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viernes, diciembre 30

El Tala (27/X/1826).


La noticia de la batalla de El Tala cae como una bomba en Buenos Aires al saberse que Lamadrid ha sido derrotado. La oligarquía porteña no sale de su asombro. ¿Cómo? ¿Qué? ¿El general Facundo Quiroga derrotando al fiero Lamadrid? ¿El general Facundo Quiroga? ¿Qué general es éste? ¿Un gaucho, un paisano, un montonero?





por Pedro De Paoli *


Ya Presidente de la República, don Bernardino, da una prueba mucho mayor de que no es ningún iluso ni ningún romántico. Escribe a Hullet Brothers, de Londres: “Las minas son ya, por ley, propiedad nacional, y están exclusivamente bajo la administración del Presidente”. Mayor inmoralidad y desparpajo en un mandatario no puede pedirse.

Así está Rivadavia, y así sus diputados y ministros socios suyos en la Minning, cuando les causa asombro que un oscuro general de provincia, se cuadre frente al avasallamiento que intentan de las autonomías de las provincias y de los bienes y las fortuna de sus habitantes.

Pero no se arredró don Bernardino ni sus comitentes, por el contrario, les causaba risa la pretensión del provinciano audaz que se atrevía, tan luego, sí, tan luego, con el indomable Lamadrid.

Allá en La Rioja las cosas, empero se ven de otra manera: calculan que la lucha ha de ser dura y larga y que si bien la justicia está de parte de las provincias, los recursos de Buenos Aires son muchos, y habrá que ceñirse bien el cinto.

Se elige con cuidado a la gente que debe remontar los escuadrones: todos mozos guapos y ágiles; se selecciona la caballada, nueva y bien vareada; se inspeccionan bien las tercerolas, se repasan los cañones, y se cuida que la pólvora sea de primera calidad: nuevecita y bien seca.

Facundo elige cuidadosamente sus oficiales, sus ayudantes, su trompa de órdenes y su tambor. Previene que el avituallamiento sea sano, fresco y abundante. Y una atardecer plácido de octubre, el ejército, sin banda de música ni alharacas, abandona su acantonamiento de La Rioja y siguiendo la mirada penetrante de Facundo, endereza hacia Tucumán.

A través de la larga travesía, cruza pueblos y villorrios, y la gente sale a ver esa tropa tan correcta y vistosa que se dirige hacia el norte atravesando Catamarca. Los más de los soldados son hijos de familias pastoras, gauchos de Los Llanos, labradores de Chilecito y Vinchina, artesanos de la capital. Todos han dejado su familia para ir a la guerra acudiendo al llamado del gobernador Villafañe y del caudillo de Los Llanos. Muchos de los oficiales son hacendados, viñateros, hombres afincados de regular fortuna, pero solidarios con la causa de su provincia. Los menos son soldados de profesión, que son escasos en La Rioja, ya porque no se los necesite, ya porque el erario público no puede mantenerlos.

Pero el ejército riojano marcha entusiasmado; saben  sus componentes que desde Buenos Aires se atenta contra la libertad de la provincia, contra la economía del pueblo y se pretende, además, arrebatarle a La Rioja sus riquezas naturales para entregárselas a extranjeros.

El ejército hace alto en los puntos donde puede encontrar agua, que va escaseando en toda la ruta, y llega por fin a topar con las patrullas de exploración de Lamadrid. El ejército hace alto: Facundo con un pequeño grupo de soldados avanza y explora el lugar: allí, un poco a la izquierda hay un sitio muy a propósito para una batalla: es el campo de El Tala.

Los dos ejércitos, frente a frente, se alinean en formación de batalla, abriendo sus alas de caballería y colocando en medio los pocos cañones de que disponen, mientras la infantería, que  también es escasa en ambos bandos, cubre los claros entre las dos alas un poco a la retaguardia.

