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domingo, mayo 22

El Tedeum de San Juan Bautista.

Ideas para el Te Deum de este miércoles. ¿Será posible que algún Monseñor lea esto y lo ponga en práctica?

Murillo: San Juan Bautista Niño

Había llegado el día de la fiesta patria. La ciudad amaneció teñida de celeste y blanca, en particular la avenida central, por la que pasarían el presidente de la república y su extensa comitiva, compuesta por casi todos los miembros del gabinete, gobernadores de provincias, senadores, diputados y otros empinados jerarcas del régimen.

El programa oficial marcaba como punto de partida de los festejos el Tedeum, que oficiaría el Ordinario del lugar con toda la pompa del caso. En la catedral estaba todo dispuesto para dar comienzo a la sagrada liturgia: el altar con su pulcro mantel blanco, las velas encendidas, el coro afiatado, los monaguillos revestidos, los arreglos florales embelleciendo el presbiterio y las naves, las luces encendidas a pleno para realzar el marco, y una numerosa caterva de chupamedias y genuflexos que aguardaba la llegada del presidente para hacerse notar y apuntarse algunos porotos a favor. Curiosamente, no había entre los presentes ningún católico.

Había, eso sí, numerosos “catolicoides”; pero el grueso de la concurrencia estaba compuesto por ateos, agnósticos, judíos, evangelistas, miembros de sectas esotéricas y otras hierbas por el estilo, entre las que se destacaban varias mujeres con la cabeza cubierta por pañuelos blancos que ocultaban la ideología azabache que bullía en sus respectivos cerebros. En fin, la catedral se había convertido en un extraño zoológico poblado por bípedos implumes de diversos pelajes.

El Obispo se encontraba en la sacristía, dándole los últimos retoques al sermón que pronunciaría ante las máximas autoridades de la nación. Prepararlo le costó varias noches en vela y un incesante mordisqueo de uñas. A pesar de estar disconforme con el gobierno, que era esencialmente anticristiano, consideraba inconveniente pronunciar en la ocasión palabras “políticamente incorrectas”, porque en la relación con los poderosos –según su criterio- había que ser muy moderado para no provocar reacciones contrarias. Por otra parte, cabe agregar que en el seminario “aggiornado” donde se formó le habían inculcado una gran devoción por la tolerancia, el pluralismo, la moderación y la democracia, y él había asimilado muy bien esas lecciones y obraba en consecuencia.

Mientras caminaba con paso nervioso de un lado a otro de la sacristía se decía: “Si a uno se le dispara el potro y en el galope les canta las cuarenta a los que ostentan el poder, corre el riesgo de terminar decapitado como San Juan Bautista. Indudablemente el Precursor obró desacertadamente, porque llevado por su ímpetu habló más de la cuenta y por eso terminó decapitado… ¡y sin cabeza no se puede evangelizar! De modo que yo debo medir mis palabras para no cometer el mismo error. Sería una pena que por decir la verdad me cortaran la cabeza a mí, que soy un joven prelado con todo un horizonte abierto al futuro. Equivaldría a truncar un porvenir halagüeño, que bien podría reportarle a la Iglesia una gloria inmarcesible…”

Con esa idea, el Obispo había preparado su sermón. Sería un caudaloso río de palabras sin una gota substancia, cosa de zafar airoso del compromiso que las circunstancias le imponían. Además, mecharía su vacua perorata con condescendientes loas a la democracia, sabiendo que eso les agradaría a los encumbrados oyentes.

Las campanas comenzaron a repicar anunciando el arribo de la comitiva  y la proximidad de la ceremonia. La banda municipal ejecutó una marcha de recepción. Le hubiera correspondido hacerlo a la banda del Ejército, pero ésta no pudo asistir por falta de personal y por tener las cornetas pinchadas y los tambores agujereados por culpa de la ministra de Defensa, que ese año -con el guiño tuerto del presidente- había desviado buena parte del magro presupuesto de las Fuerzas Armadas para costear los gastos de la universidad y la radio de las Madres de Plaza de Mayo, y al pago de indemnizaciones a los desaparecidos que gozaban de buena salud.

El presidente y la comitiva entraron a la Catedral con desgano. En realidad no les interesaba el Tedeum sino el acto masivo, político y no patriótico, que se realizaría después en la plaza, con la presencia de una muchedumbre arriada como borregos, atraída por el choripán, el tetra y la posibilidad de ligar un electrodoméstico de manos de algún puntero político.

