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domingo, marzo 6

La Bandera de Facundo: “Religión o Muerte”. Primera parte.




por el Prof. Jorge María Ramallo



Religión o muerte – Vidalitá
dice tu pendón,
tú robas y matas – Vidalitá
es tu religión.

Vidalita de José Patricio del Moral (1829)
(Recopilada por Olga Fernández Latour)



1. La reforma eclesiástica en Buenos Aires.


¿Responde la letra de la vidalita que nos sirve de epígrafe a la realidad histórica? ¿O fue dictada solamente por la pasión política? ¿Levantó Facundo Quiroga esta bandera con sinceridad, con fanatismo religioso, o falsamente, demagógicamente, para explotar un sentimiento subyacente en las masas campesinas?


Ya el 19 de agosto de 1822, un distinguido comprovinciano de Quiroga, el Pbro. Pedro Ignacio de Castro Barros, le escribía desde Córdoba, diciéndole:


“Mi muy amado paisano y amigo: le tengo escritas varias cartas, que ignoro hayan llegado a sus manos. Ésta le repito entre mil ocupaciones sólo por acreditarle, que no lo olvido, y darle muchas enhorabuenas por las generosas acciones, con que Ud. honra nuestra religión y nuestra Patria, […]. Viva cierto, que todos los sensatos y buenos patriotas aplauden su conducta y lo colman de elogios. Yo al saber que a Ud. Se le debe exclusivamente toda la paz, que al presente disfruta nuestro pueblo con toda su jurisdicción y al oír los nuevos sacrificios que hace, no puedo menos que tributarle las cordiales gracias y enhorabuenas.”


Y más adelante le agregaba:


“El gobierno de Buenos Aires, o más bien el Secretario Rivadavia se empeña en arruinar el estado Eclesiástico y nuestra Santa Religión y yo estoy dispuesto a morir en esta defensa. Espero, que Ud. haga lo mismo porque de lo contrario todo lo perderemos. Primero es Dios que todo lo demás […] 1.”


En efecto, como es sabido, cuando todavía no se había disipado el recuerdo de las tropelías de Juan José Castelli en el Alto Perú 2, el 21 de diciembre de 1822 –a instancias de Bernardino Rivadavia, ministro de Gobierno de Martín Rodríguez-, fue sancionada en la Provincia de Buenos Aires la ley de Reforma general del orden eclesiástico, por la que se lesionó seriamente la situación de la Iglesia Católica en el Río de la Plata. Esto levantó un sinnúmero de protestas, no sólo en Buenos Aires, sino también en el interior del país. De acuerdo con los términos de esta ley, todos los conventos de varones debieron cerrar sus puertas, menos el Concento Grande de San Francisco. Al respecto, comenta el padre Américo A. Tonda.:


“Toda la reforma rivadaviana descansa sobre estos dos pilares: el regalismo y el jansenismo. En nombre del primero el Estado se arroga el derecho de meter su hoz en el campo de la Iglesia por la sola razón de que los Conventos influyen en la moral pública. En virtud del segundo, se prescinde de la aquiescencia del Romano pontífice, a cuya autoridad están directamente sujetos los Regulares” 3.


Los religiosos de las diversas congregaciones establecidas en Buenos Aires –bethlemitas, dominicos, mercedarios y recoletos- se pronunciaron categóricamente contra el gobierno, sobresaliendo entre ellos las voces del padre Francisco de Paula Castañeda y de fray Cayetano Rodríguez. Sin embargo, algunos sacerdotes del clero secular, como Mariano Zavaleta, Gregorio Funes y Valentín Gómez, adhirieron a la reforma.


Como queda dicho, fueron los regulares los principales afectados y quienes sufrieron la persecución del gobierno. A ellos se refería varios años después el padre Castro Barros, con estas palabras.


“la persecución contra estas santas instituciones es una alarma contra la misma Iglesia. Así es que si se registra la historia eclesiástica se encontrará que las innumerables persecuciones que ha sufrido la Iglesia desde que aparecieron los regulares, han sido éstos el primero o uno de los primeros objetos del odio y del encono de los furibundos enemigos de la religión católica. Los herejes contra los monjes, los mahometanos contra los monjes, cuantos diablos han salido, contra los monjes. “4



2. Las “tropas de la fe”.


Pero no son sólo protestas, ya en agosto de 1822, Gregorio Tagle había sido acusado en Buenos Aires de conspirar contra el gobierno. Tagle fue detenido y luego desterrado, pero siguió conspirando y el 19 de marzo de 1823 –día de San José- encabezó un movimiento revolucionario que hizo irrupción a las dos de la mañana en la plaza de la Victoria a los gritos de: “¡Viva la religión! ¡Mueran los herejes! ¡Muera el mal gobierno!”. El movimiento fue rápidamente sofocado por el coronel Benito Martínez.


Adolfo Saldías sostiene que el gobierno estaba avisado del golpe y se aprestó a desbaratarlo.


