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domingo, julio 3

Los ideólogos.

El ideólogo es el intelectual al servicio del poder. Aquel para quien las ideas tienen valor de medios para lograr determinados objetivos políticos.



por Rubén Calderón Bouchet *


Con Guillermo de Ockham y Marsilio de Padua aparecen en el horizonte intelectual de nuestra cultura los primeros ideólogos. El término ideología pertenece técnicamente al léxico marxista y dentro de su contexto filosófico tiene un sentido preciso que no es exactamente el mismo que le damos nosotros en esta oportunidad.

El mundo griego conoció al filósofo y al sofista. La distinción entre una y otra actitud humana fue definitivamente establecida por Platón y Aristóteles. El sofista, dejando de lado toda intención peyorativa, fue un profesional de la inteligencia. Su tráfico con las ideas lo hacía, en el mejor de los casos, una suerte de científico capaz de aportar, a quien se lo pidiere, un conocimiento más o menos riguroso sobre diversos aspectos de la realidad.

El filósofo fue, a la manera griega, un teólogo; su preocupación principal, la búsqueda del ontos on, de lo que verdaderamente es ente, en el sentido egregio y divino del vocablo. La preocupación del sofista era técnica y profesional; la del filósofo, religiosa.

La cristiandad conoció la prelacía intelectual del teólogo. El hombre conocedor de la palabra de Dios podía descender de su altura especulativa y mirar el vasto universo donde se desplegaban los negocios humanos con ojos impregnados de saber divino. La perspectiva sobrenatural, el punto de mira de Dios, dominaba su horizonte intelectual y le permitía descubrir la íntima conexión entre las criaturas y su Creador.

El ideólogo nace en la cristiandad cuando la contemplación pierde su valor y el hombre comienza a mirar las cosas con una mirada dominada por la libido dominandi. El mundo ha dejado de ser un sacramentum y se convierte ahora en el campo donde la voluntad tiende los tentáculos de su dominación y se prepara para convertirlo en su cosa.

La superioridad de lo teórico supone la aceptación de un orden creado por la divina inteligencia y que el hombre sólo puede conocer en actitud contemplativa. La praxis, en el sentido clásico y cristiano del término, sólo es posible si se acepta la doble objetividad del orden metafísico y del orden natural ofrecidos por Dios para que el hombre realice su perfección eterna y temporal.

El cristianismo conoció una relación estrecha entre teoría y praxis, entre contemplación y acción. El mundo moderno destruirá esta unidad vital cuando desligue al hombre de su vinculación espiritual con un orden objetivo de instancias religiosas y lo lance con toda su energía a una acción transformadora de la realidad.

Marx llamará praxis a esa acción, pero por su índole parece pertenecer al dominio de eso que Aristóteles llamaba poiésis. La visión de un mundo en constante proceso de realización y cuyo principal demiurgo fuera el hombre mismo halló en Hegel su explicación ideológica más acabada. Pero en el caso de la Edad Media, dentro de una mentalidad todavía impregnada de ideas cristianas, se comienza a vislumbrar esa visión en el concepto que tienen de Dios sus teólogos más significativos.

Un ideólogo es alguien para quien el trabajo de la inteligencia tiene sentido si está sometido de antemano a un proyecto de actividad productiva. El ideólogo no contempla, porque no hay nada que contemplar. Dios es voluntad omnipotente y sólo interesa conocer sus designios, o bien el hombre es único ejecutor consciente en el proceso por el cual el mundo se realiza a sí mismo. La tarea del ideólogo será la invención del programa para dirigir la acción.

A la relación entre el proyecto del ideólogo y la realización efectiva de ese plan, Marx la llama primacía de lo práctico sobre lo teórico. En verdad se trata de la superioridad que en la faena poética tiene la producción del artefacto sobre su simple condición de esquema programático. Una casa en la mente del arquitecto es pura quimera si no resulta factible.

El ideólogo es el intelectual al servicio del poder. Aquel para quien las ideas tienen valor de medios para lograr determinados objetivos políticos. Guillermo de Ockham y Marsilio de Padua son los representantes más egregios de la ideología en el siglo XIV.


* Decadencia de la Ciudad Cristiana. Bs. As., Dictio, 1979, pp. 139-141.

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