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viernes, septiembre 24

En el día de la gloriosa Batalla y Victoria de Tucumán .


El tucumano Manuel Lizondo Borda relata en el extracto de este texto difícil de conseguir *** de forma apasionante los pormenores de la gloriosa batalla y victoria de Tucumán, a la cual alguien llamó la Batalla de la Soberanía, por su importancia capital para la guerra de la Independencia, y por salvar en ella Belgrano, gracias a su desobediencia al gobierno medroso de Buenos Aires, medio territorio argentino. ¡Gloria al General Belgrano! ¡Gloria a la Nuestra Señora de la Merced! ¡Salve, Virgo et Generala nostra!



(…)

El enfrentamiento de los dos ejércitos. –


Cuando el ejército del general Tristán, fuerte de más de 3.000 soldados de las tres armas, el 23 de septiembre llegó a la proximidad de la ciudad de Tucumán, Belgrano estaba con el suyo en ella, listo para enfrentarlo. Había conseguido reunir y organizar cerca de 2.000 hombres, de las tres armas, pero con pocos armamentos. El principal aporte que allí recibió fue de caballería, formado por un contingente de Santiago, y sobre todo por el de la campaña tucumana del sur que fue decisivo en la batalla. Éste se componía de verdaderos gauchos entusiastas, montados en soberbios caballos de su pertenencia; pero carentes de armas, no digamos de uniformes, tuvieron que improvisar ellos mismos sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras. Y en lo demás era su arreo el del gaucho de todos los días: el puñal a la cintura y también las boleadoras, y en las monturas el lazo a los tientos y los guardamontes adelante.


Belgrano –según dice en su segundo parte sobre la batalla- había preparado el campo de ésta al norte de la ciudad, y el 23 de septiembre, a la mañana, estaba allí con la tropa dispuesta para recibir al enemigo, cuyas avanzadas se habían acercado como a media legua; pero luego supo que ellas retrogradaron hasta Tafí Viejo, donde estaba el grueso de su ejército [1]. Por lo cual él volvió con el suyo a la plaza de la ciudad en que estaba acampado; y a las 2 de la mañana del día siguiente, 24, fue a situarse otra vez en el norte, por donde esperaba que llegase el general Tristán viniendo por el camino real. Pero entonces ocurre algo inesperado, que no explican Belgrano ni Paz y ha sido mal interpretado por los historiadores, empezando por Mitre, el mejor informado. Y es que el ejército realista, en la mañana temprano, torciendo a la derecha se recostó a la montaña hasta dar con el viejo camino del Perú, para seguir por él al sur, como a una legua del pueblo, e ir a salir al Ojo de Agua del Manantial, desde donde, pasando por su puente se acercó a la ciudad, por el suroeste, hacia el Campo de las Carreras: punto en que, conociendo esta marcha, Belgrano ya había pasado a situarse con el suyo.


Se ha dicho que Tristán hizo este cambio de rumbo para cortar la retirada de Belgrano hacia el sur. Pero esto no convence de ninguna manera; por cuanto era en realidad una maniobra inútil, que demoraba su llegada a la ciudad, y por allí no cortaba ni envolvía nada, ya que la ciudad tenía por el este otras salidas para Santiago y Córdoba. Para Marcelino de la Rosa, como para nosotros, la razón de este viraje fue otra: estuvo en un hecho que nadie refiere, a no ser su autor, Aráoz de la Madrid. Y es el incendio de los pajonales del norte, en Los Pocitos, provocado por él al amanecer del 24. Porque este incendio, que se extendió vasto y voraz, desorganizó la avanzada de Tristán y hasta el grueso de su ejército, obligándolo al cambio de rumbo referido [2].