“A las 11 de la noche se reunieron en la Fortaleza, el gobernador Delegado [Rivadavia], los generales Álvarez Thomas, Viamonte, Las Heras y muchos jefes y oficiales […]. A las dos de la mañana penetraron en la plaza de la Victoria el coronel Bauzá por la calle de las Torres [hoy Rivadavia] al frente de 150  hombres de infantería y caballería; y Peralta y Aráoz por la calle de la Catedral [hoy San Martín] con grupos armados de sables, fusiles y pistolas. Las tropas de la fe, como se llamaban, se incorporaron frente a la casa de justicia, y a los gritos de ¡Viva la religión! ¡Mueran los herejes! Y de vivas a Tagle, Maza y Gascón, atacaron la guardia de la cárcel, la rindieron y pusieron en libertad a don José Manuel Urien, quien se les reunió con un buen grupo de presidiarios armados. Entonces se produjo una escena que revelaba las ideas y aspiraciones que dieron nervio a la conspiración. Por varios puntos de la plaza aparecieron multitud de clérigos quienes repartían escapularios a los conjurados, exhortándolos a defender la religión. 5


La represión alcanzó proyecciones insospechadas: Francisco A. García, juzgado como promotor de la conjuración en Buenos Aires y Santa Fe, fue fusilado el día 24 de marzo. También fueron ejecutados Benito Peralta y José María Urien el 9 de abril. Tagle y el comandante Hilarión Castro fueron condenados a muerte, pero lograron escapar. El cura de Luján, Francisco Argerich, y el de Pilar, Vicente Arraga, comprometidos en la conspiración, se abstuvieron de aproximarse a Buenos Aires. El padre Domingo Victorio Achega, rector del Colegio de la Unión del Sud, optó por huir, cuando se supo que había aportado dos mil pesos para la conjuración. 6


3. Repercusión en las provincias.


Lamentablemente, la reforma encontró imitadores en las provincias. El gobernador José Santos Ortiz, en San Luis, suprimió el convento dominicano de Santa Catalina Virgen y Mártir; por decreto del gobernador de Mendoza, Juan de Dios Correas, el convento agustiniano fue declarado independiente y separado del de San Juan en lo temporal y espiritual; el gobernador de esa provincia, Salvador María del Carril, suprimió los conventos de Santo Domingo, San Francisco y la Merced y secularizó a los religiosos, sin avisar al obispo. El gobernador de Tucumán intentó una actitud semejante, que no pudo llevar a cabo por la resistencia del pueblo y la intervención del anciano sacerdote jesuita Diego León Villafañe. También en Salta hubo alguna repercusión, el gobernador Juan Antonio Álvarez de Arenales declaró a los conventos independientes de sus respectivos provinciales y sujetos al ordinario del lugar.


Como se ve, el mal ejemplo se había extendido y presagiaba mayores males, imposibles de predecir en aquel desgraciado momento.


4. Tratado con Gran Bretaña.


A la grave situación creada por la adopción de estas medidas, vino a sumarse otro motivo de indignación. El 2 de febrero de 1825 se firmó un Tratado de amistad, comercio y navegación con Gran Bretaña, cuyo artículo 12 otorgaba a los súbditos ingleses residentes en el país, plena libertad para la práctica de su culto. El tratado fue ratificado el día 15 siguiente, reduciéndose su vigencia sólo a la Provincia de Buenos Aires, dejándoles a las otras provincias que ejercitaran su propia decisión.


Al respecto, escribió Domingo Faustino Sarmiento tiempo después, en 1845: “La cuestión de libertad de cultos es en América una cuestión de política y de economía. Quien dice libertad de cultos, dice inmigración europea y población”. Agregando luego:


“En las provincias, empero, ésta fue una cuestión de religión, de salvación y condena eterna. ¡Imaginaos cómo la recibiría Córdoba! En Córdoba se levantó una inquisición. San Juan experimentó una sublevación “católica” porque así se llama el partido para distinguirse de los “libertinos”, sus enemigos. Sofocada esta revolución en San Juan, sábese un día que Facundo [Quiroga] está a las puertas de la ciudad con una bandera negra dividida por una cruz sanguinolenta rodeada de este lema: ¡Religión o muerte!”. 7


Y el historiador David Peña, en 1903 añadió esta aguda observación:


“El tratado con Inglaterra, las medidas, sin medida de tiempo, del gobernador Del Carril, empeñado en convertir a San Juan en sucursal de Buenos Aires, como Buenos Aires aspiraba a ser la sucursal de Europa, todo ello fue un aliado imponderable que utilizó Facundo para estampar un lema nuevo y claro a los ojos de los soldados gauchos. Que si la España, en su doble conquista, corporal y espiritual, ora por mano del capitán, ora del sacerdote, había dejado el sedimento de superstición o de fe en las poblaciones del viejo virreinato, tocábales a los impulsores de las multitudes utilizar tan eficaz resorte: Quiroga no hizo más que imitar a Belgrano y San Martín, al inscribir en sus pendones “Religión o Muerte”, sin llegar a encomendar el gobierno al Señor de los Milagros [...] La hora había sonado.” 8

2 comentarios:

  1. Qué referencia tiene de que la leyenda usada por Quiroga estuvo antes en una bandera usada por Guemes.

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  2. Estimado, tengo entendido que, como antecedentes inmediatos a la Batalla del Tala (que es donde Facundo utiliza por primera vez la bandera), en el Buenos Aires de 1823, cuando Gregorio Tagle y compañía se levantan contra Rivadavia con las llamadas "Tropas de la Fe", las consignas de guerra eran las consabidas: ¡Viva la Religión! ¡Mueran los herejes!

    Más adelante, en 1825, la revolución católica contra Salvador Maria del Carril (émulo de Rivadavia en San Juan) se hace enarbolando una bandera, creo que azul con pintura negra que ostentaba una calavera y el "Religión o Muerte".

    Luego no tengo más referencias, pero como ve, todos estos antecedentes se dirigen contra un gobierno que se considera la encarnación de la irreligión, por lo que no sería extraño que en algún lugar de Salta algún paisano haya enarbolado primero que nadie similares gritos de guerra en época cercana.

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Estimados lectores: No estoy obligado a responder, pero haré el esfuerzo a la brevedad.