Cada cual ocupó su respectivo lugar en los bancos, y aguardó el inicio de la ceremonia. Al empezar a emitir el órgano de tubos sus estruendosos acordes, el Obispo y los acólitos se dispusieron a iniciar la procesión de entrada. Pero en ese instante ocurrió algo increíble, que rompió todos los esquemas de lo imaginable y superó la capacidad de asombro de hasta el más pintado: abrióse violentamente la puerta de la sacristía que daba al jardín de la casa parroquial, y por ella apareció… ¡San Juan Bautista! Estaba revestido con una túnica de pelo de camello y un cinturón de cuero.

Su figura, imponente, vigorosa, enérgica; sus ojos llameantes. Se notaba la austeridad en cada uno de sus rasgos, que parecían tallados en piedra. Llevaba en su mano derecha un humilde cayado de pastor, que agitó en el aire amenazadoramente cuando abrió los labios para exclamar con una voz firme y perentoria que no admitía réplicas:

“¡Del Tedeum me hago cargo yo! ¡Y con vos, “obispillo”, hablaré después para aclarar los tantos sobre si se me escapó el potro y obré desacertadamente!”

Por toda respuesta, el “obispillo” se desmayó ipso facto cayendo redondamente al suelo, al tiempo que los acólitos, presas del terror, salían disparando a velocidad ultrasónica. Sin dudar un instante, Juan el Bautista se dirigió con paso firme al presbiterio para oficiar el Tedeum. Cuando lo vieron aparecer se escuchó un ¡Ooooooh! fenomenal, que tapó el estruendo del órgano y expresó claramente la mezcla de estupor, incredulidad y temor de los presentes al contemplar, con los ojos fuera de las órbitas, al inesperado personaje. La buena acústica del templo hizo que el ¡Ooooooh! se prolongara un largo rato, después del cual tronó la voz del Precursor que comenzaba su homilía:

“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Y al que no le guste, que se embrome: Infame pingüino estrábico que crucificas a la Argentina con tu pésimo gobierno. Bruja consorte, Kretina “la shoppinguera”. Hipócritas ministros del montoneril gabinete. Malgobernadores de las provincias. Raza de víboras del Senado y sepulcros blanqueados de la Cámara de Diputados. Jueces inicuos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Madres de los viles asesinos setentistas. Empresarios corruptos de toda laya. Nabos y nabas todos aquí presentes. Tenga ustedes el mal día que se merecen por ofender a Dios, traicionar a la patria y al pueblo, y no producir el fruto de una sincera conversión.

“Estamos reunidos en este recinto sagrado, presididos por Cristo Rey en el Sagrario y su Santísima Madre, representada en la imagen de la Inmaculada Concepción que aplasta la cabeza de vuestra amiga y socia la serpiente infernal, para conmemorar un nuevo aniversario de la Patria Argentina. ¡Gloria a este noble país amado por Dios y descuajeringado por ustedes! ¡Bendita su bandera que tiene los colores del manto de la bienaventurada Virgen María, y que ustedes manchan con su puerca conducta!

“¡Pero vayamos al grano! En principio me correspondería pronunciar una homilía alusiva al acontecimiento que celebramos, mas no lo haré porque sería gastar pólvora en chimangos, ya que a ustedes Dios y la Patria les importan un bledo, y lo que yo dijera les entraría por una oreja y les saldría por la otra. En resumidas cuentas, lo más conveniente en esta ocasión no es predicar un sermón sino hacer un exorcismo, para que salgan disparando las tropillas de diablos que cada uno de ustedes encierra en su alma, como se encierran los chanchos en los pútridos chiqueros de nuestros campos. Así que… ¡atajen el agua bendita, manga de sotretas, que ahí va!”…

Juan el Bautista empuñó un enorme hisopo repleto de agua bendita, y avanzando por el pasillo central del templo, comenzó a sacudirlo a diestra y siniestra empapando a los presentes. La reacción que se produjo fue verdaderamente infernal. El presidente, con tal de eludir la mojadura, se refugió debajo de un banco. Desde allí miraba aterrado al Precursor con su ojo sano, mientras el estrábico se le disparaba hacia cualquier parte, como de costumbre. La Bruja consorte, indignada, aulló al comprobar que un chorro le había salpicado la lujosa y costosísima cartera comprada la semana pasada en París. Ministros, senadores y diputados huían despavoridos, chocándose entre sí y emitiendo extraños sonidos guturales, semejantes a los de las bestias selváticas. En un momento dado, Juan el Bautista se topó cara a cara con el ministro de salud, que paralizado por el miedo no podía mover ni el dedo meñique y sólo atinaba a decir con un temblequeante hilo de voz: “¡Agua bendita no! ¡Agua bendita no! ¡Agua bendita no!” El Precursor lo atravesó con la mirada, y después de gritarle: “Herodes”, le lanzó un chorro que lo dejó completamente empapado. Las Madres de Plaza de Mayo, corriendo como bisontes en estampida, se dirigieron a la puerta de calle mascullando palabrotas, acusando al Precursor de represor y genocida y amenazándolo con denunciarlo ante “Página/12” y el “Perro” Verbitsky. Juan el Bautista, las amenazó con el hisopo, y eso bastó para que la piara se esfumara como por arte de magia.