Luego hay otra circunstancia, casi providencial, que tuvo una influencia destacada en la derrota realista. Tan increíble parece que ningún autor, fuera de Marcelino de la Rosa, la menciona. Pero estudiando lo que ocurre a Tristán y su ejército, antes de empeñarse la acción, nosotros llegamos a admitir lo que dice de la Rosa, por ser lo único que explica las cosas raras que suceden a Tristán, inconcebibles de otro modo en un militar de su categoría. Y es esto: que él ignoraba, hasta enfrentarse con Belgrano y su ejército en el Campo de las Carreras, que éstos se encontraban allí, listos para darle batalla. Tristán, debió tomar por fuerzas tucumanas insignificantes las que pudo vislumbrar por el norte de la ciudad, sin pensar nunca que fuesen del ejército de Belgrano, a quién suponía por Santiago o más lejos en su retirada. Porque de otra manera no puede explicarse lo siguiente: que Tristán se desconectase de gran parte de sus pertrechos de guerra y municiones que venían a retaguardia, cuyos conductores, ignorantes del viraje del ejército, y creyéndola ya ocupada entraron con ellos en la ciudad por el norte, hasta que fueron tomados por la guarnición de la plaza; que el propio Tristán, al enfrentar al ejército patriota, viniese con el suyo aún en tren de marcha, tan descuidado, que de doce cañones que traía sólo pudo armar dos, que tampoco tuvo tiempo de emplearlos; y que, del resto de sus armas, sólo pudiese organizar a la carrera la infantería y la caballería, y no de manera completa. Porque esto no se explica siquiera con que Tristán pensase, según Mitre, que Belgrano estaría encerrado en la ciudad, cuando los conductores del parque entraron en ella creyéndola de inmediato ya en poder de su ejército. Y así, todo esto nos induce a creer: que si Tristán supo que Belgrano estaba en Tucumán el 17 de septiembre, según las notas cambiadas con éste por la captura del coronel Huici [3], bien pudo suponer que después se fue de esta ciudad. Porque, si no es así, sólo queda esta otra conclusión: que Tristán daba tan poca importancia a las fuerzas de Belgrano, que no tomó ninguna precaución e incurrió en descuidos imperdonables, que para los patriotas fueron providenciales. ¡Dios ciega al que quiere perder!


La Batalla de Tucumán. –


Dice Marcelino de la Rosa que si Belgrano hubiese llevado el ataque a los realistas aprovechando su sorpresa y su desorganización, habría tomado prisionero a todo el ejército enemigo. Pero, cuando él dio sus órdenes de ataque, ya Tristán había conseguido formar apresuradamente dos batallones de infantería, fuera de su caballería. Los patriotas iniciaron la batalla con cañonazos de la artillería, dirigidos por el barón de Holmberg, de modo tan certero, que abrieron grandes claros en la infantería del centro enemigo, haciéndola oscilar casi hasta el desbande, lo que consiguió luego con su ataque la infantería patriota. Nuestra caballería del ala derecha, formada por dragones y en su mayor parte por los paisanos tucumanos al mando de Juan Ramón Balcarce, dio en seguida su carga formidable, en una gran atropellada, unos con los sables en alto y los otros con sus lanzas en ristre, a toda furia de su caballada, haciendo sonar los guardamontes y dando alaridos. Fue como una tromba infernal que nada pudo detener. La caballería realista de Tarija al verlos llegar en esa forma, sableando y lanceando a un lado y otro, se espantó y huyó. Ni la infantería española de ese frente pudo contenerlos; la pasaron por un lado, si no por encima, debandándola, y cuando se dio cuenta la encontró a su retaguardia. Nuestros paisanos, por lo visto, atravesaron de parte a parte el ejército enemigo como si fuera un matorral: se fueron hasta el fondo, ya de la otra banda donde estaban bagajes y mulas cargadas con plata y valiosos equipajes de los españoles. Y allí nuestros paisanos, creyendo cumplido su objetivo, se dispersaron… para dedicarse a recoger ese rico botín.


Mientras tanto, nuestra caballería del ala izquierda, formada por el contingente de los santiagueños en su mayoría, al primer entrevero con la de los realistas se asustó y desbandó emprendiendo una rápida fuga hacia el sur. Y es entonces cuando ocurre la gran confusión que dice Paz en sus Memorias. Ella se debió también, en gran parte, a un vasto huracán que al mediodía, según cuenta de la Rosa, llegó desatado del sur arrastrando nubes de polvo y una gran manga de langostas que cubrían el cielo y oscurecían el día. Y lo curioso es que estas langostas escapando al viento, al largarse en picada al suelo hacían fuertes y secos impactos en pechos y caras de los combatientes. Y si los mismos criollos que los conocían, al sentir esos golpes, según Paz, se creyeron heridos de bala, es de imaginar el espanto de los altoperuanos o cuicos al sentir en sus cuerpos tal granizada de balazos… que no eran sino langostazos.


Pasada esta gran confusión y también el desorden de ambos bandos, lo que había ocurrido es lo siguiente: que el general Tristán, empujado por la fuga de su caballería de la izquierda y hasta por el desbande de su infantería derrotada, había retrocedido hasta el Manantial, donde trataba de reunir sus contingentes dispersos (que aún eran numerosos); que, por su parte, el general Belgrano, al pasar a su ala izquierda para ordenar personalmente la carga, producida la escapada de la caballería santiagueña, había sido envuelto y arrastrado por ella, sin poder desprenderse hasta cerca del Rincón, por Santa Bárbara; que así, la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla; y que viéndola sola, sin tropas formadas de caballería, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, prevenido y sereno como siempre, con la ayuda de la reserva de la plaza, la hizo replegarse a la ciudad llevándose los heridos y centenares de prisioneros, con carretas, piezas de artillería y municiones abandonadas por el enemigo. Y encerrado en la plaza, cuyas calles estaban foseadas, Díaz Vélez quedó a la expectativa, fuerte y seguro, como vencedor: porque él, realmente, al hacer eso decidió la victoria de las armas patriotas ese día.


