. Él es quien cada mañana barniza de nuevo al mundo…"
Ignacio. B. Anzoátegui.
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