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lunes, febrero 17

Cortázar, a 30 años de su muerte.


Blasfemo y obsceno -allí está para quien dude El libro de Manuel-, revulsivo y contestatario de salón; cobarde autoexiliado a buen resguardo y mejores ganancias, la suya es una literatura llena de sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías ocultistas, de rebeldías calculadas y poses de “cronopio” exquisito que desprecia a las masas por las que dice luchar.



Por Alonso Quijano ***

Seremos imparciales. Con Cortázar ha muerto un perverso, un renegado y un escritor fuera de lo común. Ninguno de estos juicios debe ser demostrado porque no está en discusión; lo discutible -para sus plañideros adeptos, se entiende- es la descalificación que hacemos los “reaccionarios” de todo aquél que abraza al Marxismo, traiciona a su patria y escribe con la intención expresa de destruir el lenguaje y los significados. Porque “July” hizo todo esto y mucho más.

Por perverso adhirió sin retaceos a las revoluciones comunistas, a los movimientos terroristas, a las ideologías nihilistas y a los personajes más funestos de la Revolución Mundial Anticristiana. Por renegado abandonó su patria, difundió su carencia de “orgullo nacional”, se ciudadanizó francés (“Francia es mi casa, dijo, y me sigue pareciendo el lugar de elección para un temperamento como el mío”), y participó activamente de cuanto grupo, proyecto o estrategia antiargentina se orquestó desde Europa o desde el resto del mundo. Por escritor fuera de lo común entendemos ante todo a aquél que desprecia la lógica y el sentido común, y que como él, tuvo el objetivo manifiesto de “usar la literatura como se usa un revólver para efender la paz cambiando su signo”. Lenguaje sin semántica, críptico, ambiguo y caótico. Carente de esencia, y por lo tanto vano, vacuo y sin Verbo. En Rayuela lo dice sin tapujos: “Procede como un guerrillero. Hace saltar lo que puede. El resto sigue su camino”.

Blasfemo y obsceno -allí está para quien dude El libro de Manuel-, revulsivo y contestatario de salón; cobarde autoexiliado a buen resguardo y mejores ganancias, la suya es una literatura llena de sorpresas repelentes, de bajezas morales, de raterías ocultistas, de rebeldías calculadas y poses de “cronopio” exquisito que desprecia a las masas por las que dice luchar. “A riesgo de decepcionar a los catequistas -declaró- y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que escribe para su regocijo o sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones “latinoamericanas” o “socialistas” entendidas como apriorismos programáticos”. “Regresó en 1973 -confiesa Beatriz Guido en La Nación del 19 de febrero-. Intentó explicar en el Sindicato de Luz  y Fuerza ante un público exiguo, la misión del intelectual frente a las masas... Los pocos que estabámos en la sala dejamos de escuchar los bombos de la entrada y los estribillos partidarios...”

Pero tuvo una virtud. Se murió en el momento exacto. Cuando en su patria -Francia- gobierna un badulaque de la zurdería internacional y en la Argentina -su pensión- los émulos de aquél y otros mamarrachos similares. Todos amigos, socios, colegas y compañeros de ruta (o de autopista) en el camino de la decandecia. Y bien; no defreudaron las expectativas previsibles. Compitieron en los elogios y en los lugares comunes, en las ofrendas latréuticas, los ayes de opereta y los inciensos cívicos. Gorostiza, O´Donnell, Aguinis, Gregorio Weinberg, Borges, Sábato, Madanes, Blaistein, Antín, Wullicher, Couselo, Couselo, Inchausti, María Esther de Miguel, Héctor Lastra, Hermes Villordo, Gudiño Kieffer, Luisa Mercedes evinson, Silvina Ocampo, Marta Lynch, Héctor Yanover, Abelardo Arias, Marco Denevi, José Bianco, Alberto Girri... nadie, nadie faltó a la ronda ironda y la carnestolenda de los testimonios público. El Alfoncinismo les dió sus puestos y sus sueldos, su ubicación en el “staff” de la cultura democrática y sus caras de víctima de la represión cultural. Ellos representaron su rol, ebrios de poder y frivolidades. Si el muerto los hubiera visto, habría escrito la segunda parte de Conducta en los Velorios.

Pero el muerto está en Montparnasse, sin cruces ni Cristo, como quiso. Sin plegarias ni homilías. En una tumba que es continuación de la gusanera en la que vivió y creció. Dice Anzoátegui que a Dios le gusta a veces empeñarse a fondo, y por eso, no sabemos qué será de su desdidachada alma. Pero si el Diablo leyó a Dante y conserva algún resto de coherencia, lo recibirá con Scarmiglione, Rubicante, Barbariccia y Libicocco, aquellos cuatro demonios del canto XXI: rojo, barbado, melenudo y loco, para llevarlo a empellones hasta la inmunda chamusquina final.

Epitafio: Todos los fuegos... el Infierno.



*** En Cabildo, Segunda Época, Nº 74, marzo de 1984, pp. 12 y 13.

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