Lamadrid galopa de un escuadrón a otro impaciente y nervioso, sin poder ya dominar su instinto guerrero y acometedor. Facundo, al frente de un nutrido escuadrón  de reserva se coloca hacia dentro de su ala derecha. No ha retumbado aún en el aire el quinto cañonazo cuando los clarines tocan “al ataque”. Las alas de caballería, como en un gigantesco respingo, arrancan al galope entre el blandir en alto de los sables y los alaridos estridentes de algunos soldados que no pueden impedir el atavismo indígena que llevan dentro. Chocan caballos y hombres mientras los pocos cañones vomitan metralla y la infantería, lentamente al principio, y a paso de carga luego, avanza y avanza despreciando el fuego contrario.

El ala izquierda de Facundo cede campo al enemigo, retrocede o simula una conversión de pocos grados; el ala derecha, donde está Facundo con su escuadrón elegido, viene a quedar un tanto al sesgo, “en pleno oblicuo”. Las caballerías de Lamadrid tocan a triunfo y pechan el ala izquierda riojana hacia atrás, mientras el ala derecha, combatiendo, no se mueve de su primitiva posición. Cuando lo que podría llamarse  la retaguardia de la caballería de Lamadrid está a la altura del grueso del ala derecha de la caballería de Facundo, éste se coloca al frente, enarbola su lanza, da la orden de ataque, que el trompa de órdenes repite en el cobre, y como un rayo esa tropa riojana se precipita sobre el anca de la caballería de Lamadrid. Todo cambia entonces: tomada la caballería de Lamadrid entre dos fuegos, pues el ala izquierda que simulaba el retroceso vuelve a grupas, el desastre tucumano es pavoroso. Todo se deshace, todo se pierde. Rota la formación de Lamadrid, solo un grupo bien montado, con su general al frente, da la cara. Pero la avalancha riojana todo lo deshace, y pocos momentos después no quedan más que fugitivos, muertos y heridos tucumanos.

El ejército riojano se toma un corto resuello, y enseguida circula la orden de Facundo: hay que atender a los heridos y recoger a los muertos. Salen chasques a la ciudad para dar parte de la batalla a las autoridades y para que los familiares de los muertos se hagan cargo de los cadáveres (1). Cuando todo está debidamente atendido, Facundo toma sus disposiciones para restablecer el orden en la ciudad y en la provincia. Escribe a Ibarra, gobernador de Santiago del Estero y a Bustos, gobernador de Córdoba. Indaga qué suerte ha corrido el general Lamadrid, porque él ha de estar en todo (2). Y luego, tranquilamente, sin ruidos ni alharacas, ordena el regreso a La Rioja, donde ha de licenciar a su tropa, para que cada cual vuelva a sus ocupaciones, porque su ejército “no es de profesionales de la muerte, sino de labradores y hacendados” (3)

La noticia de la batalla de El Tala cae como una bomba en Buenos Aires al saberse que Lamadrid ha sido derrotado. La oligarquía porteña no sale de su asombro. ¿Cómo? ¿Qué? ¿El general Facundo Quiroga derrotando al fiero Lamadrid? ¿El general Facundo Quiroga? ¿Qué general es éste? ¿Un gaucho, un paisano, un montonero?
Pero allí, cerca de los oligarcas que así se expresan, está el porteño don Julio Costa, hombre adinerado, de gran prestigio y de mucho respeto. Y como quien no quiere la cosa, mirando de soslayo a todos y hablando como consigo mismo, explica lo que no alcanzan a comprender: ¿Gaucho? Sí, tal vez, como es gaucho el general Martín Güemes. ¿Montonero? Cuando conozcan el parte circunstanciado de la batalla de El Tala sabrán si el ejército de Quiroga se ajustó o no a la más estricta táctica militar de Julio César y del mismo Napoleón, y su tropa era disciplinada como la que más, o no. ¿Paisano? Posiblemente, porque no es militar de carrera, no ama la guerra y es expresión genuina de la tierra criolla. ¡Paisano, sí, hombre de tierra adentro, hacendado fuerte, de gran fortuna, hombre de su terruño, con su mujer y sus hijos, hidalgo, hombre de gran estirpe señorial española y gallega para más dato, caudillo, respetado por los hombres de poder y de mando, y amado por todos los pobres y necesitados de la región! ¿El general don Juan Facundo Quiroga, gaucho, paisano, montonero? Andense con cuidado, no ser que la oligarquía porteña de la logia de “Los Caballeros de América” hallen la horma de su zapato, pese al falso relumbrón de su falso presidente.

