El ideólogo es el
intelectual al servicio del poder. Aquel para quien las ideas tienen valor de
medios para lograr determinados objetivos políticos.
por
Rubén Calderón Bouchet *
Con
Guillermo de Ockham y Marsilio de Padua aparecen en el horizonte intelectual de
nuestra cultura los primeros ideólogos. El término ideología pertenece
técnicamente al léxico marxista y dentro de su contexto filosófico tiene un
sentido preciso que no es exactamente el mismo que le damos nosotros en esta
oportunidad.
El
mundo griego conoció al filósofo y al sofista. La distinción entre una y otra
actitud humana fue definitivamente establecida por Platón y Aristóteles. El sofista,
dejando de lado toda intención peyorativa, fue un profesional de la
inteligencia. Su tráfico con las ideas lo hacía, en el mejor de los casos, una
suerte de científico capaz de aportar, a quien se lo pidiere, un conocimiento
más o menos riguroso sobre diversos aspectos de la realidad.
El
filósofo fue, a la manera griega, un teólogo; su preocupación principal, la
búsqueda del ontos on, de lo que
verdaderamente es ente, en el sentido egregio y divino del vocablo. La
preocupación del sofista era técnica y profesional; la del filósofo, religiosa.
La
cristiandad conoció la prelacía intelectual del teólogo. El hombre conocedor de
la palabra de Dios podía descender de su altura especulativa y mirar el vasto
universo donde se desplegaban los negocios humanos con ojos impregnados de
saber divino. La perspectiva sobrenatural, el punto de mira de Dios, dominaba
su horizonte intelectual y le permitía descubrir la íntima conexión entre las
criaturas y su Creador.
El
ideólogo nace en la cristiandad cuando la contemplación pierde su valor y el
hombre comienza a mirar las cosas con una mirada dominada por la libido dominandi. El mundo ha dejado de
ser un sacramentum y se convierte
ahora en el campo donde la voluntad tiende los tentáculos de su dominación y se
prepara para convertirlo en su cosa.
La
superioridad de lo teórico supone la aceptación de un orden creado por la
divina inteligencia y que el hombre sólo puede conocer en actitud
contemplativa. La praxis, en el sentido clásico y cristiano del término, sólo
es posible si se acepta la doble objetividad del orden metafísico y del orden
natural ofrecidos por Dios para que el hombre realice su perfección eterna y
temporal.
El
cristianismo conoció una relación estrecha entre teoría y praxis, entre
contemplación y acción. El mundo moderno destruirá esta unidad vital cuando
desligue al hombre de su vinculación espiritual con un orden objetivo de
instancias religiosas y lo lance con toda su energía a una acción
transformadora de la realidad.
Marx
llamará praxis a esa acción, pero por su índole parece pertenecer al dominio de
eso que Aristóteles llamaba poiésis.
La visión de un mundo en constante proceso de realización y cuyo principal
demiurgo fuera el hombre mismo halló en Hegel su explicación ideológica más
acabada. Pero en el caso de la Edad Media, dentro de una mentalidad todavía
impregnada de ideas cristianas, se comienza a vislumbrar esa visión en el
concepto que tienen de Dios sus teólogos más significativos.
Un
ideólogo es alguien para quien el trabajo de la inteligencia tiene sentido si
está sometido de antemano a un proyecto de actividad productiva. El ideólogo no
contempla, porque no hay nada que contemplar. Dios es voluntad omnipotente y
sólo interesa conocer sus designios, o bien el hombre es único ejecutor
consciente en el proceso por el cual el mundo se realiza a sí mismo. La tarea
del ideólogo será la invención del programa para dirigir la acción.
A
la relación entre el proyecto del ideólogo y la realización efectiva de ese
plan, Marx la llama primacía de lo práctico sobre lo teórico. En verdad se
trata de la superioridad que en la faena poética tiene la producción del
artefacto sobre su simple condición de esquema programático. Una casa en la
mente del arquitecto es pura quimera si no resulta factible.
El
ideólogo es el intelectual al servicio del poder. Aquel para quien las ideas
tienen valor de medios para lograr determinados objetivos políticos. Guillermo
de Ockham y Marsilio de Padua son los representantes más egregios de la
ideología en el siglo XIV.
*
Decadencia de la Ciudad Cristiana.
Bs. As., Dictio, 1979, pp. 139-141.
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