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domingo, marzo 10

Centros de estudiantes: adiestramiento y gimnasia revolucionaria.


“Si el fin es la revolución, el medio es la lucha. El estudiante debe ejercitarse y disciplinarse para la lucha. Debe practicar la gimnasia revolucionaria, que comienza por aquellas pequeñas huelgas de veinticuatro horas, que parecen inofensivas, pero que van habituando al estudiante a la docilidad en la acción y a la indisciplina en sus estudios.”



por Francisco J. Vocos ***

¿Qué fin persigue el estudiante reformista?
Cualquiera sea el que tenía cada uno al ingresas, desde el momento en que se incorpora al movimiento, subordina su fin personal al fin de la Reforma.
Ahora bien, ya he señalado por qué en la confusión ideológica de la Reforma ha prevalecido la orientación revolucionaria que asigna al movimiento la misión de llevar a cabo la revolución social. O lo que es lo mismo, la revolución comunista. Por lo cual el estudiante es dirigido, la mayor parte de las veces en el andar de las cosas y sin mucha advertencia de su parte, hacia el nuevo fin.

Un fin intermedio es la revolución universitaria, que debe conferir a los estudiantes el gobierno de las universidades. Este fin intermedio llena un doble objeto (cómo también lo he adelantado): impedir la formación intelectual del estudiante y ejercitarlo en la lucha. Lo primero lo mantiene en la incapacidad necesaria para no comprender las finalidades perversas; lo segundo lo convierte en elemento eficaz.

Claro está que esta sustitución del fin personal por el fin de la Reforma no se ha producido sin una justificación, para aquellos que logran discernir razones. Y por ello se les dio aquella de la que ya he hablado anteriormente, cuando se les previno sobre la inutilidad de la educación en el régimen social existente.

¿Qué es lo que mueve al estudiante reformista hacia el fin de la Reforma? O, en otros términos, ¿qué es lo que mueve al estudiante a ese tipo de acción que lo convierte en el estudiante reformista?
Si la reforma dejara librado a sus fieles el impulso se su fervor, ya no oiríamos hablar de ella. Pero la Reforma no está sola ni actúa independientemente. Es un órgano dentro de una vasta organización. Obedece a los altos comandos de la Revolución, por intermedio de sus agentes de enlace. La Reforma es instrumento de la Revolución, como el estudiante es instrumento de la Reforma.
La Reforma se manifiesta por sus entidades oficiales, sus centros. Ellos reciben las consignas y las transmiten. Los centros determinan los días en que el alumno puede concurrir a clase o debe faltar. Ellos establecen lo que los alumnos deben pensar de sus profesores, de las autoridades universitarias, del gobierno y de los movimientos mundiales.
Ellos decretan la destrucción o la supervivencia de los cuadros, los vidrios, los bancos y demás elementos que existen en los edificios. Ellos son los oráculos que se comunican con el Olimpo Reformador, mientras los estudiantes se debaten entre la ignorancia, los miedos, los tabúes, los mitos y todo ese clima de estudiadas presiones que se ejercitan y gradúan con diabólica precisión.
Y a todo esto se le llama representación estudiantil y práctica de las instituciones democráticas.

Finalmente, la Reforma adiestra al estudiante para a consecución de sus fines. Si el fin es la revolución, el medio es la lucha. El estudiante debe ejercitarse y disciplinarse para la lucha. Debe practicar la gimnasia revolucionaria, que comienza por aquellas pequeñas huelgas de veinticuatro horas, que parecen inofensivas, pero que van habituando al estudiante a la docilidad en la acción y a la indisciplina en sus estudios.

En estas luchas, todas de orden material y de ejercicio de la violencia, es donde tiene su campo propicio el resentimiento. Cada uno es movido por el suyo, lo suma al de los demás y lo concentra en el fuego del Movimiento.
De este modo la Reforma da un nuevo giro al problema universitario. Ya hemos visto cómo se había operado una sustitución del fin pedagógico al colocar en primer término, en la preocupación de los universitarios, la conquista de las posiciones directivas. La Reforma saca el problema y la preocupación fuera de la Universidad. Ya no le interesará la Verdad, sino la acción. El estudiante no deberá trabajar por adquirir hábitos intelectuales o morales, sino hábitos de lucha, de acción violenta. La gimnasia intelectual es suplantada por la gimnasia revolucionaria.
Pero esta gimnasia revolucionaria es practicada dentro de la Universidad, que se convierte en campo experimental. Y esto se logra haciendo intervenir otro sofisma. La habituación para la lucha también se realiza con aparente justificación.
Para que el estudiante no sienta de nuevo el aguijón del sentido común, la Reforma lo hace luchar por “reivindicaciones” estudiantiles y le advierte que están fundadas en la más moderna pedagogía.
La Reforma postula la libre actividad del estudiante, sin obligaciones de ninguna especie. Y así suprime, con la pedagogía activista en la mano, toda actividad intelectual. Porque lo real es que si el estudiante no tiene obligaciones, no se las crea él; si no se le da un plan de estudios, ni sabe hacerlo ni se afligirá por ello; si no entra por la puerta estrecha del sacrificio, del estudio humilde y penoso, no entra por ninguna.
Suprimida la formación de la inteligencia, habituado el estudiante a la holganza de la asistencia libre y de las huelgas gimnásticas, mantenido cuidadosamente en la confusión y en actitud guerrera contra cualquier cosa, puede colegirse el resultado.
De este modo el alumno continúa en la ignorancia que traía al ingresar, pero convencido de que es el salvador de la Universidad y de las instituciones; imposibilitado por principio para el esfuerzo intelectual y para todas las disciplinas de la ciencia y del saber, pero íntimamente satisfecho de sus perfecciones reformistas; prisionero de sus propias pasiones, y de sus dirigentes pero altamente orgulloso por sus altivas luchas por la libertad.
Vale decir, lleno de una vanidad infundada y ridícula.
En la concepción reformista, el estudiante aparece así, por las virtualidades de los principios puestos en juego y por la fuerza incontrastable de las cosas, como el  tipo antiuniversitario por excelencia.

*** Vocos, Francisco J.: El Problema Universitario. 2º Ed. Bs. As., Colección Ensayos Doctrinarios, 1981, pp. 128-131.

Subrayados recontranuestros. 

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