Y don Braulio Costa toma su galera de pelo, su bastón, se ajusta bien la larga levita, y se aparta de la reunión rumbo a su casa, desde donde enviará una “reservada” a su mandante el general don Juan Facundo Quiroga, socio principalísimo de las minas de plata de Famatina, en la Rioja.

Los oligarcas logistas quedan perplejos. A ver como se esfuman todos esos grandes negocios que ha traído de Londres don Bernardino. A ver como es todo humo de paja que aventa al diablo un oscuro general de provincia. Y presurosos vánse en grupos a la casa de don Bernardino.

Allá está el presidente, rodeado de sirvientes y de esclavos, enhiesto, duro, tieso, todo respingado y de mal humor porque ha tenido que echar de su casa a un insolente amigo de la infancia, que se ha permitido segui tuteándolo sin advertir que ahora es el Presidente de la República.

Los amigos y socios se quedan poco cohibidos, pero poco a poco se van recobrando, insinúan algunas palabras; algunos más audaces intentan una sonrisa y por fin lo rodean y tres o cuatro de ellos se sientan.

Por fin, alguien, con palabras entrecortadas, para ir sondeando la impresión que causan en el señor presidente, se refiere al resultado de la batalla de El Tala. Don Bernardino se encrespa más de lo que es, el color moreno oscuro de su cara se hace más subido, sus gruesos labios se alargan y sus ojos, de por sí un poco salidos de las órbitas, parecen salirse más aún. El atrevido que tuvo la osadía de hablar de la batalla se encoge en el asiento arrepentidísimo de haber hablado. ¡Todos enmudecen! ¡Qué irá a decirles, ahora, el señor presidente! Y cuando ya se preparan para decir que ellos no tienen la culpa ni de la batalla, ni de la derrota de Lamadrid, el excelentísimo señor presidente don Bernardino Rivadavia habla, habla pausadamente, en voz baja, como consigo mismo. Pero no se refiere a la batalla en sí, sino a un asunto que lo preocupa más que el hecho militar, que la política: se refiere a su negocio, al negocio de las minas: Si, él se refiere a otra cosa, a los mineros ingleses que ya hace una semana que partieron para La Rioja a posesionarse de las minas de plata de Famatina que son propiedad de la provincia de La Rioja y de Facundo Quiroga. Si, señores, esos mineros ya han partido, creyendo Rivadavia que Lamadrid triunfaría sobre Facundo. ¿Qué será de ellos cuando, en La Rioja, se encuentren, mano a mano, y cara a cara, con Facundo? Don Bernardino guarda silencio un instante. Algunos de los oligarcas de la logia “Los Caballeros de América”, le oyen decir, después, muy bajo, casi musitando: ¿Y qué será, luego, de todos nosotros, cuando se sepa en Inglaterra?...



Notas:

(1) Como en todos los casos, el comportamiento de Facundo fue aquí ejemplar: Dice el historiador Zinny: “Lamadrid y su hermano político don Ciriaco Díaz Vélez, que también había sido herido, fueron perfectamente asistidos en Vipos, por Quiroga”. Sarmiento dice en Facundo, refiriéndose a este hecho y a los que le siguieron: “En todas estas tres expediciones, en que Facundo ensaya sus fuerzas, se nota todavía poca efusión de sangre, pocas violaciones de la moral”. Aunque, regateándole, reconoce en Facundo su conducta humanitaria.


* DE PAOLI, Pedro: Facundo. Vida del Brigadier General Don Juan Facundo Quiroga, víctima suprema de la impostura. Bs. As., La Posta, 1952, pp. 109-113.
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