En esta situación, por la tarde, vienen las andanzas del ayudante de Holmberg, José María Paz, que él cuenta en sus Memorias: su encuentro con Belgrano en el Rincón; la llegada de Balcarce anunciando que había triunfado ampliamente sobre el ala izquierda realista; la entrada que hace él (Paz) por orden de Belgrano en la ciudad para saber de su suerte; su entrevista en ella con Díaz Vélez, a quien encuentra dueño de la plaza y fuerte con la infantería y la reserva, y en fin su regreso al Rincón por la noche, donde comunica esto al general Belgrano, el cual entonces ya no dudó de su victoria. Pero esa tarde, temprano, había ocurrido otra novedad: la llegada de Tristán, con las fuerzas que pudo organizar, hasta los suburbios del pueblo, desde donde intima al jefe de la plaza que si no se rendía en el término de dos horas pegaba fuego a la ciudad; a lo que Díaz Vélez le contesta invitándolo a que se atreva, cuando nuestras tropas estaban vencedoras y había adentro 354 prisioneros, 120 mujeres, 18 carretas de bueyes, todas las municiones de fusil y cañón, 8 piezas de artillería, 32 oficiales y 3 capellanes, tomados a su ejército [4]. Y Tristán, por supuesto, no se atreve: reconoce su situación de vencido y se retira.


Llega así el día 25 de setiembre, en cuya mañana el general Belgrano desde el Rincón, donde había dormido, alcanzando a reunir unos 500 hombres de su caballería dispersa, se acerca a las inmediaciones de la ciudad. Pero lo más interesante de todo este día no es esto sino la inercia del general Tristán, cuyas fuerzas aún eran importantes. Las razones de ella debieron ser varias, siendo la principal el haberse quedado sin parque, sin cañones y sin municiones. Y otra, no menos importante, aunque de otro orden, debió ser el espíritu ya acobardado de mucha de su tropa. ¿Por qué? Sobre todo, a nuestro juicio, por el miedo o casi el terror que les habían infundido nuestros paisanos debido a lo que hicieron… y aún andaban haciendo en ese día. Porque ellos, después de su carga y dispersión del 24, andaban desde esa tarde por el campo de batalla y sus alrededores dedicados a una prolija y metódica limpieza de enemigos sueltos. Por lo cual muchos de éstos, según cuenta Paz, antes de caer en sus manos, iban a entregarse prisioneros en el primer rancho que encontraban, aunque en él sólo hubiese desvalidas mujeres [5]. Y por todo esto, amenazado ya por fuerzas de caballería que en torno de Belgrano se iban engrosando, después de rechazar la rendición que éste le intimara a su vez, Tristán reconoció íntimamente su derrota. Y esa misma noche del día 25 emprendió su retirada a Salta. ¡Tucumán y la Patria se habían salvado!


Parte de la Batalla.


El 26 de setiembre Belgrano envía al Gobierno su primer parte sobre la batalla. Dice: La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas, seiscientos prisioneros, cuatrocientos muertos, las municiones de cañón y de fusil, todos los bagajes y aun la mayor parte de sus equipajes, son el resultado de ella; desde el último individuo del ejército hasta el de mayor graduación, se han portado con el mayor honor y valor, al enemigo lo he mandado perseguir; pues con sus restos va en precipitada fuga; daré a V. E. un parte pormenor, luego que las circunstancias lo permitan. – Dios guarde a V. E. muchos años [6]. Nunca con menos palabras se dijo entre nosotros algo más elocuente ni más grande. ¡Non multa sed multum!


(…)

[1] Documentos del Archivo de Belgrano. Buenos Aires, Coni Hnos., 1914, t. IV, pág. 230 y sig.

[2] Aráoz de la Madrid, Memorias, t. I, pág. 9; y Observaciones…, op. cit., pág. 9.

[3] Gaceta Ministerial del Gobierno de Buenos Aires, Nº 27, 9 de octubre de 181

2, pág. 108.

[4] Gaceta de Buenos Aires, reimpresión facsimilar, Buenos Aires, 1911; t. III, extraordinaria, martes 13 de octubre de 1812, pág. 4.

[5] Memorias, op. y t. cit., pág. 41.

[6] Doc. del Arch. de Belgrano, op. y t. cit., pág. 230.


*** Manuel LIZONDO BORDA: Belgrano y la victoria de Tucumán (a 150 de esta magna acción). En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Bs. As., Volumen XXXIII, Segunda Sección, 1962, pp. 694-698.




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