Muy poco duró el impresionante espectáculo. Apenas un par de minutos bastó para que la catedral quedara vacía y envuelta en un silencio total. Juan el Bautista se arrodilló ante el Sagrario y permaneció allí un largo rato, sumido en profunda oración. Después se dirigió a la sacristía, donde el “obispillo” seguía tendido en el piso cuan largo era, y lo hizo volver en sí echándole el último chorro de agua bendita que quedaba en el hisopo. Al ver al Precursor amagó con desmayarse de nuevo, pero éste lo agarró por los hombros y lo sacudió enérgicamente, mientras le decía:

“Vamos, hombre, levántate. Y que Dios te muestre interiormente lo que aquí sucedió cuando estabas desmayado, así aprendes la lección. En tu dedo anular llevas un anillo que simboliza tu desposorio con la Iglesia. Tu fidelidad es para con Ella y no para con la democracia. Un Obispo cabal se sabe heraldo y pregonero de la Verdad y la predica a tiempo y a destiempo, sin medir las consecuencias. La moderación “equilibrista” y las actitudes “políticamente correctas” son indignas de un apóstol de Jesucristo. Revelan cobardía, y la cobardía revela falta de fe, y la falta de fe impide el reinado de Cristo en las almas y en los pueblos. Bien vale la pena que te corten la cabeza por cantarles las cuarenta a los enemigos de Dios y de la Patria. Yo lo hice y sigo evangelizando después de dos mil años. ¿Quién te dijo que no se puede evangelizar sin cabeza? ¿Acaso el testimonio de mi martirio no es un modo eminente de evangelización, que perdura en los siglos y alcanza la eternidad? No seas sofista, “obispillo”. Te aseguro que se evangeliza mejor decapitado que teniendo una cabeza de marmota democrática”.

Después de semejante filípica, Juan el Bautista tomó su cayado y se diluyó en el aire. Al día siguiente, los diarios del país y del mundo dieron cuenta de lo sucedido con enormes titulares que desbordaban las primeras planas. Los informativos radiales y televisivos no hablaban de otra cosa. La noticia llegó al Vaticano y el Papa, ante una nube de periodistas ansiosos, hizo una corta declaración:

“De Dios no se ríe nadie, queridos hijos. La verdad tarde o temprano triunfa, la maldad recibe su merecido y la cobardía su paga. Hay tres valores supremos que debemos defender contra viento y marea: Dios, la Patria y la Familia. Lo demás son pamplinas. Juan el Bautista nos ha dado una gran lección. Si todos la pusiéramos en práctica el mundo cambiaría y conocería la felicidad de vivir bajo la supremacía de Cristo Rey. Reciban todos mi paternal bendición apostólica y… ¡manos a la obra!”

Y el mundo cambió. Un poco, porque desde el pecado original no se puede vivir en Jauja, ¡pero cambió! El presidente hizo penitencia. La bruja consorte se volvió más austera y menos tilinga. El “Forro” Ginés se convirtió en pro-vida. Las Madres de Plaza de Mayo repudiaron su ideología y se hicieron de la Liga de Madres de Familia. Ministros, gobernadores, senadores, diputados, jueces y empresarios descubrieron que tenían un alma que salvar y un pueblo al cual servir, y el “obispillo” se volvió valiente y ortodoxo como el que más.

Lo que ocurrió aquel día en la Argentina repercutió hondamente en todo el mundo, y no hubo país que no experimentara una sorprendente mejoría… Claro está que en ese momento me desperté y comprobé que todo había resultado ser solamente un bello sueño. Me entristecí bastante al caer en la cuenta, pero después me alegré pensando que a veces los sueños se convierten en realidad, y entonces me puse a silbar contento una melodía de esperanza.


El Tedeum de San Juan Bautista. En Revista Cabildo, Nº 68, Bs. As., septiembre-octubre de 2007, pp. 14-16.

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